Cuando comenzó en 2011, deslumbró a un público ansioso de historias que fueran más allá de un bonito espectáculo. El compromiso con la realidad y la certeza de que el espectador necesitaba conocer cómo funcionaban los vericuetos de las altas esferas convirtieron a 'Homeland' en una de esas series imprescindibles, de las que «si no la sigues, estás fuera.»
En 2020 nos hemos habituado a todo tipo de ficciones políticas. Desde las que nos hablan de corrupción a las que se pierden en líos de cama. Pero los más nostálgicos seguimos recordando que ‘Homeland’ fue pionera, transgrediendo lo que hasta entonces protagonizaba la parrilla.
Y nos sentimos un tanto huérfanos porque la serie de Alex Gansa, Howard Gordon y Chip Johannessen se ha despedido para siempre. Afortunadamente, dejándonos muy buen sabor de boca.
Antes de continuar, tened en cuenta que el texto está plagado de SPOILERS. Así que leed bajo vuestra responsabilidad...
Regreso a la primera temporada
No hay que ser ningún lince para descifrar la metáfora de la trama principal de la temporada. Después de pasar varios meses bajo vigilancia rusa, Carrie (Claire Danes) ha vuelto a Estados Unidos. Pero su lealtad es puesta en duda. ¿Es posible que, en realidad, haya sido reclutada y esté trabajando para los enemigos de la patria?
Carrie se convierte así en un remedo de Nicholas Brody (Damien Lewis), el detonante de la serie. El soldado al que ella misma acechó y del que después se enamoró. Como él, no solo ha sufrido un duro cautiverio sino que ahora siente el rechazo de los suyos, que la ven como una posible espía. Eso sí, las diferencias con Brody son notables. Mientras que él sí planeaba atentar contra su gobierno y vivía torturado por esa idea, Carrie no ha tenido nunca duda respecto a con quién están sus lealtades.
Solo que, como sabemos, ella va completamente por libre y no piensa ni por un momento en comprometerse con unas directrices que la aparten de su objetivo. En este caso, descubrir dónde están su amigo Max y la caja negra del helicóptero.
Espionaje en todas sus formas
Para despedirse por todo lo alto, ‘Homeland’ ha ofrecido una temporada completísima en la que se ha explotado el género del espionaje desde todas sus vertientes.
Primero, tuvimos unas negociaciones que implicaban supuestos buenos propósitos dentro de una compleja partida de ajedrez. El apoyo de G’ulom (Mohammad Bakri), el acercamiento con Haqqani (Numan Acar), la presión del Isis, las tensiones con la estación de Kabul… Tensas reuniones que remaban hacía un final feliz.
Hasta que todo salta por los aires por ese "atentado" contra los presidentes de Estados Unidos y Afganistán. El miedo a un retroceso en el complicado proceso de paz y, sobre todo, su ansia por conocer siempre la verdad, llevan a Carrie a obviar la autoridad de sus jefes e investigar por su cuenta. No está sola, tiene el apoyo de Saul (Mandy Patinkin) y de Gromov (Costa Ronin), un oscuro personaje del que, lo que conocimos en la temporada 7, no nos gustó nada.
Así comienza una etapa llena de acción y sobresaltos. Las preguntas del espectador son evidentes, ¿de verdad Gromov está ayudando a Carrie o solo quiere aprovecharse de ella? ¿Tiene Carrie otra opción que no sea la de confiar en este hombre que, en la casilla de salida, era su adversario?
Hemos visto a Carrie superar muchos límites, pero, en esta temporada final, se lo juega todo a una carta. Por conseguir la caja negra, Carrie traiciona la confianza de Jenna, hace que Saul gaste un millón de euros de los fondos del Estado y, lo más importante, se convierte, oficialmente, en una enemiga para los Estados Unidos. Porque, a cambio de la caja negra, los rusos solo quieren una cosa, saber quién es el topo de Saul.
Lo que nos lleva a la última parte de la temporada, que se adentra en un subgénero más sofisticado e incluso glamuroso, algo que no habíamos tenido en ‘Homeland’ y que brinda una estimulante trama de códigos secretos y comunicaciones imposibles que se remontan a la Guerra Fría. Una delicia que ojalá hubiera tenido más minutos en la trama.
La última historia de amor...
El thriller de ‘Homeland’ siempre ha estado salpicado por las relaciones personales de Carrie, unos romances tan tormentosos como las misiones a las que se enfrentaba.
En esta última temporada, hemos acabado a lo grande, con la relación que establece con Yevgeny Gromov. El viaje del espectador va desde el rechazo más absoluto a una simpatía creciente al ver cómo se preocupó por Carrie durante su cautiverio. Es el único que sabe que estuvo a punto de ahogar a Frannie y llegó a salvar a Carrie del suicidio.
Incluso cuando le vemos atacar a Carrie para robar la caja negra, le descubrimos en un último plano en el que le da un dulce beso. Gromov ha caído ante Carrie y eso será su ruina. Porque nos regalará el mejor final que podíamos desear. Carrie es la nuevo topo, infiltrada en las altas esferas de la política rusa, una pieza clave de la que nunca sospecharán porque, en primer lugar, ya traicionó a Estados Unidos.
...y la verdadera historia de amor de 'Homeland'
Si hay alguien que siempre ha estado al lado de Carrie, incluso en sus momentos más bajos (todos sabemos cuán ruines han sido) ese ha sido el bueno de Saul.
El Director de Seguridad Nacional no duda en llevarse a Carrie a Kabul aunque las autoridades sanitarias le dicen que no está preparada. Mantiene el contacto con ella cuando se marcha con Gromov e incluso le permite alojarse en su casa cuando es detenida por el FBI y repatriada a los Estados Unidos.
¿Qué le duele más a Saul: haber perdido a Anna, la mujer con la que ha colaborado durante décadas; o a Carrie, la que se perfilaba como su clara sucedora?
Los guionistas de ‘Homeland’ han jugado de maravilla con las expectativas de los espectadores. Cuando Carrie visita a la hermana de Saul en Israel, todos pensamos que realmente, este ha muerto. Y nos sentimos desolados por cómo Carrie ha destruído la relación más importante de su vida. Pasan los minutos, nos acercamos al final y vemos muy complicado que Carrie pueda deshacer lo que nos parece la traición más sucia de toda la historia de la televisión (sin exagerar).
Señor presidente
La serie de Showtime siempre ha querido ser un espejo de la situación política de su país. Algo pero que muy complicado cuando vivimos tiempos tan impredecibles.
Durante la temporada siete habían confiado en la victoria de Hillary Clinton para la presidencia, un personaje que plasmaron en la Presidenta Keane. Pero, como la realidad supera a la ficción, fue Trump el vencedor. Apostar por un individuo así, sin que arrasara por completo con toda la trama, era muy difícil.
Hemos visto a un presidente torpe, bastante limitado, de esos que se esconden en las palabras "patria" y "honor" para ocultar sus incapacidades. La trama del Presidente Hayes (Sam Trammell) es sonrojante no solo para los estadounidenses, sino para cualquier ciudadano de un país en el que, supuestamente, ha de gobernar alguien con sensatez y ganas de servir al pueblo. Las intervenciones del personaje hubieran resultado hasta hilarantes en otro contexto.
Los defectos de la temporada 8
Una serie muy compleja, con demasiadas capas. Y muy pocos capítulos para cerrarlos de forma brillante. El final de ‘Homeland’ también ha tenido sus pegas.
Para mí, la más importante, la forma en la que Carrie campa a sus anchas por una zona de guerra. Vale que es una licencia dramática para permitir que el personaje sea activo. Pero, ¿de verdad alguien puede creer que ocupe un puesto tan importante en las negociaciones de paz cuando desde Estados Unidos no se fían de su recuperación psicológica? Y, por si fuera poco, ¿que después, tras fugarse con Gromov, la dejen en libertad cuando regresa a Estados Unidos?
Tampoco me ha parecido demasiado acertado el cierre a la trama del hijo de Haqqani. Haqqani padre había sido un personaje de diez, un "malo" carismático que nos cautivó poco a poco. Su hijo es un radical que pone en peligro la paz entre los americanos y los afganos. Pero su trama queda inconclusa. Primero, vemos un descafeinado bombardeo en el que aseguran que ha muerto. Después, nos explican que continua vivo…
Y es que la temporada ha querido contar muchas cosas en muy poco tiempo. Por eso, ha resultado vibrante y adictiva pero, en ocasiones, algo deslabazada.
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