Ladj Ly consigue momentos icónicos, pero no tiene ningún interés en dar respuestas a los conflictos sociales que aquejan a la capital francesa
Hay películas que llegan exactamente cuando se las necesita. Por ejemplo, 'El gran dictador' se atrevió a bromear con Hitler en 1940, 'Metrópolis' avisaba sobre los peligros del capitalismo en 1925 y recientemente 'Puan' se enfrentaba directamente -y sin pretenderlo- a Javier Milei en Argentina. Y en el panorama político mundial actual, en el que todos sabemos lo que está pasando, una voz como la de Ladj Ly, rabiosa, imperfecta y abrumadoramente política, se torna casi obligatoria en su rebelión un poco infantil gracias a 'Los indeseables'.
Cine y política, relación si la hubiere
Por más que haya quien se empeñe en negarlo (sobre todo de un tiempo a esta parte), el cine es política. Siempre lo ha sido. Y no solo en películas obvias como 'El acorazado Potemkin' o 'Soy Cuba'. 'Starship Troopers' es política, 'Alien' es política, 'Gran Torino' es política, 'John Rambo' es política. Ante este panorama, la crítica de cine no debería permanecer silente y apreciando exclusivamente los logros meramente artísticos de sus directores cuando estos nos están pidiendo encarecidamente que reaccionemos, opinemos y abramos la mente más allá de estos.
Creo que nadie se llevará una sorpresa si digo que la secuela moral de 'Los miserables' (la película francesa de hace unos años, no la adaptación de Víctor Hugo) es pura política. Evitando conscientemente la objetividad ya desde su mero punto de vista inicial, Ladj Ly habla con desafío y rabia, mirando de frente a las injusticias y señalándolas para que el público, en el mejor de los casos, también se encolerice.
La idea es buena y la furia genuina, pero ocurre lo de siempre que las buenas intenciones pasan por la fórmula del grito y el cabreo monumental: la sutileza se pierde, solo queda la brocha gorda y el impacto se acaba diluyendo en un metraje basado en intercalar set pieces sobre de la injusticia que se está cometiendo con momentos de calma donde podemos, más o menos, conocer a los personajes y esperar al siguiente momento en el que indignarnos por su aciago destino. ¿Funciona? Por supuesto, especialmente si eres de su cuerda política. ¿Tanto como Ly espera? Desde luego que no.
Ladj Ly, princesa de la injusticia
Y es que 'Los indeseables' tiene momentos espectaculares e icónicos, pero nadan casi a la deriva en un metraje que confunde la ira y la determinación con una construcción de trama y personajes propiamente dicha. La película funciona, en el fondo, como una especie de canción protesta más cercana a Ska-P que a Javier Krahe, y, a decir verdad, tampoco siente la necesidad de ir más allá, culminando en un momento que deja inconclusa la trama y funciona más como final del segundo acto que como cierre.
Como díptico con 'Los miserables' es, sin duda, alguna, edificante: repite en muchas de sus obsesiones y el tono sucio y asfixiante es común, pero la cinta de 2019 es mucho más acertada y compacta en sus ambiciones de mostrar un caleidoscopio de la Francia que nunca sale en los mapas ni en los tours turísticos. En este caso nos mudamos a París, a un suburbio de clase trabajadora repleto de emigrantes y marcado a muerte por el gobierno de la ciudad. Si habéis visto su cinta anterior, ya imaginaréis que 'Los indesesables' no acaba con abrazos y acuerdos de gobierno.
También es cierto que la cinta no nace con la intención de dar respuestas definitivas a problemas enquistados en la sociedad francesa como el racismo y la lucha de clases. Al contrario, se limita a mostrarlos y subrayar que la mayoría de los políticos no quieren oír hablar de la miseria: tan solo erradicarla, de la manera que sea. La propuesta estilística de Ly es vibrante y única, pero, tristemente, no es capaz de aportar nada nuevo a la representación audiovisual de la siempre hirviente olla social.
Al final, más allá de un par de momentos que perdurarán en nuestra memoria, 'Los indeseables' se queda con las ganas a la hora de cumplir sus propias expectativas. Es cine político que aprieta los puños, señala a los malvados y no tiene tiempo -ni ganas- de andarse con delicadeza, aristas o grises. En el fondo, el cine que merece una sociedad de extremos, que no tiene tiempo -ni ganas- de plantearse dilemas ideológicos, tan solo de enfadarse, ofenderse o sentirse señalado. El arte al servicio de la exasperación más pura. Efectivamente, la película ha llegado exactamente cuando se la necesitaba.
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