'Insidious: Capítulo 3', intentando ser Wan

‘Insidious: Capítulo 3’ (‘Insidious: Chapter 3’, Leigh Whannell, 2015) supone la ópera prima del guionista y productor de la saga iniciada por James Wan en el 2010 con estimables resultados, sobre todo en su primera entrega, un especie de remake de ‘Poltergeist’ (id, Tobe Hooper, 1982) que empezaba a mostrar a un Wan, creador también de la saga ‘Saw’ en el 2004 al lado de Whannell, mucho más maduro que en sus anteriores incursiones en el género, más preocupadas por el efectismo que por crear una atmósfera inquietante y terrorífica.

Esta vez Wan sólo produce, e incluso se reserva una breve aparición como director teatral. Es de suponer que su compromiso en ambientes menos terroríficos, como el grupo salvaje a ruedas, le ha alejado de la posibilidad de hacerse cargo de esta tercera entrega, que siguiendo una ley no escrita, supone la precuela de los hechos narrados en las dos anteriores películas. Whannell recoge el testigo y la sombra del director de Malasia navega por todo el film, pero sin la contundencia de éste.

(From here to the end, Spoilers) ‘Insidious: Capítulo 3’ narra la historia de una adolescente, Quinn Brenner –bajo la piel de la actriz Stefanie Scott− que recurre al, ya conocido por la audiencia, personaje de Elise Rainer –de nuevo la actriz Lin Shaye, que a su edad demuestra habérselo pasado en grande con el personaje, siendo lo más “sincero” del film−, con capacidad para comunicarse con los muertos, para que contacte con su madre fallecida. El contacto, al igual que en las entregas anteriores, traerá malas presencias y una amenaza de muerte tan terrorífica como real.

La película tarda bastante en arrancar, y lo hace a partir de secuencias tan mal mostradas, y que realmente podían haber prescindido de ellas, como por ejemplo Stefanie pidiendo ayuda a Elise, ésta negándose rotundamente para acto seguido invitarla a pasar “unos minutos”. Negativa que se repite varias veces en el film, desembocando de forma pobre en la aceptación por parte de Elise en continuar haciendo lo que mejor sabe hacer, por el bien de muchos, como la familia a la que ayuda en hechos posteriores narrados con anterioridad.

Pobre repetición de esquemas

Una vez entrada en materia, Whannell repite situaciones echando mano del susto fácil –por otro lado previsibles− sin cuidar la atmósfera que tan bien retrataba Wan, y mucho menos, crear inquietud con la composición del plano. Tómese como ejemplo la secuencia de Quinn encerrada en su propia habitación por la figura fantasmal de un hombre con máscara de respiración y del que tenemos la referencia de sus pies al otro lado de la cama, realizada con corrección pero sin espíritu, nunca mejor dicho, a pesar de plantear una idea interesante, la de la huellas viscosas.

Toques sobre las relaciones materno-filiales metidas a calzador, y que parecen un remedo de lo expuesto de forma brillante en ‘Expediente Warren: The Conjuring’ (‘The Conjuring’, James Wan, 2012), a la que se le realizan un par de homenajes bienvenidos, quizá como reverencia a una de las cotas más altas alcanzadas por el horror en los últimos años. Explicación, de nuevo pobre e insuficiente, de cómo se fundó ese trío de cazafantasmas que tanto juego dan, sobre todo en la primera entrega de la saga, y con el propio director/guionista en la piel de uno de ellos. Y un elemento terrorífico en sí mismo: Dermot Mulroney.

Un padre que no se entera absolutamente de nada, incluido su escepticismo con la materia del más allá –atención a las caras de Mulroney durante las sesiones de espiritismo−, que contrasta sin piedad con el personaje más fuerte e interesante, esa especie de guía que es Elise, casi una madre, y que no duda en enfrentarse a su acérrima enemiga del otro mundo como si fuese un superhéore. Incluso el epílogo, que muestra LA presencia inquietante como futura amenaza, es violentado, y estropeado, por un golpe de efecto que cierra el film con un plano casi irrisorio.

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