Antes que nada he de decir que habitualmente no comprendo a David Lynch y que tampoco me llega su cine a otro nivel en el que se superen las barreras de la comprensión. A quien piense como yo sobre Lynch directamente le recomiendo que no vea ‘Inland Empire’ —son más de tres horas—, así que por este camino tendría muy poco sentido hacer una crítica. Por lo tanto, voy a hablar de su último experimento poniéndome en el lugar de quienes encuentran valores a sus crípticos films.
El titular de la crítica no es un insulto, sino lo que el propio Lynch ha dicho sobre sí mismo, como nos contó Carlanga en este post. El cineasta rodó sin tener una idea previa y con la libertad que le ofrecían las pequeñas cámaras digitales. Durante más de dos años, y apoyándose en la sólida labor de Laura Dern, Lynch rodó la historia de “una mujer en apuros”. En suma, Lynch utiliza las nuevas tecnologías para realizar un proceso de “escritura automática” que rara vez hemos visto en el cine.
Esta opción de la “escritura automática”, sin embargo, se ha realizado en otras disciplinas artísticas muchas veces con excelentes resultados. Desde muchas cumbres de la literatura surrealista hasta cómics recientes como ‘Like A Velvet Glove Cast In Iron’ del reputado Daniel Clowes, grandes creadores nos han demostrado que hay muchas formas de narrar que no pasan por el clasicismo.
En el caso de ‘Inland Empire’, creo que David Lynch fracasa en su intento porque la libertad con la que ha rodado más de una escena MUY intrigante y seductora ha quedado traicionada en el proceso de montaje. Voy a intentar explicar por qué.
‘Carretera perdida’ y ‘Mullholland Drive’ son películas primas hermanas de ‘Inland Empire’: en las tres, la figura de el/la protagonista queda rota, repetida. Eso da lugar a estructuras narrativas diferentes. En el caso de ‘Carretera perdida’ es la enfermedad mental llamada fuga psicogénica la que nos da una explicación sobre el inesperado “cambio” del protagonista. En ‘Mullholland Drive’ se recurre a una explicación de la mecánica del sueño bastante menos interesante. Pero, en estas dos películas, a diferencia de ‘Inland Empire’, la información, lo novedoso, lo que introduce sorprendentes elementos de interés en la trama, está adecuadamente dosificado. Sobre todo en ‘Carretera perdida’, Lynch juega con las convenciones del género y con lo que descoloca al espectador con gran habilidad. Lamentablemente, éste no es el caso en ‘Inland Empire’.
La película arranca con cierto interés, contándonos la historia de una actriz de Hollywood que vuelve a actuar en una película de prestigio. Alrededor de ese rodaje se va creando un aura de misterio, de maldiciones, de leyendas polacas, de celos que bordean en el homicidio y, de repente, sucede lo inesperado (no voy a entrar en spoilers). Hasta ahí, todo bien. Pero, en vez de saber administrar la tensión de ese giro inesperado, David Lynch se lanza a una orgía de escenas desconectadas, a abrir nuevas subtramas, a multiplicar por mil la presencia de personajes absurdos… Y ya nada consigue crear el mismo efecto que la sorpresa inicial: mediante la pura saturación del sinsentido se consigue que nada sea novedoso. Pero los problemas continúan.
Como dije al principio, el problema fundamental de ‘Inland Empire’ es de montaje. Si el sinsentido en el que se mete Lynch a mitad de película es tan grande como desestructurado, el montaje va a traicionar mucho la idea inicial de “escritura automática” de Lynch. A partir de la hora y media de esta desmesurada película lo que se va a hacer es repetir las tramas/escenas una y otra vez, sin ninguna progresión (la “confesión” que le hace Laura Dern a un polanskiano señor de gafas es especialmente insoportable) en un intento de buscarle un “sentido” a la película a puro golpe de asociación de imágenes. Todo es tan artificial como tedioso. Y estos problemas se hacen cada vez más graves conforme ‘Inland Empire’ llega al final de sus tres desmesuradas horas: se intenta retomar todo lo expuesto, se hacen flashbacks de la intrigante y afortunada escena inicial donde una vieja polaca explica a Laura Dern “el origen del mal”. Se intenta dar una especie de coherencia y sentido a lo que jamás lo tuvo durante el rodaje. Y todo huele a falso. Y lo más ridículo aún: Lynch intenta, a golpe de música, crear un clímax emotivo con personajes que prácticamente no habíamos visto a lo largo de tres horas. Claro, no lo consigue: estamos en las antípodas del famoso “Dick Laurent is dead” de ‘Carretera Perdida’.
Quizá lo que más evidencie el fracaso de Lynch sean los planos de las tres personas con máscaras de conejo en un cuarto de estar. Lo primero: se trata de un manido recurso muy de “escuela de cine”, Lynch es mucho más interesante a nivel de imagen que todo eso. Lo segundo: estos planos provienen de una serie de cortometrajes titulada ‘Rabbits’ que, posteriormente, Lynch incorporó, porque sí, al montaje de ‘Inland Empire’ con recursos tan tontos como que Laura Dern llame a un sitio y cojan el teléfono los conejos o que Laura Dern entre en una habitación vacía que era el decorado en el que estaban éstos. En fin, lo que ya comenté: un pésimo montaje intentado dar coherencia y unidad lo que no la tiene y, al final, consiguiendo una obra farragosa y caótica que es posible que ni siquiera guste a los admiradores de ‘Carretera perdida’.
Quiero hacer una mención al vídeo digital. En el mundo en que vivimos, cada vez más personas tienen una cámara mini DV o un móvil que graba vídeos. La cantidad de imágenes se ha multiplicado y, con ella, los contenidos, lo que se considera novedoso o extraño. Y muchas de esas cosas se han rodado en mini DV. Lynch ha tenido la sabiduría y la valentía de entenderlo y ha rodado en un formato DV que no pretende pasar por cine. Antes bien, las imágenes están reventadas, estalladas, sin tener miedo a cierto feísmo, y sólo los muy puristas podrán decir que lo que Lynch ah hecho no tiene ningún interés visual. Si tan sólo se hubiese preocupado por saber estructurar su historia, probablemente estuviésemos ante una intrigante película que apasionase a sus defensores y radicalizase aún más a sus detractores. Tal y como han quedado las tres horas de ‘Inland Empire’ sólo aquellos que juzguen que Lynch nunca puede equivocarse o que el riesgo artístico ya es un valor en sí mismo —independientemente del resultado— podrán disfrutar esta película. El resto, harán bien en huir o contentarse con un trailer: se entiende igual de poco y el efecto visual y dramático es el mismo.