El director Robert Eggers se ha convertido en una voz cinematográfica singular con dos películas antes de ‘El hombre del norte’ (The Northman, 2022), que se estrena el 22 de abril, primero el escalofriante “Cuento popular de Nueva Inglaterra” del siglo XVII ‘La bruja’ (The VVITCH,2015) , y la muy inferior ‘El faro’ (The Lighthouse, 2018), otra reimaginación de un relato popular galés con la que continuaba su estilo de cargar las atmósferas en el que sus presupuestos relativamente bajos, creaban mundos expansivos sin dificultad.
En esta ocasión, ya sin la sombra del sello A24, el director sigue siendo fiel a su estilo, aunque ahora se enfrente a una epopeya vikinga con presupuesto de 90 millones de dólares, sobre el relato de venganza que habría inspirado el ‘Hamlet’ de Shakespeare, quien no era nada ajeno a las leyendas escandinavas. Puede que por estas conexiones esta mirada a la historia de príncipes y asesinatos tenga resemblanza a ‘Othelo’ y al ‘Macbeth’ (1971) de Roman Polanski.
Aquella no solo era una contradictoria combinación de realismo crudo de los años 70 y convicción teatral, sino que difuminaba las líneas de lo figurativo y lo sobrenatural, incluyendo mucho imaginario de lo que ahora conocemos y etiquetamos como folk horror, antes si acaso de la película más conocida del movimiento, ‘El hombre de mimbre’ (The Wicker Man, 1973), que es también la principal inspiración de otro hit de A24 como ‘Midsommar’ (2019), con la que Ari Aster incluía la mitología pagana nórdica como parte de un choque cultural actual.
Épica vikinga sangrienta y con fugas al terror
Y como si quisiera complementar de alguna forma la película de su amigo, Eggers ha coescrito con el poeta islandés Sjón la que es su intento de hacer "la película vikinga definitiva", en la que llena la pantalla de todos los elementos visuales reconocibles del contexto de aquella, desde las drogas alucinógenas, los tapices, pieles de oso, las runas, grotescas muertes rituales dentro de una mitología compartida escrita en runas y la postal definitiva para conectarlas, una actriz de moda con una corona de flores.
Aquí es Anya Taylor-Joy la que recita los textos de un guion sin tamizar, lleno de epítetos sobre la venganza y el destino que claman por una síntesis que acompañe a la fabulosa narración visual desplegada por el director. Y es que la trama es suficientemente reconocible y simple como para evitarle los postizos retóricos que se amalgaman en momentos que no los necesitan, como tratando de empujar hacia adelante una historia que tan solo es un lienzo para el cuidado empaque estético que consolida la fotografía rica en matices de oscuridad de Jarin Blaschke.
Las actrices, por cierto, son las que salen ganando frente al reparto masculino, tanto Taylor-Joy, fantástica, Björk, completando su ciclo como actriz con otro papel de bruja tras su debut en ‘Cuando fuimos brujas’ (The Juniper Tree, 1990), como Nicole Kidman, sin duda la más convincente del reparto junto a Willem Dafoe. Y es que muchos parecen estar en una obra de teatro encajada en un diorama preciosista de roca y madera, a veces con actuaciones tan al límite que da la impresión de que estamos en una versión de los Monty Python del ‘Valhalla Rising’ de Nicolas Winding Refn.
Y es que el exceso no es nuevo en la obra de Eggers, y tras la concertina escatológica de ‘El faro’, en la que los actores se gritaban, escupían, rugían y aullaban histéricamente, en ‘El hombre del norte’ muchos rituales tienen a Ethan Hawke y Alexander Skarsgård hacen lo propio en ocasiones, y aunque no lleguen a extremos de parodia, sí que hay cierta chirigota y en ocasiones aparece la risa involuntaria cuando se confronta con el tono solemne de algunas líneas en momentos más intimistas.
Una apuesta de estudio por algo diferente
Y es que Eggers no tiene la hoja tan afilada como Aster y las salidas de tono histriónicas de la película no poseen humor negro sino cierta mirada irónica sobre la propia cultura que trata de representar con fidelidad, dejando que la imagen capte rituales y ceremonias en las que sus personajes creen, pero dejando una distancia tan amplia con el espectador que pasa a un nivel casi documental. Pero el director juega aquí con la constante mezcla de la sensatez terrenal con la alucinación, el efecto de las creencias llevadas hasta un nivel de ilusión perpetua.
Esto es lo que hace que el juego con la ambigüedad de ‘El hombre del norte’ funcione mejor que en ‘El faro’, en la que la consecución de referencias artísticas se volcaba sin conectar con las ansiedades de sus protagonistas, mientras que en esta significan todo para sus personajes, son el agua que beben y las historias que viven, con lo que aunque siempre haya alguna señal para el espectador de hasta dónde no va a llegar el mundo ultraterrenal, sí que hay un juego con la magia, los presagios y el destino.
Este material místico da espacio a Eggers a volver a su mundo de ‘La bruja’, con animales sobrenaturales, gente desnuda alrededor de las hogueras, levitaciones y una atmósfera cercana al terror en no pocas ocasiones, que se combina con sangrientas estampas de muerte ritual, sacrificios, de donde actualiza un planteamiento casi de western que hacen que ‘El hombre del norte’ cruce constantemente las líneas del género, pese a que tiene siempre clara su condición de cine de venganza, dentro de un contexto de espada y brujería.
Cine de gran presupuesto suicida y sin complejos
Los fans de Conan disfrutaran con esa recreación de la búsqueda de la espada en el cadáver en el trono directamente salida de la adaptación de John Milius, o la escena del asalto a la aldea y la decapitación que presencia el niño Amleth, pero Eggers mira también al cine fantástico soviético de Aleksandr Ptushko y Aleksandr Rou como ‘Sampo’ (1959) o ‘Kashchei el inmortal’ (1945) y, sobre todo, a la trilogía Vikinga de Hrafn Gunnlaugsson, que actualiza proponiendo un planteamiento casi de venganza contada como los western de Eastwood.
La película de Eggers busca la excelencia formal pero a veces tropieza con su propia autoimportancia, encaja con la tendencia reciente a la evocación de contar leyendas como un libro pop up en movimiento de ‘El caballero verde’ (The Green Knight, 2021) –con la que comparte además zorritos guía–, y esa fijación por el primer plano frontal tan de A24 que empieza a convertirse en un cliché del cine con aspiraciones artísticas que está encajonando a este y otros directores.
Pero la simbiosis con un gran estudio corrige mucha deriva excéntrica de la anterior película del autor y abre el mundo a un gran público que puede disfrutar de un espectáculo visual abrumador que acaba tomando tracción en su segunda mitad, haciendo de ‘El hombre del norte’ un rarísimo ejemplo de blockbuster sin ataduras, no radical pero sí valiente e inusual dentro de un mercado en el que películas como esta, ‘El guía del desfiladero’ (2008) o ‘Centurión’ (2010) son rechazadas por la taquilla.
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