‘Infiltrado’ (‘The Infilitrator’, 2016) no entraba en los planes de Brad Furman en un principio. El director de ‘El inocente’ (‘The Lincoln Lawyer, 2011) —su mejor trabajo hasta la fecha— tenía un proyecto titulado ‘King of Cocaine’, una especie de biopic sobre Pablo Escobar que debía estar protagonizada por John Leguizamo, actor fetiche de Furman. La cosa derivó finalmente en el presente film cuando al director se le presentó la autobiografía de Robert Mazur.
Mazur fue un agente infiltrado en la jet de los cárteles de droga de Colombia, liderando lo que se llamó C-Chase, una operación contra el narcotráfico, la cual llevó a presidio a gente como Roberto Alcaino, una de las personas más cercanas a Escobar. Furman ha levantado el proyecto sin la ayuda de ninguna major de Hollywood, mundo del que quedó hasta las narices, por decirlo suavemente, al filmar la desastrosa ‘Runner, Runner’ (íd., 2013). El resultado es tan entretenido como olvidable.
Déjà vu
Con las series ‘Breaking Bad’ (íd., 2008-2013) y ‘Narcos’ (íd., 2015- ) muy cercanas, el visionado de ‘Infiltrado’ desprende una molesta sensación de déjà vu constante; más todavía cuando el protagonista de la primera es el principal actor de la película. Bryan Cranston no tiene que demostrar nada a nadie, está en esa privilegiada posición de “actor popular” que le permite participar en cualquier tipo de película, ya sea un blockbuster en toda regla o algo mucho más íntimo.
Cranston es la piedra angular de ‘Infiltrado’. Son muchísimas las secuencias en las que aparece el intérprete, luciéndose prácticamente en todas. Dicho de otro modo, el film es un producto al servicio de Bryan Cranston, cuyo Walter White evidentemente bucea en su composición de Mazur. Si en aquélla era un hombre normal y corriente que se metía en un mundo que progresivamente le hacía mostrar su lado oscuro, aquí es un impecable agente de la ley que no se permite ni un desliz.
Precisamente esa inmaculada visión sobre Mazur, también productor del film, juega un poco en contra de lo que se quiere contar. Con alguien tan recto y “legal”, el guion prescinde de los necesarios claro-oscuros de este tipo de historias. La vida del infiltrado queda reducida a divertirse y hacer negocios con la gente a la que finalmente detendrán, pero apenas se ve esa atracción hacia el lado oscuro más allá de sentir cierta afección, no demasiada, hacia el traficante con el que Mazur hará negocios.
Estupendos actores
Dejando a un lado esa descripción sobre Mazur, en la que prácticamente lo dejan como un modelo de vida a seguir, ‘Infiltrado’ consigue entretener en sus dos horas largas de duración, mientras expone cosas que ya hemos visto miles de veces. Bancos de los que no se debería fiar nadie —algo que ya va implícito en la palabra en sí— haciendo negocios con gente indeseable, y demás temas de corrupción. Nada nuevo bajo el sol, o la misma mierda de siempre.
Aunque Cranston se luce en cada fotograma, el resto del reparto está bastante bien, adoleciendo únicamente de minutos de protagonismo, lo que resta dibujo a sus personajes. Mención especial merecen los actores españoles, sobre todo Rubén Ochandiano, que realiza una de las mejores interpretaciones de su carrera, dando la réplica a Cranston con una enorme seguridad. Benjamín Bratt está mejor que de costumbre y el ochentero Michael Paré realiza una especie de divertido cameo.
Un apunte interesante: llama la atención que para pillar a los peligrosos traficantes, cuyos modos de vida no son más que una muestra de su hipocresía, haya que montar una boda, probablemente la celebración más hipócrita que haya inventado el ser humano en su larga lista de sinsentidos. En cualquier caso, film de la pasada década, uno estadounidense y otros tres hongkoneses reflejan mucho mejor las aventuras y desventuras del infiltrado.
Otra crítica en Blogdecine:
- 'Infiltrado', al servicio de Bryan Cranston (por Mikel Zorrilla)
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