¡Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas, histéricas, desnudas…!Allen Ginsberg (James Franco)
Una vez más tras un considerable retraso, cuando ya puede adquirirse en tiendas de carácter internacional (y no digamos por otras vías de peor reputación), llega por fin a nuestras carteleras una extraña y estimulante propuesta titulada ‘Howl, la voz de una generación’ (‘Howl’, 2010). Primer trabajo de ficción escrito y dirigido por los documentalistas estadounidenses Rob Epstein y Jeffrey Friedman, con el inclasificable Gus Van Sant en labores de producción ejecutiva, la película se centra en la figura del poeta Allen Ginsberg y su obra más conocida, ‘Aullido’ (‘Howl and other poems’, 1956), uno de los títulos clave de la llamada “Generación Beat”, de los años cincuenta, junto a ‘En el camino’ de Jack Kerouac (‘On the Road’, cuya película veremos próximamente) y ‘El almuerzo desnudo’ de William S. Burroughs (‘Naked Luch’, adaptada por David Cronenberg en 1991). Cabe destacar asimismo que la música original del film está compuesta por Carter Burwell, recientemente nominado al Oscar por su exquisito trabajo en ‘Valor de ley’ (‘True Grit’, 2010).
La excusa para retratar a Ginsberg y analizar su obra es un juicio celebrado en San Francisco en 1957, donde se acusa al editor de ‘Aullido’, Lawrence Ferlinghetti, de publicar una obscenidad. Así que la película se divide en dos grandes líneas narrativas; por un lado, lo que acontece en el tribunal, la resolución de un conflicto que podría acabar con el editor en la cárcel y la censura de la obra (cambiando los términos polémicos por unos inofensivos); mientras que por otro se recrea, como si fuese un documental, una entrevista en el apartamento de Ginsberg, una mirada íntima a su mundo personal y artístico, lo que en su caso viene a ser la misma cosa. A esto hay que sumar los flashbacks (en blanco y negro) de la vida del poeta y su círculo de amigos, en la que se incluye una lectura de ‘Aullido’ en un pequeño pub, y también la representación de esa lectura, a través de una serie de imaginativos y coloridos segmentos animados, que ayudan a asimilar más fácilmente el texto de Ginsberg. Todos estos niveles se intercalan con mucha habilidad, creando una singular pieza audiovisual que a ratos resulta maravillosa y fascinante. Tiene tramos menos jugosos, pero el conjunto merece mucho la pena.
La parte del juicio es la más floja de la película, no por el contenido, que es apasionante, sino por la forma, la manera en la que está planteada, demasiado dramatizada y filmada de manera convencional, como si fuera un corriente telefilme. La fortuna es que interviene un abanico de personajes muy variopinto que están interpretados con mucha convicción por actores de talento, pero se nota que los realizadores están mucho más interesados en la figura de Ginsberg, algo que se traslada al espectador. Con todo, no deja de ser entretenido el debate que tiene lugar ante el juez, para decidir si ‘Aullido’ es una obra obscena y carente de valor artístico, como pretende concluir el abogado que interpreta un formidable David Strathairn (el más inspirado de los secundarios), pues está en juego nada y nada menos que la libertad de expresión, el derecho de una persona a proclamar públicamente su singular discurso, suene como suene. Se habla de poesía, arte, censura…, y los intérpretes están estupendos, así que no es posible aburrirse, incluso con una puesta en escena rutinaria.
No hay generación “beat”. Solo un puñado de tíos… intentando que publiquen sus obras.(Ginsberg)
Por el contrario, tanto en el retrato de Ginsberg (a través de sus recuerdos y su presente, atendiendo al ficticio periodista) como en la ilustración de su cruda y libérrima poesía (con dibujos del artista Eric Drooker) se desborda ingenio, pasión y verdad. La fuerza y la lucidez con la que están cargadas las palabras de este peculiar autor traspasan la pantalla, sintiéndose ese radiante deseo de expresar lo que se lleva dentro, con total libertad, sin ataduras de ningún tipo, sin límites, sin reglas, sin vergüenza; tal como fluye. Esta idea la expone el protagonista cuando se refiere a su modo de entender la escritura, señalando que la clave, a su parecer, está en romper la barrera que separa la comunicación con la musa, más seria, correcta y trascendental, y el modo en el que se conversa con los amigos, donde uno se muestra más desinhibido y trata temas que no pondría sobre el papel, en primer lugar por miedo a que lo lean determinadas personas (los padres, por ejemplo). Él apuesta por no pensar en el posible receptor, por una voz pura, libre y personal.
Y uno se cree al Allen Ginsberg de la pantalla porque lo encarna con seguridad un portentoso James Franco, que vive su personaje de manera plena, insuperable, quedando transformado en este escritor, moviéndose y hablando con espontaneidad, sin fingimiento ni dramatismo. Sencillamente, no ves al actor, ves a alguien real, cercano, que mientras fuma te cuenta sus ideas, sus recuerdos, se atasca intentando componer la frase que quiere decir y sonríe cuando descubre que quizá no ha dicho lo que debía… Es una gozada ver hasta dónde puede llegar este intérprete, quizá en su mejor momento, considerando su no menos inspirada labor en ‘127 horas’ (‘127 hours’, 2010), un título de mayor repercusión que ‘Howl’, pero sin la autenticidad y la inteligencia de ésta. En resumen, puede que no te diga nada el nombre de Ginsberg o la “generación beat”, y que no te interese la poesía, pero creo que al menos apreciarás lo atípico de la propuesta, las actuaciones de un elenco muy comprometido (Jon Hamm, Jeff Daniels, Mary-Louise Parker Treat Williams, Alessandro Nivola…) y unas brillantes piezas animadas.
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