Sacar adelante una producción cinematográfica, independientemente de su envergadura, puede resultar un auténtico calvario. A los longevos procesos de escritura y puesta en marcha de un proyecto, se unen numerosos factores relacionados tanto con la fase de pre-producción como con el propio rodaje que, ante el más mínimo desajuste o imprevisto, pueden mandar al traste por completo la materialización de un largometraje.
De entre todas las producciones infernales que pueblan la historia del cine, podemos encontrar un ejemplo reciente de todo esto en el vía crucis por el ha pasado Terry Gilliam desde que en 1989 comenzase a trabajar en su adaptación de 'El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha' de Miguel de Cervantes a la gran pantalla. Una hazaña frustrada en numerosas ocasiones por elementos tan dispares como la meteorología o los problemas financieros.
Casi tres décadas después —que se dice pronto— de que comenzase a soñar con él, el cineasta británico ha conseguido, al fin, llevar a su Quijote a la gran pantalla en 'El hombre que mató a Don Quijote'. Por desgracia, el resultado final no hace justicia alguna a los esfuerzos de Gilliam por dar a luz su ansiada creación, que ha terminado siendo un grotesco y sobrecargado batiburrillo de ideas inconexas, carente de lógica, falto de emoción y con una habilidad asombrosa para aburrir soberanamente.
Se hace particularmente doloroso redactar una reseña negativa de un filme que ha supuesto un sacrificio de dimensiones titánicas para su máximo responsable como es este 'El hombre que mató a Don Quijote'. Especialmente cuando, a lo largo de su innecesariamente abultado metraje —superior a las dos horas—, puede entreverse el discurso de un autor que maldice el proceso creativo cinematográfico y sus efectos nocivos pero que, a su vez, es incapaz de disimular su absoluto amor y devoción por el medio.
Lamentablemente, más allá de su encantadora carta de amor velada al oficio, poco puede rescatarse de la caótica e incoherente 'El hombre que mató a Don Quijote'. Ni rastro hay en ella del genio del Terry Gilliam que nos brindó maravillas como 'Brazil', '12 monos' o la espléndida 'El rey pescador'; tan sólo pequeños retazos de su afición por el exceso y su gusto a nivel estético y temático por el surrealismo que en este caso funcionan como palos en una rueda que se niega a girar bajo ningún concepto.
Ni tan siquiera un Adam Driver especialmente cómodo en su papel principal y entregado al cien por cien a la causa logra escapar de las garras del histrionismo y el caos que envuelven a la película y que no consiguen evitar el sopor que produce una eterna sucesión de giros dramáticos sin sentido, secuencias inconexas, y una falta de coherencia interna y de foco que parece motivada por los numerosos cambios que ha sufrido el libreto del filme —y, junto a él, la perspectiva de Gilliam sobre el mismo — durante los años.
Tristemente, 'El hombre que mató a Don Quijote' pasará a la historia gracias a la historia oculta tras su tortuosa producción y no por méritos propios. Sin lugar a dudas, y con el fin de evitar un buen número de bostezos y cambios de postura en la butaca fruto de la desesperación, es preferible obviar el nuevo trabajo del ex Monty Python y entregarse al interesante documental 'Perdidos en La Mancha (Lost in La Mancha)' en el que se narra la primera gran debacle de un proyecto, como hemos podido comprobar, abocado al desastre.
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