Nunca suele ser positivo indicativo acerca de un filme el que se estrene con casi un año de retraso con respecto a la fecha en la que fue distribuido en Estados Unidos y aún menos que, cuando lo hace, la distribuidora lo coloque en el mismo viernes que otro título del similar género llamado a ahogar sus posibilidades de taquilla. Y eso es lo que ocurría con 'Horns' (id, Alexandre Aja, 2013) hace dos fines de semana cuando compartía cartelera con esa horrible y descerebrada tercera entrega de la saga de 'Insidious' (id, James Wan, 2010).
Pero por una vez, y sin que sirva de precedente, a lo que podemos encontrar en el filme protagonizado por Daniel Radcliffe no pueden asignársele apelativos como execrable, infumable u olvidable, y lo que Alexandre Aja firmaba hace más de veinticuatro meses —la cinta se rodó entre octubre y diciembre de 2012— merecía al menos haber tenido la oportunidad de haber podido acceder a un público más extenso a través de una campaña de publicidad que hubiera explotado el que, sin duda, es el mayor atractivo de la producción: el contar con Harry Potter.
Ni rastro del mago del rayo
Determinado a desprenderse del que suponemos ya será un molesto lastre para el intérprete británico, las decisiones que Daniel Radcliffe ha ido tomando desde el momento en que, hace cuatro años, abandonó para siempre el rol del mago creado por J.K.Rowling, parecen ir orientadas a hacernos olvidar que una vez fue un entrañable chaval inmerso en una de las franquicias más rentables de la historia del cine.
Y como muestra, el botón que suponen las cuatro producciones en las que ahora mismo se encuentra implicado y en las que dará vida desde el hijo del ingeniero que construyó el puente de Brooklyn hasta a Igor, el mayordomo del Victor Von Frankenstein, pasando por, por ejemplo, un papel —de relevancia, se intuye— en la secuela de ese grato entretenimiento que fue hace un par de años 'Ahora me ves' ('Now You See Me', Louis Leterrier, 2013).
Centrando nuestra atención en 'Horns', lo que aquí encontramos de mano de Radcliffe se sitúa en el opuesto del espectro que le vierámos en las aventuras de Harry Potter, encarnando el actor con gran efectividad a un torturado veinteañero que, después de que el amor de su vida aparezca asesinado y él sea señalado como principal sospechoso, tendrá que lidiar con las más que curiosas situaciones que se derivarán de un par de cuernos que le aparecen en la frente de la noche a la mañana.
Dicha cornamenta provoca que la gente con la que el personaje de Ig —Ignatius Perrish, curioso nombre— se cruza, se vea obligada a revelar sus más oscuros deseos, sean éstos los instintos homicidas hacia su irritante hija, la necesidad imperiosa de defecar en el coche de la amante de su novio, admitir que se está mintiendo a diestro y siniestro para convertirse en famosa y rodar su propia cinta de sexo "robado" o dar rienda suelta a unos impulsos homosexuales reprimidos desde la infancia por un padre autoritario.
'Horns', digno entretenimiento
Con este esquema queda claro que, durante buena parte del metraje, más que un terror al que Aja da salida por la vida de lo truculento —algo que es muy de agradecer, dicho sea de paso— el tono que impera es el de la comedia negra y cáustica, una que aquí funciona bastante bien y que por mano de los diversos encuentros de Ig con los personajes que habitan el pequeño pueblo en el que se desarrolla la acción encuentra momentos de esos que, sin arrancar la carcajada, si que nos hacen reir con facilidad.
El maridaje que este tono socarrón y sardónico guarda para con el resto de aspectos del filme se mueve entre lo desigual de su adecuación a la vertiente dramática de la cinta y la facilidad con la que se mezcla con aquella que tira los tejos a la fantasía, mostrando la dirección de Aja en todo momento que puede moverse en parámetros que van desde la discreta soltura que dimana de lo más "serio" del metraje al espléndido tratamiento que aporta a lo que realmente le interesa, el lado más tenebroso y bestia de la acción.
El resultado de la fusión de tantos mundos es un título que funciona con cierta regularidad sin tocar la brillantez en ningún momento; que entretiene durante dos horas de metraje que nunca llegan a resultar pesadas; que cuenta con un estupendo elenco de secundarios para servir de marco de fondo al personaje de Radcliffe —me quedaría, por citar a dos, con el siempre espléndido David Morse y la alocada interpretación de Heather Graham— y que, como apuntaba al comienzo, hubiera merecido mejor suerte que quedar relegada al olvido. Una lástima.
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