'Harry Potter y el prisionero de Azkabán', fantasmagórica belleza

'Harry Potter y el prisionero de Azkabán', fantasmagórica belleza
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Basta echar un vistazo a las tres fotografías que acompañan a este texto para hacerse una rápida idea de la formulación plástica, de intensa raigambre centroeuropea, conque el mexicano Alfonso Cuarón fraguó la tercera aventura del niño mago más famoso del mundo. Son mucho más que elaboradas imágenes de postal, pues sus sombras, encuadres, ecos sonoros están al servicio de la que probablemente es la mejor, con muchísima diferencia, de todas las que forman esa saga famosísima. Y llegó en el momento en que parecía que nos encontrábamos ante otra serie de películas adocenada, lujosa y repetitiva.

‘El prisionero de Azkabán’ es siniestra y emocionante, además de otros grandes adjetivos que un admirador de una obra artística puede dedicarle en un ensayo o reflexión al objeto de su admiración. Pero no voy a deshacerme en una retahíla de parabienes y elogios, pues no quiero que esto sea una mera crítica al uso. He empezado dando una idea de mis sentimientos sobre esta película, pero lo que quiero es desentrañar el arte de su puesta en escena, evocando sus imágenes. Vamos a intentar averiguar de qué manera Cuarón nos cuenta esta historia, y por qué, ya que lo que la hace especial es su puesta en escena, de altísima precisión y aliento poético.

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Comenzamos como siempre con Harry en la casa de sus tíos, sufriendo el desprecio de los muggles. Pero hay unos cuantos detalles que diferencian este reiterado inicio de los otros. El que quizá sea más importante es el propio Harry. Radcliffe parece haber dejado ya la infancia y haberse asomado a la pubertad. Su personaje está acostumbrado a la humillación y la soledad, pero en esta ocasión sabe darle un halo de desesperación, de violencia contenida. Otro detalle importante es la elección de Cuarón de los grandes angulares que crean una sensación prodigiosa de profundida de campo, unidos a un trabajo de cámara muy fluido, que potencia la posibilidad del plano secuencia. Al disponer de toda la imagen a foco, y del aspecto 2.40:1, un director menos dotado que Cuarón podría haber desperdiciado lo que esto ofrece, pero el realizador mexicano le saca todo el partido posible en la venganza de Harry contra la impertinente amiga de los Dursley.

El resultado no puede ser más dinámico (en otras palabras, más cinematográfico) y la secuencia de apertura, bufa y de ritmo impecable, se encarga ya de asentar lo que será una constante: la impredicibilidad y la frescura. Pero también lo espectral y desasosegante. Harry casi huye de la casa de sus tíos y se encuentra con un terrorífico perro negro (que luego sabremos es Sirius), en un ambiente fenomenal. Un parque lleno de sombras, en el que Harry es una sombra más, perdido y solo en el mundo. La puesta en escena es lo bastante hábil para saltar, de golpe, a la comedia loca con la llegada del bus del colegio. Sin saltos de ritmo, nos vemos metidos en una carrera frenética en la que el conductor es un anciano ciego y una cabeza colgante ¡que salta sin cuello, con rastas y aspecto de fumeta!

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No cabe comienzo más magistral para el arranque de un filme juvenil. Potter llegará ante el ministro (cuyo ayudante es una versión coñera de Igor), y después se encontrará a sus amigos y compañeros de colegio. La secuencia en la que se le avisa del gran peligro que corre con Sirius Black, está filmada en un solo plano, y es un ejemplo del esfuerzo estético y narrativo de Cuarón. Con una planificación invisible (a menos que uno se fije en lo complejo de su movimiento), los actores en ese ambiente (más de una docena) interactúan entre sí al fondo y delante de Harry como en una dificilísima coreografía, pero resultando muy creíbles. El plano finaliza con un primerísimo primer término de Harry en la oscuridad, avisando de su difícil futuro.

Pero no toda la puesta en escena está basada en complicados planos secuencia, también en momentos de tensión y terror, como el primer encuentro con el dementor, que casi le cuesta la vida a Harry, y que Cuarón finaliza con una cortinilla de iris cerrándose en su pupila. Una vez más, Harry parece preso de cierta invisible mala suerte, y recién despertado de la pesadilla del dementor parece más frágil que nunca. Cuarón monta un genial plano de su cara reflejándose en el cristal de la ventanilla del tren, salpicada por la lluvia, y encandenando a la lluvia salpicando en un charco de barro por la que pasan las ruedas de los carros que les llevan al castillo. No cabe más belleza en una pantalla.

Cuarón, que nunca había leído nada de Harry Potter, parece moverse como pez en el agua, y de ser capaz de dejar su huella personal, en este encargo que parece un proyecto personal por la pasión conque está filmado. Ahí tenemos ese recoger el paso del tiempo con la figura del sauce boxeador siempre protagonista, pues sus ramas florecerán, o se helarán, y sus hojas se caerán, indicando en qué estación del año nos encontramos en breves escenas. Y tiene además un oscuro sentido narrativo, pues el sauce boxeador será, seguramente de forma involuntaria, el catalizador del clímax con el que Harry sabrá quién ofreció a Lord Voldemort en bandeja a sus padres.

Y es que esta es la única película de toda la saga en la que no aparece, ya sea brevemente, o en un recuerdo, o metamorfoseado, el gran enemigo de Potter, pero de alguna forma, está ahí presente. Su amenaza se intuye, se susurra en cada vericueto de este relato. De hecho no hay ningún gran enemigo al que vencer, al menos físico, y ese es un gran mérito pocas veces comentado. En realidad, a lo que los protagonistas tienen que vencer es a su propio miedo, a sus debilididades (la luna llena…), a su pasado, a las mentiras, y al tiempo. Por supuesto que los dementores son un formidable oponente, pero su gran poder consiste en los miedos y el dolor de sus víctimas.

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Después de haber demostrado de qué forma introduce elementos casi de dibujos animados, Cuarón vuelve a repetir la jugada con la secuencia en la que el sauce boxeador agarra a Harry y Hermione, para, sin problemas de continuidad tonal y rítmica, servirnos de seguido la compleja y larga secuencia del descubrimiento de Colagusano y los secretos de Sirius y Lupin. Parece que todo marcha bien, pero la luna llena aparece y todo resulta un desastre. Y es que pareciera que el destino se ha aliado contra los protagonistas. Aquí entra en juego un elemento que sólo los grandes narradores controlan: la cuestión del azar como predestinación, como conmoción emocional.

No es sólo que ya sabemos los terribles acontecimientos que origina la fuga de Colagusano, sino que la tan largamente anhelada y nunca alcanzada estabilidad familiar de Harry se le desvanece entre los dedos en el mismo momento en que comenzaba a saborearla. Es terrible observar cómo un niño sin padres, solitario y humillado en su hogar, pierde la posiblidad de irse con Sirius dos minutos después de oirle decir que podrían vivir juntos. Por eso la posterior transformación del hombre lobo tiene un ambiente de pesadilla, con unas sombras tan alargadas, que le dan esa atmósfera de irrealidad, de espeluznante aventura.

Pero no todo acaba ahí, aunque podría haberlo hecho, pues nos veremos inmersos en la que quizá sea la paradoja temporal (pues Harry y Hermione retroceden en el tiempo a fin de evitar la tragedia) más perfecta de la historia del cine. Por primera vez, por supuesto gracias al ingenio del relato original, cambiar el pasado es plausible. Y lo es porque cuando vivíamos los acontecimientos por primera vez los cambios ya estaban hechos, pero no vemos más que detalles. Cuando volvemos a vivir lo mismo averiguamos el porqué de esos detalles, y comprendemos que ya se estaba cambiando el destino. Durante esos magistrales, intrigantes, maravillosos minutos, se asiste al prodigio de la fusión del ingenio con la emoción juvenil. No recuerdo, sinceramente, mejor película de aventuras juveniles.

Pero es que estamos hablando de belleza. ¿No es el vuelo sobre el hipogrifo buena muestra de la inspiración insuperable de Cuarón? Pero es que es imposible preferir cualquier escena sobre el resto, pues todas forman un conjunto inolvidable.

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