'Inferno', una pesadilla como carta de amor

'Inferno', una pesadilla como carta de amor

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'Inferno', una pesadilla como carta de amor

Muy diferente al que se proyecta en los cines el infierno del que me toca hablar esta vez. No imagino a Ron Howard —o sí, y eso puede provocar verdaderas pesadillas— describiendo un Infierno en la tierra tal y como hace Dario Argento en ‘Inferno’ (íd., 1980), en realidad una carta de amor a su maestro Mario Bava, quien realizó su último trabajo para el cine, antes de su muerte en la primavera de 1980, en esta película. ‘Inferno’ es la segunda entrega de la trilogía temática ‘Las tres madres’, inspirada en la obra de Thomas de Quicey.

‘Inferno’ sigue, en cierto modo, lo planteado en la que probablemente es la obra más famosa, que no la mejor, de su director, ‘Suspiria’ (íd., 1977) y concluye con la olvidada, y con razón, ‘La madre del mal’ (‘La terza madre’, 2007). Para el que suscribe ‘Inferno’ es la mejor con diferencia, y al lado de la excepcional ‘Rojo oscuro’ (‘Profondo Rosso’, 1975) una de las pocas que merecen destacarse dentro de la filmografía de Argento, máximo exponente del (sub) género giallo. También uno de los responsables de parte de la mala recepción hacia el mismo.

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El argumento de ‘Inferno’, tal y como mandan los cánones del giallo, prácticamente carece de sentido. Dos ciudades, Roma y New York, conectadas por el parentesco de dos de los personajes centrales, que son hermanos. Una es una poetisa a la que encarna la actriz Irene Miracle, el otro un profesor de música, al que da vida Leigh McCloskey. La primera encuentra un misterioso libro que desvela secretos de brujería. Pronto las muertes más salvajes empiezan a darse. El profesor de música acudirá al rescate. Todo ello bañado con la música de un excelente Keith Emerson.

Gran atmósfera

Cuentan las malas lenguas —o las buenas, depende de la perspectiva—, en este caso Irene Miracle, que la totalidad de sus secuencias, que no son precisamente pocas, las dirigió Mario Bava mientras Argento apenas visitaba el set. Resulta bastante difícil de creer, sobre todo porque el film hace gala de los típicos tics de su director, y de la carencia de algo que su maestro sí tenía: la capacidad de trascender una mala historia y un elenco horrible. Con todo, ‘Inferno’ posee algunas de las secuencias más inquietantes y fascinantes de su director.

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Llama poderosamente la atención la secuencia en la que Rose (Miracle) encuentra en el sótano de una casa una galería subterránea inundada de agua, y que se corresponde con un gran salón. Una secuencia de gran carácter onírico, con Bava en los efectos especiales —a petición de su hijo Lamberto, ayudante de Argento—, y una clarísima influencia del mismo en el uso de la fotografía. Argento transmite a través de su habitual operador, Romano Albani, su admiración por Bava, sin parangón uno de los grandes directores de fotografía del cine italiano.

Siempre me ha fascinado el equilibro cromático de Bava en sus films, sobre todo la capacidad de utilizar tonos verdes de forma totalmente opuesta a lo que dicho color puede provocarnos. Un color extrañamente fascinante y perturbador que aquí ayuda la atmósfera onírica del film, sin duda lo mejor del mismo. Las caídas de ritmo, o los efectismos en los asesinatos, afectan pero no anulan esa atmósfera, quedándose en nuestra retina para siempre.

Tan mal interpretada —algunos de los diálogos son hasta ridículos—, con un guion demencial, como hipnótica y cautivadora.

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