Por algún motivo, llevar ‘Indiana Jones y el Dial del Destino’ a Cannes 2023 ha sido algo así como introducir una cucharada llena de aceite de oliva virgen en un vaso de agua, las reacciones, de todos los colores, dejaban a la nueva película con Harrison Ford en un lugar apático, con la sensación de haber encontrado una roca en el mismo camino que hizo que ‘Indiana Jones y el Reino de la calavera de cristal’ desmotivara a los fans del personaje.
Entre otros comentarios, se venía diciendo que el nuevo regreso del personaje era algo así como una nueva ‘El despertar de la fuerza’, con ese mismo temor a la nostalgia que hizo que la vuelta de ‘Star Wars’ fuera acogida con escepticismo. Con Kathleen Kennedy, la misma productora de ambas películas detrás, era de esperar que la etapa Disney del personaje siguiera ese camino, pero no es así. Estamos frente a una despedida en toda regla, estamos frente a una verdadera película de Indiana Jones, una muy buena película de Indiana Jones.
Desde luego está lejos de ser el trapo lleno de retales de recuerdos para una nueva generación que podía esperarse con una puntuación mediocre en las críticas de Rotten Tomatoes. Las razones de esa debacle es uno de esos misterios que son difíciles de comprender en una época de blockbusters sin capacidad de salir con el espectador fuera de la sala de cine, en un momento en el que el entretenimiento no quiere conmover y el cine de aventuras parece entenderse como fases de un videojuego de plataformas, una de las grandes tentaciones en las que cayó George Lucas en 2008.
Un cambio de director como un guante
No vamos a saber nunca si ha sido la ausencia de Lucas, el regreso de Frank Marshall o una Kennedy escarmentada por sus errores con Lucasfilm, pero han logrado algo milagroso: que no se eche en falta a Steven Spielberg. Puede ser sencillamente porque la elección de James Mangold haya sido providencial, pese a que no es el Spielberg de sus mejores años, su firma recuerda a los grandes directores a sueldo de los estudios, como Peter Hyams, Guy Hamilton, Barry Levinson, Martin Brest, Joe Johnston o incluso Richard Donner.
Grandes directores que nunca han tenido consideración de autor, pero que saben ofrecer lo mejor en pantalla quitando cualquier elemento de ego delante de la cámara. Esto no significa que sea una película impersonal, el director de 'En la cuerda floja' y ‘Logan’ sabe perfectamente la historia que está manejando y demuestra (otra vez) que entiende como nadie a los héroes crepusculares, a los peces fuera del agua que sabían sacar una última chispa de energía en el momento en el que todo está perdido.
Pero además dirige como pocos actualmente y esto se nota tanto en su atención al detalle como en el hecho de que todo lo que ocurre en la pantalla fluye de forma orgánica, con una narración visual impoluta, llena de movimientos de cámara sencillos pero que siempre tienen una intención, navegando por los espacios sin contemplar de más, pero dejando que la belleza de la dirección de arte brille naturalmente. Grandes angulares y panorámicas acompañadas de un montaje eficaz que nunca deja tiempo para respirar más de lo necesario. Es una exhalación.
El mejor blockbuster del año
Hay escenas de acción, persecuciones, y grandes momentos de tensión para competir con la mejor de las películas de superhéroes actuales, pero lo que hace que ‘Indiana Jones y el Dial del Destino’ emerja como el mejor blockbuster del año (hasta el momento) es su capacidad para integrar esos grandes momentos de espectáculo en el desarrollo natural de los acontecimientos, teniendo en cuenta que lo que hemos venido a ver es una película de arqueólogos buscando tesoros, un sigue las pistas con puzzles, pistas, enigmas, acertijos, peligros, amenazas y villanos que siempre van un paso por detrás o por delante.
No merece mucho la pena entrar a explicar de qué trata la película —cuanto menos leas sobre ella mejor— ni explicar mucho el Macguffin de esta entrega, porque las sorpresas que esconde son una explosión de imaginación sincera como no se ha visto en el cine comercial en muchos años. Sin embargo, sus temas sí tienen mucho más sentido que un puñado de recuerdos lanzados a la cara del espectador. Por supuesto, hay referencias al resto de la saga, algunas muy sutiles, otras más obvias, pero no es una colección de cromos y suelen ser ingeniosas y entrar en el momento adecuado.
La idea del valor de un arqueólogo en la época de la carrera por la luna es brillante, con un nada sutil paralelismo de la CIA como los nuevos Nazis, sustituyendo el ocultismo para ganar a los aliados por una búsqueda de reliquias para sacar la ventaja en la Guerra fría. Hay incluso en ese primer acto una evocación a los thrillers políticos de los 70, como 'Los tres días del Cóndor' que nos llevan a una escena que podría salir de 'Mentiras arriesgadas'.
Poco a poco esa ambientación moderna se va a bandonando, adentrándonos en el clásico escenario natural de Indy, en lugares en los que parece que no ha pasado el tiempo. Pero sobre todo, esa primera introducción del crepúsculo de los 60 define a la perfección la posición del historiador en una etapa en la que la verdadera emoción se encuentra fuera del planeta tierra, mostrado de forma magistral en una contraposición de las alumnas embelesadas de Henry Jones de los años 30 y los estudiantes aburridos por la era clásica de sus clases a finales de los 60.
Un desfile de secundarios de lujo
La idea del peso del pasado sobre el presente sobrevuela todo el metraje, con un flashback en el final de la Segunda Guerra Mundial del que solo se hablará por el efecto de rejuvenecimiento de Harrison Ford. Con esto hay que ser claro. La tecnología todavía no está en ese momento que buscan. Sin embargo, realmente nunca es molesto y toda la secuencia es una barbaridad de ambientación y energía, recordando a los mejores momentos de Spielberg y presentando al mejor villano de esta desde el dúo Belloq y Toth.
Lo de Mad Mikkelsen es un escándalo, ver cómo su propio personaje va creciendo hasta revelar su plan en un momento magistral nos recuerda por qué no hay mejores enemigos de Indy que los nazis. Las bromas a costa de ello surgen en los momentos adecuados, pero los aliados del hombre del látigo tampoco son lo que eran y la película refleja la muerte del interés arqueológico con una irrupción del capitalismo como un enemigo-aliado, que solo se casa por el mejor postor, un cambio en los motivos altruistas de la búsqueda de tesoros encarnada por el gran personaje de Phoebe Waller-Bridge.
La actriz no es el típico añadido obligado y resulta un desafío para la nobleza arcaica de Jones que resulta esclarecedor y relevante también de nuestros tiempos, lejos de una versión idealizada e ingenua de una comparsa femenina en la aventura, un personaje con aristas, con tanto carisma y simpatía como zonas moralmente grises, lo que hace que la interacción con su padrino esté siempre agitada, recuperando el gusto por los diálogos Hawksianos, y lejos de la clásica interacción paternofilial de plantilla. Los demás secundarios son un acierto, tanto el niño acompañante de Helena como Antonio Banderas y los comparsas de los villanos, con un siempre odioso y repulsivo Boyd Holbrook.
La primera gran aventura con un héroe de 80 años
Pero más allá de caer en gracia por sus aciertos, el verdadero prodigio de ‘El Dial del Destino’ es demostrar que sabe bien lo que necesita una gran película de Indiana Jones. Momentos clave en otras películas toman otras interacciones, desde el encuentro de momias, el miedo a las serpientes de Indy y los clásicos momentos de bichos que dan el sello de garantía regresan sin que sepa a pastiche, sino como un conocimiento intuitivo de los ingredientes clave en este universo, incluida una tremenda banda sonora de John Williams, inspirado como nunca desde 'Duel of the Fates'. Todo lo que has venido a buscar está en la dosis adecuada, en un crescendo sin pausa que saca los colores a otras películas de espectáculo palomitero recientes.
Puede que muchos la encuentren algo anticuada, pero Mangold sabe que bajar el acelerador en ciertos momentos ayuda a dar al conjunto un aura atemporal que seguramente envejezca tan bien como el actor, casi como una rareza en el entorno de los estrenos-evento actuales, representando fuera de la pantalla lo mismo que ocurre dentro, consiguiéndonos transportar a una época menos cínica del séptimo arte, invocando la energía ingenua e ingeniosa de rara avis como ‘El gran halcón’, poniendo sobre relieve la fascinación por la historia del cine de otra época menos dependiente del estímulo.
‘Indiana Jones y el Dial del Destino’ es una despedida gloriosa para el héroe con el que hemos crecido pero también para el Harrison Ford que nos hizo amar al personaje, con una interpretación que sabe adaptar su lado gruñón a la esencia de un largometraje venido de otra época, sin buscar las vueltas a su edad, dejando que sea su plano final el que nos maraville al entender que acabamos de vivir nuestra mejor aventura en una sala desde ‘La última cruzada’ con un héroe con la friolera de 80 años. Un gran regalo de una estrella única en su especie que no te quieres perder en la pantalla más grande que tengas cerca.
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