Al igual que Quentin Tarantino ha perfeccionado el arte de crear grandes películas a partir del esquema del cine de venganza, Mel Gibson sigue perfeccionando su retrato del héroe. No le hace falta explorar mucho, claro, cuando su referente ético suelen ser personajes o hechos históricos ejemplares. En esta ocasión, el director se apodera de un proyecto de encargo y lo convierte en un nuevo bloque de su cuerpo de trabajo particular.
‘Hasta el último hombre’ repasa con eficiencia y más verosimilitud de lo que aparenta la toma de Hacksaw Ridge, en Okinawa, y además representa la personalidad y hechos de la biografía de Desmond Doss de forma respetuosa. Pero además, pese a que no alcance el nivel de creatividad con la cámara de hace una década, Gibson compone con naturalidad un ‘grandes éxitos’ de su filmografía a modo de autorreivindicación.
Puro Gibson
No es difícil encontrar similitudes de su brutalidad en las batallas en ‘Braveheart’ (1995), el preciosista dibujo de la américa de ‘El hombre sin rostro’ (The Man Without a Face, 1993), la ingenuidad y pureza de corazón de un personaje extraordinario de ‘Apocalypto’(2006) y, por supuesto, el sustrato religioso y la estructura de su obra maestra,‘La Pasión de Cristo’ (The Passion of the Christ, 2004): el hombre del que todos se burlan, la opción contracorriente y el milagro entre la amargura y las burlas suponen un armazón idéntico al sufrimiento de Jesús por la salvación de los hombres.
El director, encantado con esta faceta de la historia, presenta a Doss sin tamizar demasiado su condición de redneck, un chico sencillo con convicciones tan extrañas como alistarse en el ejército sin pretender utilizar un arma. Unas gotas de locura y la tremenda interpretación de Andrew Garfield convierten al personaje en un salvador improbable, un recordatorio de que solo la incorruptibilidad del espíritu humano puede ayudarnos a alcanzar lo extraordinario.
En su tozudez se rescatan, de forma consciente, algunos aspectos reivindicativos de la fe cristiana como punto de encuentro de valores universales que van más allá de su credo. Gibson plantea temas que para él no aceptan escala de grises, al igual que Doss se niega siquiera a tocar un fusil, el amor, el respeto a la vida y al ser humano, aunque sea tu enemigo, son sin condiciones, y plantea el sinsentido de la odisea de su protagonista como un nada velado paralelismo al credo que la sociedad persigue y del que se burlan.
Religión y violencia
Lejos de querer predicar con la oratoria de un pastor evangelista, el director utiliza inteligentemente la historia para alinear las convicciones de su protagonista con la suyas propias y dejar que su discurso se aleje del revanchismo que esperan sus detractores. La presencia de La Biblia, el ofrecimiento de la otra mejilla, la pregunta directa a Dios en medio del campo de batalla y finalmente la luz redentora es imaginería religiosa por la que Gibson no va a disculparse, pero que se encuentra siempre dentro del microcosmos de anhelos y obsesiones del joven médico.
En lugar de traspasar la pantalla con su mensaje, deja que los elementos de los que se componen fluyan como una amapola en un pozo de brea. Su descripción del campo de batalla se asemeja a un infierno en la tierra, un huerto de cadáveres y dolor casi irreal que impacta como ninguna película bélica lo había hecho desde ‘Salvar al Soldado Ryan’ (Saving Private Ryan, 1998). Dentro de esa textura de barbarie y aniquilación el poder de la decisión de Ross brilla sin subrayar ideas para las que nos había preparado la primera mitad de la película.
Su estructura en dos actos bien diferenciados hace pensar en ‘La chaqueta metálica’ (Full Metal Jacket, 1987). Profundamente antibélica, se sirve de una buena tradición de cine de género desde ‘Objetivo Birmania’ (Objective Burma!, 1945) a ‘La cruz de hierro’ (Cross Of Iron, 1977), pasando por Sam Fuller y el John Irving de ‘La Colina de la Hamburguesa’ (Hamburguer Hill, 1987), cuyo asalto es una influencia directa, a pesar de estar ubicada en Vietnam y no la Segunda Guerra Mundial.
La supuesta glorificación de la violencia es la misma que pueden tener las cintas antes referidas, sin dejar de utilizar el propio factor genérico como elemento lúdico, el gore es, simplemente, un elemento de contraste, catalizador del horror al que se enfrenta un aldeano con una determinación férrea por defender la vida sin disparar una bala que, en todo caso, irrita a una América que clama por sus armas.
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