Steven Spielberg ha confesado más de una vez que 'Indiana Jones y el Templo Maldito' es la película que menos le gusta de las protagonizadas por nuestro arqueólogo favorito, eso sin tener en cuenta qué opina de la cuarta entrega. Suele bromear al respecto, diciendo que el recuerdo más grato que tiene de haber rodado este film es el haber conocido a Kate Capshaw y haberse casado con ella quedándose para siempre con la chica de la película. El caso es que tanto Spielberg como Lucas no estaban pasando por la mejor época en lo que respecta a sus vidas personales, ambos atravesaron sendos divorcios (y en el caso de Spielberg uno de los más millonarios de la historia), algo a lo que muchos achacan que esta segunda entrega de Indiana Jones fuera más oscura de lo previsto, reflejando de modo alguno sus respectivos estados de ánimo.
Suelen decir los dos que se les fue un poco la mano, que el film quedó más oscuro y tenebroso de lo que pretendían, y la crítica de entonces arremetió contra ello destacándolo como un defecto. Craso error, la película no sólo gana por ese oscurecimiento del personaje central (en una operación parecida a la segunda entrega de 'Star Wars'), sino que además consiguió la que muy probablemente sea la película con el mejor ritmo que existe en un determinado tipo de cine. Toda una lección que debería ser enseñada en cualquier escuela de Cine, sobre todo en las de nuestro país.
'Indiana Jones y el Templo Maldito' está enmarcada en el tiempo antes que su predecesora, concretamente un año, en 1935, dando inicio en la ciudad de Shangai, donde Indiana Jones intenta recuperar un valioso diamante. Una vez sorteados mil y un peligros, logra escapar de dicha ciudad acompañado de una molesta cantante y un crío oriental en un avión que sufrirá un accidente mientras sobrevuelan la India. El resto os lo sabéis de memoria por las miles y miles de veces que supongo habréis visto la película. Para el guión no contaron esta vez con Lawrence Kasdan, y se lo encargaron a Howard Huyck y Gloria Katz, que ya habían escrito para Lucas su obra maestra 'American Graffiti', y dos años más tarde nos "regalarían" la fallida, y por momentos ridícula, 'Howard, un Nuevo Héroe'. Una vez más, se logró para la saga un guión ejemplar en cuanto condensaba a la perfección todos sus variopintos elementos, si cabe más que la anterior entrega.
Se vuelve atrás en el tiempo, y sin embargo se avanza en la descripción psicológica del personaje, sabemos más de él, y nos adentramos en su lado oscuro, en una representación más de la eterna lucha entre el bien y el mal, caracterizado éste éste en una especie de secta maligna y milenaria que contribuyen a venerar a su Dios con sacrificios humanos. Dichos sacrificios impresionan por su dureza, y el film navega entre este tipo de escenas y las aventuras más clásicas, rindiendo homenaje de nuevo a las viejas películas de aventuras, algunas de ellas ambientadas igualmente en la India, al estilo de algunos títulos firmados por Henry Hathaway, u otros como 'Gunga Din' de George Stevens. Una vez comenzado el film, éste pisa el acelerador de forma brutal, no dejando apenas respiro (las escenas de calma, por así llamarlas están inteligentemente insertadas en los momentos adecuados), y si no se entra en ella desde un principio ya no se entra jamás.
Sigue manteniéndose esa referencia a la saga Bond empezando la película con una aventura a punto de terminar, y vistiendo Harrison Ford lo más cercano al agente 007, de smoking, aunque blanco, con una escena en un restaurante, después de un excelente número musical, en la que eso de rizar el rizo se queda corto, y marca todo lo que veremos a continuación y así hasta el final de la historia. Una historia que una vez más vuelve a tener tintes religiosos y sobrenaturales, aunque esta vez radicalmente diferentes a lo visto en la anterior entrega. Nos sumergimos aquí en el ocultismo, en la magia negra, en todo lo malo que una religión puede tener, y cuyos adoradores no sólo veneran a la mismísima maldad, si no que para llevar a cabo sus planes en la búsqueda de dos piedras sagradas, explotan sin piedad a todos los niños de una aldea sometida que se ha quedado sin futuro.
Harrison Ford vuelve a marcarse una muy buena interpretación, matizando aún más a un personaje amoral en ciertos aspectos, enfrentándolo aquí a un conflicto de profunda carga emocional. Esta vez no se le asignará una misión, esta vez se verá inmerso en una aventura sin haberlo pedido, y deberá elegir entre sus intereses personales o hacer lo correcto. Acompañado de un simpático compadre de aventuras, el carismático Ke Huy Quan, que al años siguiente nos divirtió con sus inventos para 'Los Goonies', un actor que fue a un casting acompañando a su hermano, y al final le cogieron a él. El personaje no resulta cargante, peligro que corría, y se compenetra con Ford como un guante a una mano. Para el papel femenino de turno, en el que se pensó que Jones tendría una chica distinta en cada una de las tres entregas, se contó con Kate Capshaw que simplemente lo borda, y sus histéricas intervenciones son ya históricas. Un trío perfecto para la aventura más oscura de Indiana Jones.
Espectacular, emotiva, graciosa (esos chistes autorreferenciales ganan mucho más tratándose de una precuela), los años no pasan por ella, y al igual que en la anterior, 'Indiana Jones y El Templo Maldito' es hoy mejor de lo que fue en su día, toda una lección cinematográfica a cualquier nivel que sigue tan viva y disfrutable como nunca. Los que la vimos en su estreno volvemos a la infancia de la mano de uno de los pocos genios que saben lo que significa la palabra Cine. Las nuevas generaciones que la descubren se rinden a sus pies, y en el futuro seguirá provocando la misma sensación. Ya no hay aventuras como ésta. Ya no hay héroes así. Pasen y vean, tiemblen, rían, y déjense arrastrar por la montaña rusa más espectacular y apasionante que ha dado el cine moderno: 'Indiana Jones y el Templo Maldito', oscura y vibrante. Única. Una Obra Maestra.
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