'Hablar', la nueva película de Joaquín Oristrell fue la encargada de inaugurar la pasada edición del Festival de Cine de Málaga, donde se alzó con el Premio del Jurado Joven. No nos extraña que la organización del festival optara por el nuevo trabajo del director catalán para abrir su nueva edición al habernos regalado grandes comedias desde mediados de los 90: su ópera prima '¿De qué se ríen las mujeres?' (1995) y 'Novios' (1997) son divertídisimas y hasta llegó a atreverse a darle un papel cómico a Luis Tosar en 'Inconscientes' (2004).
En 'Hablar', Joaquín Oristrell vuelve a colaborar con Cristina Rota -reputada profesora de actores, directora y dramaturga teatral y madre de los Botto-, tras el buen sabor de boca que dejaron sus anteriores colaboraciones: la divertida e interesante 'Sin Vergüenza' (2001) o la comprometida 'Los abajo firmantes' (2003), ambas, con el teatro y el mundo actoral como telón de fondo. Una fórmula que vuelve a utilizar en esta última película -o más bien experimento-, de buenas intenciones, rodada en una única secuencia y que a pesar de pretender tratar sobre el poder de la palabra, termina resultando demasiado panfletaria.
Una secuencia, muchas Españas
'Hablar' nace a partir de un proyecto de la Escuela de Interpretación de Cristina Rota, de ahí ese carácter coral de su reparto en el que vemos rostros popularísimos del cine español y todos ellos ex-alumnos o aún estudiantes de la escuela -ente ellos, Raúl Arévalo, Juan Diego Botto, Marta Etura, María Botto, Nur Levi, Miguel Ángel Muñoz, Mercedes Sampietro, Sergio Peris-Mencheta, Estefanía de los Santos, Goya Toledo, y muchos más-. Y de ahí también que, lamentablemente, la película termine pareciendo más un ejercicio, un experimento narrativo e interpretativo en el que más de una veintena de actores se coordinan para hacer un plano secuencia de 80 minutos en el que varias historias se entrecruzan e interaccionan entre sí.
Un plano único de 80 minutos en el que se nos quiere enseñar muchas Españas. Los personajes recorren el madrileño barrio de Lavapiés contándonos sus historias, casi todas ellas relacionadas con la situación actual de nuestro país y denunciando, al extremo, siendo muy evidente y de forma descaradísima el mal hacer del Gobierno de Rajoy: una mujer con su bebé rebusca comida en la basura y roba en el super del barrio; el dueño de una peluquería ofrece un discurso racista a su empleada negra a la que se niega a pagarle; dos barrenderas se niegan a quitar un póster de Podemos...Y todo cargado con diálogos poco sutiles que, en vez de hacer partícipe al espectador de estas horribles situaciones, nos hacen sentirnos en plena campaña electoral.
No me entiendan mal, una servidora es la primera que piensa que el cine debe ser comprometido, denunciar y lanzar ideas -que el espectador hará suyas o no-, sobre todo, teniendo una situación como la que exite en nuestro país. Por eso, las intenciones de Oristrell de llevarnos a la reflexión son buenas y se ven claras, pero la evidencia de su discurso y las situaciones estereotipadas que nos cuenta, nos hacen sentir un poco tratados de tontos, y su intento de reflexión profunda sobre el poder de la palabra se queda un poco en el aire - aunque la historia de la profesora de literatura que no se atreve a hablar es muy bonita, por ejemplo-.
El teatro
Sin embargo, lo más bonito de 'Hablar' es su carácter teatral, que viene dada por la forma de actuar de sus intérpretes -algunos mejores que otros, nos quedamos con Nur Levi o las barrenderas, Almudena Puyo y Bea Bracero- o la forma en la que las historias se nos presentan e interactúan, aunque a veces estas transiciones lleguen a ser algo confusas: como el paso de hacer al espectador consciente de la existencia de la cámara, para luego hacerla invisible de nuevo. Un carácter teatral que se convierte en metalenguaje hacia el final del film, que quizá funcionaría mejor al dar pequeñas pistas a lo largo del metraje, pero que aún así se nota en el ambiente del film.
Una pena que este experimento de película de plano único que es 'Hablar', que retrata un mundo muy particular, que rezuma buenas intenciones y buen rollo entre sus actores y que juegue a mezclar vida, política y teatro, termine estando demasiado al servicio de un guión tan panfletario que parece no aprovechar todos los recursos narrativos que le da el cine para lanzar el mismo mensaje sin necesidad de ser tan evidente.
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