Mientras escribo estas líneas, desfilan por la pantalla de mi televisor las imágenes de ‘Hellboy 2: el ejército dorado’ en su estreno en Canal + (no, no me pagan nada por darles publicidad, pero son los únicos que no cortan las películas para poner anuncios, se merecen un algo de respeto). De modo que me he decidido a sentarme delante del ordenador para repasar un poco el trabajo que ha hecho del Toro con el cómic de Mike Mignola.
Una cosa está clara: hay directores que se ganan una fama desmedida que nada tiene que ver con la importancia real de sus películas, sino más bien con el forofismo de un sector del público, siempre entregado a fantasías blandas y facilonas, y a cierto sector cinéfilo siempre dispuesto a adorar a ídolos de barro. Del Toro, en mi opinión, es uno de ellos. Un director que desde la magnífica ‘Cronos’ ha ido en caída libre con la sola excepción de la más que digna ‘El laberinto del fauno’.
De modo que lo que tendría que haber sido una carrera prometedora para un gran conocedor del cine y la literatura fantástica como es del Toro, se ha quedado en agua de borrajas, algunos intentos fallidos de ‘blockbuster’ y un par de aciertos fortuitos que no justifican una personalidad artística poco autoexigente. Vamos, que en lugar de crecer, este hombre da un paso atrás en cada película. Pero centrémonos en su díptico sobre el demoníaco personaje.
Nada que ver con el genial cómic
Todo lo que en el cómic era contención y elegancia visuales, en las películas de del Toro es regusto por lo recargado, barroquismo de segunda fila. Los claroscuros, la estilizada formalización de Mignola, se convierte en manos de mexicano en un colorido recargante, que ya en la segunda película roza lo insoportable. La atmósfera cuidada y sabia de Mignola, con esea inclinación maravillosa por lo grotesco y lo sobrenatural, se infantiliza de manera en manos de un director al que no comprendo como tantos cinéfilos pueden venerar.
Pero más allá de las odiosas comparaciones con un material que nunca debió ser trasladado a un fallido intento de ‘mainstream’, ya que su verdadera naturaleza era ‘underground’ (un concepto que hoy parece olvidado, menos mal que nos queda Tarantino), del Toro presenta un material anodino, sin la menor fuerza narrativa, más basado en escenografías y luces y látex que en verdadero cine, eso que a algunos es lo que en verdad nos importa.
Para no enrollarnos: los dos grandes defectos de del Toro son aquellos que le impedirán ser un buen director alguna vez en su vida, el tono y el ritmo. Resulta exasperante comprobar que un director con una trayectoria ya de siete largometrajes, no mejore en ambas características. Eso sí, parece empeñado en demostrarnos, cada vez con menos acierto, su en teoría fastuosa imaginación gráfica, que le lleva a diseñar criaturas a veces fascinantes, muchas otras anodinas, en un conjunto que termina recargando visualmente la película.
Pero seguramente yo sea el tipo más chiflado del país, y del Toro sea un nuevo Burton, o un nuevo Jackson, y nos regale otra obra maestra gráfica con su anhelada versión de ‘El hobbit‘, a la que dotará de un tono y un ritmo perfectos. Aunque todo parece indicar que no será así.
El diablillo no tiene chispa
Pero más allá de tecnicismos, no hay duda de que ambos Hellboy adolecen de un guión muy pobre, que además repite esquemas de la manera más obvia y zafia, y que es incapaz de armar una trama con convicción. No es que sean malas películas, porque no lo son. Seguramente lo serían si del Toro arriesgase un poco más y procurara ser menos mecánico, menos conservador. Pero todo queda en una sosería aplastante. Un personaje que debería ser ingenioso, impredecible y carismático se vuelve, en su versión cinematográfica, totalmente trivial.
Y no creo que sea culpa de Ron Perlman, que siempre fue un actor potente, sino de una dirección de actores muy poco trabajada, y de un diseño de personajes ramplón. Para colmo, los diálogos no tienen la menor gracia y a menudo son fácilmente mejorables. Me pregunto muy seriamente sobre las probabilidades reales de que estos guiones hubieran sido aprobados por una productora si no se tratara de un director conocido y de un personaje de cómic de prestigio.
Y el lector dirá: ¡Massanet, déjate de zarandajas, ésto no va de diálogos, va de acción y fantasía! Ok, vale, de acuerdo. Pero si esto le parece al lector una acción y un sentido de la maravilla ejemplares, pues no andamos en la misma onda. Lo que del Toro entiende por acción en estas dos películas es un batiburrillo atestado de lugares comunes, destrozos y ruido, pero poca intensidad. Y en cuanto a su sentido de la maravilla, en la primera todavía era defendible, pero en la secuela recuerda más a ‘Dentro del laberinto’ (Jim Henson, 1986) que a ‘Cronos’.
Al menos ‘El laberinto del fauno’ le quedó bastante bien (sin ser la obra maestra que tantos proclamaban, de nuevo con problemas de tono y ritmo). Ya veremos si en el futuro este director hace que me trague mis palabras.