‘Infancia clandestina’ (Benjamín Ávila, 2012) es la película seleccionada por Argentina para ser seleccionada en las nominaciones a los Oscar que se darán a conocer este jueves.
A pesar de que creo que ese premio es el más cantando de la noche —nadie le quita ya el Oscar a Michael Haneke—, la película de Ávila tiene todos los elementos para ser nominada por la Academia de Hollywood, un film de tema serio pero con un claro tono mainstream, con la intención de llegar a cuanta más gente mejor. El film, de claros tintes autobiográficos, se sitúa a finales de los años 70, en plena dictadura militar, sin duda el hecho más atroz y terrible jamás vivido en aquel país. Han sido numerosas las películas que de forma directa o indirecta se han acercado a esa tragedia.
Sin ir más lejos, Luis Puenzo, productor de ‘Infancia clandestina’, fue el encargado de llevar el primer Oscar a la cinematografía argentina por la tremenda ‘La historia oficial’ (1985), en la que se metía el dedo en la llaga de una forma mucho más contundente que en el film que nos ocupa. Y ahora que el llamado Nuevo Cine Argentino vuelve en cierto modo a estar de moda, no faltan las cintas críticas a su propio país, tal es el caso de la relativamente reciente, y muy superior, ‘Elefante blanco’ (Pablo Trapero, 2012), la cual en un tono de thriller no ocultaba sus propósitos de denuncia. Ávila ha seguido un derrotero completamente distinto en su ópera prima, tanto que en sus buenas intenciones se ha quedado a medias.
(From here to the end, Spoilers) El tema no es ajeno al director, ya había sido abordado en el documental ‘Nietos (identidad y memorial)’ (2004), que se centraba en las madres de Mayo. Ahora, lejos de ser directo, ha preferido narrar una dramática historia a través de los ojos de un niño, Juan, que sufre el ser hijo de guerrilleros, y el estar condenado a una vida en la que en cualquier momento hay que esperar lo peor, incluso la muerte. Ávila basa el presumible impacto de sus película en el fuera de campo, todo lo que vemos es a través de la mirada de ese niño, que nunca entiende al completo lo que sucede en el mundo de los adultos, tan peligros, tan cercano y lejano al mismo tiempo. La interpretación del chaval Teo Gutiérrez Romero, en su primer trabajo para el cine, es probablemente lo mejor de una película que no se posiciona ni se moja lo suficiente en ningún momento.
Al lado de Romero, destaca para mi sorpresa Ernesto Alterio, con un personaje caramelo muy bien definido en el guión, obra de Ávila y Marcelo Müller, en el papel del tío Beto, y con el que nuestro joven protagonista termina conectando considerablemente. Tanto que tras un crucial instante, y en un determinado momento, el film opta por el tono onírico para narrarnos un imposible y nada claro, por intenciones, encuentro entre Juan y su tío. No obstante, lo mejor de dicho personaje es la compisición de Alterio, que de seguir así demostrará que el talento se hereda. El resto del reparto, aunque convincente, no está a la altura de ellos dos, aunque habría que hacer una mención especial a la naturalidad y belleza de una actriz como Natalia Oreiro, que le pone la suficiente garra y ternura a su personaje.
Ávila, quizá porque se sabe demasiado su historia y no quiere remover tumbas, se muestra prudente en lo que narra y cómo lo narra, no poniendo toda la carne en el asador. De acuerdo que el punto de vista es el de un niño, y que los hechos más dramáticos o violentos son narrados en fuera de campo, o en un par de ocasiones tirando de la animación, como si de un cómic violento se tratase. Pero el reiterativo abuso de esta técnica, intentando mostrar más con solo sugerir, termina por cansar y el film se resiente en su ritmo. El final, previsible por convencional en este tipo de cintas, no llena ni interesa tanto como el film hace en sus primeros compases. Lejos de remover conciencias o promover reflexiones, ‘Infancia clandestina’ transmite cierta sensación de indiferencia.
Un tono demasiado amable a ratos, y que tampoco quiere acercarse al cuento de hadas —como sí lo han hecho otras películas— pero que tampoco termina de convencer mostrando sucesos que le acontecen a Juan, como la aparición del primer amor, mostrado de forma tan interesante como desganada. Y en otros, los más duros, tan sólo correcto, nada descarnado. En el tramo final de ‘Infancia clandestina’ puede que Ávila intentase transmitir cierta sensación de perdición, la de un niño que pregunta reiteradamente dónde está su hermana y no entiende casi nada. Buenas intenciones que no llegan debido a la falta de garra o pasión en una historia que lo pide a gritos.
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