Vamos a parar el puto tren.(Will Colson)
1 millón de toneladas de acero; 100.000 vidas en peligro; 100 minutos para el impacto. Así se nos vende el nuevo film de Tony Scott, que un año después de ‘Asalto al tren Pelham 123’ (‘The Taking of Pelham 123’, 2009) nos vuelve a ofrecer un producto de acción frenética con Denzel Washington y un ferrocarril descontrolado. En esta ocasión, el hermano del prestigioso Ridley Scott traslada a la gran pantalla una historia inspirada en hechos reales, sobre un tren que avanza a gran velocidad y los dos únicos hombres que pueden frenarlo, antes de que sea demasiado tarde y todo acabe en desastre. En torno a 100 millones de dólares han sido necesarios para montar este juguetito (entre Washington y Scott ya se llevan más de 20 millones), que no está recuperando lo invertido, y es que en dos semanas todavía no ha alcanzado los 50 en la taquilla norteamericana.
Pero dejémonos ya de datos y vayamos a lo que verdaderamente importa. ‘Imparable’ (‘Unstoppable’, 2010) es el tipo de producto que uno espera encontrar en la sesión de sobremesa de algún canal de televisión, una de esas películas que se emiten a la hora de la siesta, para un público relajado, sin exigencias, que por diferentes motivos no va a prestar mucha atención a la (pequeña) pantalla. ‘Imparable’ también encaja perfectamente como estreno de videoclub, eso que se alquila para ver (de nuevo en la tele) entre colegas o familiares, buscando una diversión descerebrada con la que rellenar una parte de la noche. El último trabajo de Scott vale para ambos casos, pero no funciona tan bien en el cine, donde el espectador está obligado a concentrarse en una pantalla gigante. Ahí resulta menos tolerable una película basada en un impacto constante, que cambia de plano a cada milésima de segundo y que intenta convertir todo en un ruidoso espectáculo visual, incluso una conversación íntima entre dos personajes.
Aparte de otorgar a la película un “look” moderno, con todos esos efectos distorsionando la imagen (Scott no conoce límites en este aspecto), el objetivo principal es intentar conseguir que el espectador no piense en lo que está viendo. Es como preparar una llamativa y original presentación en “power point” para que la atención no se centre en el rollo que vas a soltar. En este caso, el despiste tiene una doble finalidad: por un lado, maquillar la mediocre puesta en escena de Scott, que no tiene imaginación alguna a la hora de plasmar la pesadilla que supone el tren sin control, seguramente porque no le interesa, pareciendo que se aburre si el plano dura más de un segundo y no hay ninguna explosión o espectacular choque a cada rato; por otro lado, se trata de cubrir las carencias de un guión (firmado por Mark Bomback) que no aguanta cien minutos, lleno de situaciones tópicas, diálogos banales y anécdotas aburridas.
Con todo, ‘Imparable’ no es un completo desastre, tiene algo que llega a atrapar durante un tiempo, y que bien aprovechado podría haber dado lugar a una película mucho más interesante y emocionante que la que firma el torpe Scott. Me refiero al drama humano y al retrato de la situación económica en la que se encuentran los protagonistas. La trama gira en torno a dos personajes de edad y carácter diferente, cuyos destinos se cruzan casualmente. Uno de ellos es un joven llamado Will Colson (Chris Pine), de buena familia, que tras aprobar un cursillo profesional entra en la empresa donde lleva décadas trabajando el veterano Frank Barnes (Denzel Washington), quien debe acompañarle en su primer día y asegurarse que va aprendiendo cómo funciona todo. Aunque ganarían mucho más ayudándose, reforzando los lazos comunes, sus respectivos conflictos personales y la precaria situación laboral los sitúa en extremos opuestos y los enfrenta.
Will, que se presenta como un chico impulsivo que no sirve para el puesto, y Frank, que deja pasar ni una a su joven compañero, deben soportarse durante una jornada que comenzó como cualquier otra, que iba a transcurrir con normalidad, hasta que uno de sus compañeros comete una idiotez y activa un enorme ferrocarril cargado con material tóxico e inflamable (para complicarlo aun más) que sin conductor corre el riesgo de descarrilar en una zona muy poblada. Tony Scott se equivoca partiendo la narración constantemente para enfocar las acciones de personajes que no están directamente implicados con el viaje suicida de la máquina, liados en discusiones y planes que no dan fruto, en lugar de centrarse en los conflictos y el punto de vista de los dos protagonistas, los héroes de carne y hueso, los únicos capaces de detener el tren (todos los demás son bastante ineptos manejando la situación).
Llegado un momento, ‘Imparable’ se convierte en cine de catástrofe televisado, simulando lo que se podría ver en las noticias si el drama estuviesen ocurriendo realmente. El efecto tiene gracia durante unos instantes, pero Scott lo alarga demasiado; sería más sensato situar la cámara donde ocurre todo, trasladar al espectador al corazón de los hechos, con los personajes que se están jugando el cuello. Eso es lo que interesa de verdad, pero ni el guionista ni el director parecen entenderlo. Había potencial en esta historia y no se le ha sabido sacar todo el jugo, resultando una película que se queda a medio camino de todo, falla como drama y como producto de acción. Habría sido interesante ver un enfoque más atrevido, de la mano de algún realizador con gusto por lo fantástico, que jugara (de forma sutil) con la idea de una máquina con alma, que antes de morir decide lanzarse vengativamente contra un pueblo. Pero Hollywood tiene demasiado miedo al fracaso, y no está el horno para bollos.
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