No hay que conocer muy a fondo la vida y obra de Rupert Everett para saber que un biopic de Oscar Wilde es una obra de devoción y respeto por un creador que le fascina: desde que se ganó su primera nominación a los BAFTA con su papel de un alumno gay en 'Otro país' en 1984 y obtuvo fama internacional con su celebrado comparsa homosexual, de lengua afilada e ingenio infinito, en 'La boda de mi mejor amigo', su imagen pública ha estado asociada a una forma muy específica de entender la parte espectacular de lo gay: afectada, ácida y punzante. Heredando mucho, de hecho, de Oscar Wilde. Por supuesto, acabaría protagonizando alguna adaptación oficial del escritor y dramaturgo, siendo la más notoria 'Un marido ideal' en 1999.
Tampoco hay que conocer muy a fondo la obra de Everett para intuir hasta qué punto el actor ha puesto de sí mismo en este retrato de los últimos tres años de vida de Wilde. Sus películas como actor a menudo han estado marcadas por su homosexualidad militante (militancia que, obviamente, no ha tenido las consecuencias para su persona que sí tuvo para Wilde) y poner en pie esta película le ha llevado casi una década de trabajo. El actor previsto inicialmente para protagonizarla era Philip Seymour Hoffman, pero Everett prefirió esperar, y finalmente la película ha visto la luz (tras un proceso de preproducción que ha merecido su propio documental) escrita, guionizada y protagonizada por él mismo.
Ese abrazo a una autoría total tiene, por supuesto, sus riesgos, y sin duda algunos de los problemas de 'La importancia de llamarse Oscar Wilde' proceden de ahí. El principal es el abrazo a una concepción algo ramplona de lo que debe ser el biopic de un artista: se van tocando cuestiones como la inspiración, la relación del creador con quienes le rodean, la vida bohemia, la inevitable historia de ascenso y caída, y en unas ocasiones con más acierto que otras. A veces Everett recurre a ciertos tópicos en el retrato del autor solitario y marginado, sobre todo en la puesta en escena, a la hora de reflejar un mundo deformado, grotesco, incompatible con su sensibilidad. Quizás un director más experimentado habría sabido sortearlos.
También su retrato de un París decadente y tenebroso a través de una fotografía oscura, brumosa, abusando de lentes deformantes e iluminación insuficiente -que quizás no haya que achacar siempre a una decisión creativa consciente-, recurre con cierta complacencia a los tópicos. La semblanza de Everett esquiva sin problemas los riesgos de las biografías más académicas (donde sin duda pertenece la más famosa sobre el personaje, 'Wilde', con Stephen Fry en el papel protagonista) pero incurre en otros problemas por una mezcla de la inexperiencia de Everett, su ambición creativa y su devoción por el escritor, que le impide tomar cierta distancia.
'La importancia de llamarse Oscar Wilde': el retrato de Rupert Everett
Pero sin duda, es esa misma devoción la que reviste de interés a esta obra puesta en pie gracias a la energía de Everett. En ella se nos cuentan los últimos tres años en la vida de Oscar Wilde, autor de 'La importancia de llamarse Ernesto' o 'El retrato de Dorian Gray', después de salir de la cárcel, donde fue condenado a trabajos forzados por sodomía. Aunque sus amigos le recomendaron llevar una vida discreta viviendo de la pensión que le mandaba su mujer, Wilde se reencontró con su antiguo amante, el joven frívolo Alfred Douglas, y acabó en la ruina, viviendo bajo un nombre falso y repudiado por la alta sociedad.
Sin duda lo más interesante de la aproximación de Everett a Wilde es que no siente la necesidad de narrar su etapa de éxito en la alta sociedad para que contraste con su decadencia. Se las arregla para que entendamos hasta qué punto su pequeño mundo ha sido demolido solo con los matices nostálgicos de su interpretación y la aparición de secundarios que no son sino residuos de su anterior vida. Sin duda es el enfoque más notable de una película que no juega con el tono agridulce de las típicas historias de caída en desgracia, y se queda solo con la parte amarga, lo que sin duda revista de un componente trágico muy valioso a la historia.
Everett a veces peca de ser excesivamente consciente de la importancia del material que tiene en las manos, y se esfuerza por trufar los diálogos de citas famosas del autor, alguna tan significativa como "O se va ese papel pintado o me voy yo", lo que agarrota a veces el desarrollo de la trama. Algo similar sucede con el retrato de la vida bohemia, maquillada para no desmerecer a su héroe, pero que sin duda tuvo un componente más sórdido y descarnado en la vida real.
'La importancia de llamarse Oscar Wilde' oscila entre las convenciones del biopic (el uso de 'El príncipe feliz' como símil con la situación de Wilde, no por adecuado deja de ser algo ramplón) y cierta valentía plasmada en la crudeza de algunas escenas. El resultado está cerca de aproximaciones valiosas y arriesgadas a la vida de Wilde, como la muy teatral de Gregory Ratoff de 1960, pero algo menos de devoción y más de contención, así como algo de experiencia para bregar con algún chico guapo pero muy mal actor habría redondeado el conjunto a su favor.
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