Ganadora en la Mostra de Venecia de 2007 de la Copa Volpi a la mejor actriz, Cate Blanchett, y del Premio Especial del Jurado, además de otro premio menor, este largometraje todavía no ha sido estrenado, más de un año después, en salas comerciales españolas, por razones indescifrables. En esta segunda mitad de la presente década, la lista de títulos importantes que han visto retrasado o ninguneado su estreno comienza a ser alarmante, insultante y preocupante. La distribución española ha privado al espectador español de una elegía en torno a la figura del que pudiera ser el más prolífico e influyente músico norteamericano del siglo XX.
Los que la han visto esperando un biopic, del estilo de los varios que nos han llegado del otro lado del atlántico estos últimos años, (todos cortados con el mismo patrón), se han sentido vivamente decepcionados ante el torrente de lirismo y el carácter imaginativo que Haynes despliega en 'I'm Not There', una película muy difícil de etiquetar y clasificar, y que por tanto irrita a aquellos que quizá pretenden que el cine ha de ser siempre una historia lineal, con planteamiento, nudo y desenlace. Porque esta apasionada película se desprende de todo conservadurismo formal para explorar las posibilidades de la imagen y la estructura fílmicas. Con vocación de ser más una canción que una película, queda al espectador la decisión de dejarse llevar, o de negarse a hacerlo. Aquí no se engaña a nadie.
Hipnótica, irregular, melancólica, psicodélica, ingeniosa, sorprendente, generosa, bohemia, vanguardista, bizarra...'I'm Not There' se presta al juego metafórico ilimitado, y se regodea en una narrativa sincopada y lisérgica en ocasiones, radical y hasta serena en otras. Lo menos chocante termina siendo que para contar varias etapas personales y varios ciclos anímicos de la vida del cantautor y potea Dylan, interpreten a la persona y al personaje (que terminan por fusionarse en un todo poliédrico) seis intérpretes diferentes: Cate Blanchett, Christian Bale, Richard Gere, Marcus Carl Franklin, Heath Ledger y Ben Whisaw. Porque lo que al final le queda a uno en la memoria es el viaje sensorial de gran belleza plástica y de amor por el detalle en que nos embarcamos, a poco que aceptemos una estructura heterodoxa.
El pastiche definitivo
Todd Haynes ya había dado muestras de su extravagante, barroca, impredecible personalidad plástica con 'Velvet Goldmine' y 'Far From Heaven'. En realidad, parece que andaba buscando la historia o el personaje definitivos para cuajar definitivamente su estilo personalísimo. Y lo ha logrado. Si en la inolvidable 'Velvet Goldmine' contaba la ficticia historia de una estrella del Glam Rock, ahora retrata a una leyenda auténtica de su país. Y lo hace mezclando blanco y negro con color (en varias gradaciones temporales para un trabajo estupendo del operador Edward Lachman), adquiriendo en ocasiones la forma de falso documental y en otras la de videoclip de gran calidad, y regresando siempre a un tono onírico de cadencioso vuelo poético.
Auténtico puzzle narrativo, no exento de mordaz ironía, construido como espejo de un mundo en busca de sí mismo. Porque relatar la vida de este artista, es retratar y analizar la cultura norteamericana del siglo XX (su música, sus géneros cinematográficos, su relación con la iglesia, sus guerras, su despersonalización, su periodismo, su forma de vida), algo que Haynes no se priva de hacer en ninguna secuencia. Los múltiples niveles de 'I'm Not There' no olvidan el objetivo final: ofrecer un tío vivo emocional, un collage esperpéntico pero dignificador, que por supuesto se adentra en las miserias de todo artista de rock de vida tumultuosa, pero que ofrece algo más. Una salida digna quizá. En medio de ese vértigo vacío, aún hay tiempo para el existencialismo. Ese que destilan los poetas malditos a los que acusan de venderse, de traicionarse, pero que nunca han olvidado el camino de vuelta.
En realidad, la estrategia deviene fugaz intento de agarrar lo inasible. En lugar de estudiar a la persona, al hombre, Haynes crea seis alter-egos, seis opciones abstractas, algunas de ellas auténticas desvergonzadas falsedades, para tachar del dibujo todo lo superfluo, y obtener así el contorno de Bob Dylan.