Si te gustan las series de animación, es innegable que estamos viviendo un momento muy dulce, con una racha que abarca más de una década de series de innegable calidad e increíblemente variadas. De las aventuras lisérgicas de 'Hora de aventuras' a los universos flipados de J.G. Quintel (creador de 'Historias corrientes' y 'Close Enough'), de la maestría multitarget de 'El asombroso mundo de Gumball' al talento salvaje de 'Primal'.
Todas diferentes, todas maravillosas a su manera. Y en el vasto catálogo de Cartoon Network brilla con luz propia y particular 'Inifinity Train'. O brillaba (ya llegaremos a eso).
El tren a ninguna parte y a todas a la vez
Owen Dennis, el creador de la serie, cita como inspiración para la serie una experiencia que tuvo viajando en avión, en el que se despertó con la cabina a oscuras y un montón de gente observando las pantallitas de los asientos. No es extraño que, también en sus palabras, uno de los motores que mueve la serie y su particular y acertado tono lúgubre, es el miedo.
Porque Owen, como me imagino que unos cuantos de los que estáis leyendo esto, creció en una época en la que las series no parecían tan segmentadas por edad: podías sintonizar la tele a las 10 de la mañana y encontrarte desde ‘Mi pequeño pony’ en su versión más cursi, a ‘La liga mutante’ y presenciar en su misma intro cómo a un hombre se le derrite la piel.
No es un tema exclusivo de la permisividad: es que, con los años, el target infantil y juvenil se ha refinado con la explosión de nuevas plataformas de obras audiovisuales, quedándose abandonadas esas zonas intermedias entre niveles de madurez. Tampoco teníamos mucha variedad de oferta (salvo si tenías satélite o así) y las escenas más impactantes de ‘Batman’, por ejemplo, destacaban sobremanera.
Sea como sea, Dennis quiere que el espectador infantil sienta miedo y que las apuestas, para sus protagonistas, se sientan por todo lo alto. Y no quiere una progresiva caída hacia la oscuridad, muy presente en algunas de las ficciones desde los 2000 y que tiene que ver con esa segmentación mencionada antes, que obliga a acostumbrar las historias a sus espectadores a medida que maduran: piensa en ‘Harry Potter’, en ‘Hora de aventuras’, en ‘Historias corrientes’; las risas dejan paso al llanto y el crujir de dientes.
Dennis no teme que sus espectadores pasen miedo, porque lo ve como una oportunidad de que los tutores hagan ver a los jóvenes espectadores que está bien que lo sientan, y que sufrirlo frente a la tele es la forma más segura de hacerlo. Por eso, ya en los primeros compases de ‘Infinity Train’ tenemos unas violentas cucarachas mutantes.
¿Dónde demonios estamos?
Tulip es una joven de 13 años aficionada a la programación de videojuegos. Tiene por delante un verano divertido en un campamento de programación, pero tiene un problema que le afecta de muchas formas distintas: sus padres se están divorciando. Su madre trabaja mucho y parece haberse recompuesto, pero su padre está hecho un lío.
Cuando se queda sin ir al campamento, decide fugarse y meterse en el primer tren que pase por si tiene suerte y acaba en su destino soñado, pero no sospecha que se ha subido a algo mucho más especial: el Tren Infinito, una máquina que cruza una dimensión hostil y con miles de vagones, cada uno de ellos con un entorno y unas reglas diferentes.
No solo eso: descubre que, al subir al tren, tiene un marcador en el brazo con un número. ¿Podrá escapar del tren? ¿Qué significa el número? ¿Qué misterios le esperan en su camino a la libertad? La serie, en 10 capítulos de 11 minutos cada uno, cubre esto y mucho, mucho más.
Siempre en las vías
Hay muchos momentos en los que ‘Infinity Train’ podría haber descarrilado. Por ejemplo, es muy jugoso que cada vagón sea un mundo distinto, pero también podría haber sido una distracción o, de haber tenido más capítulos, una excusa para marear la perdiz y subrayar el estado emocional de Tulip sin ningún valor dramático.
Quiero decir, al poco de empezar ya le acompaña un robot esférico que se divide en una parte optimista y otra negativa llamada Uno-Uno, un corgi parlante llamado Atticus (que es el rey del vagón Corgi) y se las ha visto con una gata ladrona. Nada les impedía aceptar más capítulos y abrazar ese status quo tan pintoresco junto a Tulip, pero los guionistas prefirieron mantenerse en el camino.
Y vaya si compensa. La duración ajustadísima de los capítulos, y de la temporada en general, mantienen bien centrados los temas. Hay un plan en marcha que es contar con varias temporadas, por lo que no hace falta responder a todas las preguntas. Encontré ese agradable equilibrio entre la saciedad y el apetito por ver más.
Yo fui al Tren Infinito
Para quien esto suscribe, la cualidad más grande de ‘Infinity Train’ es la de presentar emociones complejas de forma insultantemente fácil y codificarlas dentro de su universo.
Esta serie tiene una de las representaciones más certeras, valientes y demoledoras de la nostalgia, de la maldita manía de nuestra memoria de convertir en felices momentos mediocres, o de facilitar que abramos un abismo entre nuestro pasado y nuestro presente. Porque la nostalgia te hace recordar todo lo bueno del ayer sin ninguno de sus inconvenientes y es, a la larga, una trampa de la memoria.
De la misma manera, tanto los espectadores más jóvenes, como aquellos que pasamos por completo del mantra absolutamente falso de que los dibujos son para niños, verán representaciones igual de competentes sobre el duelo, el autodescubrimiento o ese mareo al aterrizar en un mundo hostil sin un manual de instrucciones. Lo que, dicho en idioma periodístico actual, es el "adulting", la nueva moda de sufrir nuevas y escalofriantes expectativas.
¿Adónde ha ido el tren?
Por desgracia, una serie tan superlativa y que me ha dejado con ganas de ver el resto de temporadas, ya no se puede ver. Al contrario de lo que me pasó con ‘Desviados’, cuyos derechos son una pelota de ping pong entre multinacionales, ‘Infinity Train’ es una serie de Cartoon Network, un canal de Warner Bros.
Hasta hace poco, estaba en HBO Max como es de suponer, y todo hacía prever que después de la primera temporada, los suscriptores podríamos ver las otras tres. Ya no.
La fusión de Warner y Discovery ha llevado a un escenario inédito en la historia audiovisual: para ahorrar dinero, Warner ha decidido que sale más rentable esconder la serie, hasta el punto de retirar las copias físicas y hasta tuits que la hacían mención, por uno de esos temas de ingeniería fiscal que maravillan y asquean a partes iguales. Es otra arista de esas triquiñuelas financieras que hacen que las películas de Harry Potter no sean rentables, pero los perjudicados somos todos.
Los creadores pierden interés y motivación para seguir si saben que sus esfuerzos van a esconderse en una caja fuerte, en una era en la que la cultura podría (¡debería!) ser fácilmente accesible. Y aún más fácil de conservar.
Y tú, y cualquier espectador, se pierde la oportunidad de asomarse a una obra artística que debería exhibirse, no solo por su propio valor artístico (que ya hemos acordado que lo tiene), sino simplemente por ser eso, una obra de arte destinada al consumo.
De momento, es más fácil que salgas a la calle y encuentres tú mismo el Tren Infinito de la serie, a que entres en HBO Max en un futuro próximo y tengas las cuatro temporadas allí. Hay otros métodos que nunca te vamos a recomendar desde Espinof (aunque Owen Dennis, con todo el pesar del mundo, lo haga), pero lo triste es que alguien, en algún momento, decidió que ganaba más dinero borrando una serie, que cobrando a sus usuarios para que pudieran verla.
Decía que 'Infinity Train' tiene una de las mejores representaciones de la nostalgia. Ahora que la he visto y ha desaparecido, puedo asegurar que la echo de menos, pero que ni mucho menos la nostalgia me empaña las gafas. Tenéis que verla. Ojalá podáis hacerlo pronto y ojalá que salgan esas cuatro temporadas.
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