A lo largo de los últimos años he ido desarrollando una tremenda curiosidad —por no llamarla obsesión malsana— hacia Corea del Norte y el férreo régimen dictatorial extendido a través de tres generaciones de la familia Kim; un pozo sin fondo de hermetismo, corrupción y tiranía fascinante en su análisis histórico y geopolítico como desolador en su perpetua violación de los derechos humanos.
Aunque el control sobre los medios de comunicación y cualquier individuo que pueda informar al mundo "exterior" sobre las dos caras del territorio norcoreano, no es la primera vez que un cineasta explora —o, al menos, lo intenta— la cruda realidad de Pyongyang, dando como resultado fantásticas piezas documentales como pueden ser las recomendables 'Under the Sun', 'Songs From the North' y el sarcástico 'The Red Chapel'.
Es precisamente Mads Brügger, responsable de este último, la mente responsable tras 'El infiltrado'; un documental electrizante dividido en dos episodios que, a través de una pareja protagonista excepcional, nos invita a explorar los engranajes que mueven la maquinaria económica del país asiático mientras diluye la realidad en una narrativa propia del mejor thriller de espionaje.
Espías de andar por casa
Pensar en una misión suicida consistente en introducirse entre las altas esferas de un peligroso gobierno totalitario con la intención de destapar y documentar algunos de sus secretos invita a hacerlo en espías sofisticados con años de entrenamiento; pero si 'El infiltrado' logra cautivar desde su primer acto, es gracias al modo en que subvierte esta idea, situando en el centro de la acción sobre un simple chef retirado sin experiencia previa en campo del que, por desgracia, no terminamos conociendo demasiado.
Partiendo de esta base, la producción se desarrolla durante dos horas que intercalan testimonios con imágenes de archivo y segmentos rodados con cámara oculta, articuladas con un ritmo incansable, y rebosantes de una tensión que explota elementos propios de ficciones del género; incluyendo detectores de micrófonos, dobles juegos y conspiraciones a escala internacional que poco tienen que envidiar a cualquier aventura del agente 007.
Mucho menos sorprendente es la mirada que el largometraje —presentado como una miniserie— proyecta sobre Corea del Norte. En esta ocasión tampoco veremos esa parte del estado que Kim Jong-un y su séquito tanto se empeñan en ocultar a las cámaras, en la que la muerte, la pobreza extrema y los trabajos forzados forman parte del día a día. En lugar de esto, la trama se focaliza en el no menos interesante método de financiación mediante el tráfico de drogas y armas; algo mucho menos revelador pero igualmente impactante.
'El infiltrado' es una prueba fehaciente de la veracidad de ese dicho que afirma que la realidad supera a la ficción, aunque sólo parcialmente. Su enrevesado juego de espionaje, identidades secretas y peligros inminentes resulta por momentos tan disparatado y chocante que llega a romper la sensación de estar ante una obra documental en algunos momentos; lo cual deriva en un tercer acto algo abrupto y mucho menos espectacular de lo que cabría esperar.
Después de todo, esto sigue siendo el mundo real; uno vil, desagradable y retorcidamente apasionante. Uno en el que no se puede derrocar a un tirano con un gran fin de fiesta rebosante de disparos, explosiones y frases lapidarias, y en el que tenemos que limitarnos a atacar las injusticias con una herramienta tan potente como es el testimonio. Y esto último, como en el caso que nos ocupa, puede valer su peso en oro.
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