Durante toda la proyección de 'How to have sex' no me podía quitar de la cabeza aquella canción de Bad Bunny que dice "Y si hay sol hay playa, y si hay playa hay alcohol, si hay alcohol hay sexo, si es contigo mejor". Ya de por sí es ciertamente problemática, pero después de ver esta película no podré volver a escucharla de la misma manera.
Porque aquí hay sol, playa, alcohol y sexo, pero también una mirada femenina que da la tristísima cara B de ese aparente fiestón constante.
No es un tutorial
Dicen las madres que si escuece, es porque está curando. Y 'How to have sex' solo se puede afrontar de dos maneras. O bien como película de terror, de esas que escuecen al alma mientras vemos un horror cotidiano que ni su propia protagonista es capaz de racionalizar, o bien como cine molesto, de ese que mete el dedo en tu ojo y te pone un espejo delante bien para que trates de verte y mejorar, o bien para menospreciarlo y banalizar sin darle media vuelta. No hay término medio, y la indiferencia no parece, a priori, una posibilidad.
Y eso que el guion de Molly Manning Walker es, a veces, excesivamente poco sutil y demasiado ético, como si fuera una película que nace con la vocación de ser importante y de enseñar lecciones valiosas tras su proyección en los institutos.
Pero, por suerte, evita la leccioncita obvia y no se queda en la simple educación en valores (eso habría sido muy decepcionante), sino que consigue ir más allá dejando ver todas las caras de una agresión sexual, desde la de una víctima animada por sus amigas hasta una red de seguridad que impide el señalamiento público del agresor.
En un mundo de blancos y negros, 'How to have sex' trata de dirimir los distintos grados del gris. ¿Puede ser una agresión sexual si has dicho "Sí"? ¿Qué contar y qué callar para no ser juzgada por la moral del resto del mundo? ¿No es acaso lo que buscabas? ¿No es exactamente lo que querías?
La película nunca verbaliza ninguna de estas preguntas, que pasan por la cara de una protagonista (increíble Mia McKenna-Bruce) a medio camino entre la confusión, la indignación y la vergüenza. Premiada en el pasado Festival de Cannes, esta ópera prima llega ahora a los cines de España y dará mucho que hablar.
Si hay alcohol hay sexo
Las tres protagonistas de la cinta tienen 17 años y han decidido que este será el verano de su vida, recluidas en un microcosmos vacacional fantasmagórico al estilo Magaluf, una ciudad que vive por y para la adoración y el elogio excesivo del alcohol, el sexo y la fiesta continua, como única alternativa de ocio incluso cuando no apetece. Un lugar donde las buenas personas quedan reducidas a un trozo de carne y nada importa lejos de la cerveza, los concursos fálicos y la desinhibición juvenil continua.
Y lo que en un principio podría ser un 'Spring breakers' se transforma, poco a poco, en una cárcel de aparente festividad para su protagonista, que, tras hacer aquello que no quería, solo puede reconstruirse al alejarse de su universo preestablecido y cerciorarse de que, por rota que esté, hay un mundo de buena gente ahí fuera.
Ella ha tenido la desgracia de encontrarse, precisamente, con quien no lo es. Y su único refugio es el balcón de la habitación, mientras de fondo escucha el griterío juvenil y la música que ya no siente en su interior.
'How to have sex' es un coming-of-age de la cultura de la violación, en el que Tara, tratando de vivir dentro del paréntesis de una vida que no está yendo como esperaba (ese mensaje de voz de su madre, esa sonrisa falsa al felicitar a sus amigas), se ve obligada a evolucionar de golpe y porrazo y a plantearse por completo todo lo que está viviendo frente a unas amigas que, aparentando más madurez, ni siquiera son capaces de ver lo que tienen enfrente de sus ojos.
Noches de desenfreno, mañanas de Ibuprofeno
Por supuesto que habrá quien pueda (y quiera) indignarse con 'How to have sex', pero la cinta de Molly Manning Walker no está pensada para eso. De hecho, la gran mayoría de sus personajes (incluido el agresor sexual) caminan en un mundo de grises que solo es comprensible entre los propios muros de ese gigantesco y absurdo hotel que hace de las veces de limbo artificioso entre sibilinas partidas al "Yo nunca", presión amistosa para tener sexo, adolescentes con las hormonas desatadas y amigas que prometen serlo para siempre sin ser conscientes (o, negándoselo a sí mismas) de que este es su último verano antes de distanciarse.
Es fascinante cómo en un sub-mundo creado a base de libido y artificiosidad (con "directores de juegos sexuales" incluidos), donde un cuerpo no vale nada y el consentimiento va más allá de la mera afirmación mecánica, todo parezca tan real. El terror de unas amigas que no paran a incitar a Tara para que pierda la virginidad hasta que se ve obligada a aceptar por compromiso, la mirada sexualizada asquerosamente segura sobre aquello que alguien ya ha tomado y siente como propiedad, la incomprensión de aquel que, sentado en el banquillo, solo quiere entender sin proferir palabras.
Aunque la película a veces peque de obvia, no estamos en unos tiempos donde la obviedad pueda desdeñarse con tanta facilidad como creemos: hay gente que niega que algo blanco y en botella sea leche mediante todas las piruetas mentales que uno pueda imaginar.
Y a ellos también va dirigida 'How to have sex', porque vive en el mundo de los polvos consentidos a medias, del "Es que vamos a acabar teniendo que firmar unos papeles antes de tener relaciones", de los límites del deseo, de la frustración de sentirse diferente, el dolor de la incomprensión, el sexo como simple moneda de cambio. El escozor como símbolo anímico de que algo, poco a poco, sigue curando.
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