El grupo de pequeñas películas que conforma la etapa llamada “de aprendizaje” de Ingmar Bergman (1918-2007), que muchos seguidores de la obra bergmaniana (entre los que me incluyo) creemos que se cierra con la plenitud de ‘Un verano con Mónica’ (‘Sommaren med Monika’, 1953), es algo así como una escalera invisble y no siempre hacia arriba o hacia adelante, aunque se establece desde los balbuceos de un gran director de teatro que parece no creer del todo en sus propias posibilidades fílmicas, hasta la conquista de las propias herramientas narrativas, de un mundo propio, y el doblegar a sus contemporáneos a reconocer su capacidad creadora. ‘Ciudad portuaria’ (‘Hamnstad’, 1948) es una de las películas más vistas de esa primera etapa, y no es casual en absoluto que la dirigiera en plena época de esplendor del Neorrealismo italiano, corriente cinematográfica a la que tanto debe este filme de Bergman, siendo un director tan abierto a las nuevas formas de expresión en todos sus ámbitos, antes de ser una corriente él mismo.
También, con el vistazo más superficial, nos damos cuenta de que los primeros Bergman están presididos por historias casi prohibidas, trágicas o imposibles entre un hombre (generalmente más maduro, aunque con un pasado tormentoso) y una mujer (muchas veces más joven e incapaz de enfrentarse al futuro. En esta ocasión, basándose en la novela previa de Olle Länsberg, que escribió junto a Bergman la adaptación (aunque en realidad Bergman se dedicó a pulir algunos elementos que no le agradaban, sin aportar nada realmente nuevo al texto. Pero aquí tenemos el personaje femenino más completo y desgarrado de lo que llevamos de filmografía de Bergman, y a un grupo de personajes femeninos realmente convincente, que alterna entre lo grotesco y lo compasivo con gran habilidad, contrapunteadas por la presencia de ese hombre misterioso, romántico y oscuro a un tiempo, que significará una nueva vida para la solitaria y despreciada Berit.
De abortos, suicidios y feminismo
Berit, una mujer abandonada por el mundo, por los suyos y por la sociedad, decide quitarse la vida. El destino quiere, claro, que Gösta, probablemente el hombre más interesante y sensible que haya conocido jamás, la salve de esa tentativa. Sin embargo, el buen Gösta se pasará el resto de la película intentando salvarla de su tenebroso pasado sin autoestima, plagado de reformatorios y de fantasmas, y tratando de liberarse de sus propias ataduras morales, una vez más dentro de una sociedad hipócrita y despiadada que tiende a olvidarse y a despreciar a los más débiles y frágiles, al tiempo que les juzga severamente por sus equivocaciones y les empuja a plantearse seriamente su relación. Es decir, dolor emocional extremo. De nuevo, una gran crítica social, y, de nuevo, una gran aventura romántica. Pero da la impresión de que Bergman necesita de menos resortes teatrales, de un menor grado de énfasis dramático, para explicar su visión del mundo y del sexo y de la familia. Y que cada vez el esfuerzo consciente se va transformando en una mayor contención, seguridad en sí mismo, elegancia, sobriedad.
Y por primera vez aborda el problema de la femineidad en la sociedad europea de mediados de siglo (una constante gigantesca en su obra, que le convirtió en el, para muchos, referente inexcusable a la hora de hablar de la mujer en el cine), indagando con lucidez y sin caer en lugares comunes sobre temas tales com la libertad de elección, sexual y vital, de una muchacha una vez que se adentra en la sociedad. Y otros temas mucho más peliagudos (si lo son ahora, imaginemos en aquella época) como el suicidio y su opción moral (el propio Bergman dijo varias veces que no le parecía en nada objetable la idea de quitarse la vida cuando la vida es demasiado dolorosa), el amor libre, el aborto… Verdaderos jardines en los que Bergman comienza a meterse, sin olvidarse de criticar la figura paterna como gestadora de todos los complejos y las inseguridades de los jóvenes (sin duda, como le ocurrió a él mismo…), la responsabilidad de la familia para con las criaturas que se abren camino en un mundo gris y carente de comprensión emocional, o la eterna dificultad de una pareja de encontrar su sitio juntos en el mundo.
A lo largo de este estudio, es posible que el lector se canse un poco de los elogios que se le dedicarán a la figura de Bergman como director de actores. Todavía faltaba que esa maestría hacia los actores se tradujera en un todo indivisible respecto a la puesta en escena, el tema, la historia, el estilo… pero no deja de maravillarme la perfección con la que actores como Nine-Christine Jönsson, Bengt Eklund, Mimi Nelson, Berta Hall o Birgitta Valberg encarnan sus papeles, llevados de la mano por Bergman con precisión majestuosa. Por achacar algo, podríamos decir que el marcaje de los actores respecto a la dirección de fotografía todavía resulta algo mecánico, pero ya sería hilar muy fino. Los intérpretes se convierten en sus personajes admirablemente, y Bergman convoca en sus rostros una tensión psíquica que se revela en todo su esplendor en algunos primeros planos en verdad fabulosos, que contienen en pocos segundos, todo el pasado turbulento y todo el presente en el precipio de sus criaturas. En un año de obras maestras legendarias como ‘Ladrón de bicicletas’ (‘Ladri di biciclette’) de Vittorio De Sica, ‘Fort Apache’ (íd) de John Ford, o ‘Carta de una desconocida’ (‘Letter from an Unknown Woman’) de Max Ophüls, un joven sueco de 29 años seguía trabajando incansable para convertirse en uno de los grandes en pocos años.
Conclusión
Obra menor, no es posible decir otra cosa, pero sumamente interesante de Bergman, una más. Abandonado completamente el melodrama, caminando poco a poco hacia un cine completamente personal (es decir, de autor), Bergman va perfeccionando el mismo relato una y otra vez: la pareja de enamorados erosionada por el pasado, la burguesía, la hipocresía, la sinrazón. Mientras, al mismo tiempo, va cayendo en un amour fou por el cine, sin dejar de drigir constantemente obras de teatro, tanto clásicas como escritas por él mismo. No estoy seguro de si quiero llegar a su primera obra de arte, o disfrutar más aún de esta etapa de búsqueda, de hallazgo y de aprendizaje.