‘Heridas abiertas’ era una de las grandes apuestas dentro del panorama televisivo veraniego, algo que no tardó en confirmar convirtiéndose en la serie más comentada de estos dos últimos meses. Por mi parte, disfruté mucho con el piloto, aunque creo que bajó algo el nivel durante los seis siguientes episodios, quedándome únicamente pendiente el capítulo final que HBO estrenó anoche.
La serie se había molestado en construir varios posibles culpables a lo largo de los siete anteriores capítulos, ya que había suficientes detalles para justificar diferentes elecciones y que no fuera un golpe gratuito para sorprender al espectador. Eso permitía muchas opciones, aunque siempre con la vista puesta en el original literario de Gillian Flynn, y el desenlace ha estado a la altura, sabiendo jugar además con las expectativas del público.
Cerrando el trauma de Camille
Algo olía a podrido desde el primer momento en el personaje de Adora, la peculiar madre de la protagonista, pero había varias señales para desviar aunque fuera parcialmente la idea de que ella fuera la asesina. Empezando por el trauma de su hija y siguiendo por una actitud que realmente transmitía disgusto cada vez que se hablaba de algo relacionado con los asesinatos de las niñas del pueblo.
Sin embargo, su actitud cada vez marcaba más el terreno hacia la idea de que quería acabar con la vida de sus hijas como ya lo había hecho en el pasado con otra. El hecho de dar más fuerza a esa parte del relato en el episodio final funciona además de maravilla como catarsis para el personaje interpretado por una impecable Amy Adams.
Solamente la escena en la que ella está a merced de su madre en la bañera ya nos compensa por cualquier altibajo dramático que pueda haber habido en el tratamiento de su relación a lo largo de esta miniserie. Esa capacidad de Patricia Clarkson para transmitir una sensación de amenaza relajada resulta exquisita, mientras que Adams se pliega muy bien al papel de víctima, pero sabedora de lo que tiene que hacer para que su madre no se salga con la suya.
Todo ello aderezado por un paso adelante en términos de atmósfera, trasladando el agobio veraniego del pueblo al interior de una casa sin necesidad de enfatizar nada para que el espectador tenga más fácil el saber a qué atenerse. No obstante, queda claro que falta algo en cuanto la policía hace acto de presencia y neutraliza a Adora. Faltaban demasiados minutos de episodio para contentarnos con la idea de un extenso epílogo.
La acertada sorpresa final de ‘Heridas abiertas’
Un buen detalle de esos minutos es que el director Jean-Marc Vallée refleja la llegada a la normalidad de la protagonista dejando atrás esos micro-flashbacks que servían para recordarnos cómo los traumas del pasado la estaban afectando en el presente y todo parece encaminado a un final feliz tradicional que seguramente algunos recibirían de buen grado, pero faltaba algo y era que seguía costando ver a Adora cometiendo las atrocidades sufridas por las niñas fuera de su familia.
Es ahí donde haber realizado un caldo de cultivo generoso en lo referente a los posibles culpables -aunque eso tuvo como consecuencia que la evolución de la investigación resultase ocasionalmente un poco frustrante- consigue que una rápida revelación simplemente encaje, ofreciendo a aquellos que puedan no atar cabos rápidamente una propina a mitad de los títulos de crédito finales.
¿Habría estado mejor deleitarse en la culpabilidad de Amma, que con apenas una frase ya acepta su culpabilidad sin necesidad de expresarlo directamente o algo sencillo, subrayado de forma exquisita por el uso de dos canciones de Led Zeppelin, una de las cuales ya había tenido presencia a lo largo de la serie? Por mi parte creo que es un cierre perfecto, alterando de nuevo a la protagonista y dejando la duda sobre qué pasará a continuación…
En definitiva, ‘Heridas abiertas’ se ha despedido con un gran episodio que ha dado un cierre estupendo a una miniserie que quizá no haya sido tan sólida en líneas generales como apuntaba su primer capítulo, pero las actuaciones de su reparto -más de ellas que de ellos, eso sí- y el buen trabajo de puesta en escena de Vallée han compensado con creces sus pequeñas debilidades.
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