En su nueva película, François Ozon adopta cierta modestia como autor y reduce al mínimo su papel para dejar que hablen los auténticos protagonistas de su historia. O eso parece en una película sencilla, sin exotismos en la puesta en escena y en la que el director cede espacio a sus tres protagonistas, en historias basadas de forma muy fidedigna en hechos reales, a través de un guión que ha contado con la asesoría continua de los inspiradores de la historia.
Estos son (con nombres cambiados) Alexandre (Melvil Poupaud), François (Denis Ménochet) y Emmanuel (Swann Arlaud) tres hombres que deciden ponerse en marcha para denunciar una serie de abusos que sufrieron a manos de un cura, el padre Preynat, entre 1986 y 1991, cuando eran chavales en los boy-scouts. Alexandre decide denunciarlo a los altos cargos eclesiásticos, principalmente al cardenal Barbarin, superior del cura violador. Pero las protestas no surten efecto en el seno de la iglesia.
'Gracias a Dios' arranca con esta primera protesta de Alexandre y su retrato es tan minucioso y delicado que parece que Ozon ha escogido a este personaje como reflejo del drama de decenas de niños de su generación. En Alexandre anida la contradicción de que, pese a haber sufrido estos abusos, tiene profundas convicciones católicas y así ha educado a sus hijos. Por eso, pensando que hay posibilidades de que la Iglesia actúe en conciencia, acude a los superiores de Preynat para no tener que recurrir a la prensa y que se genere un escándalo.
Sin embargo, se topa con la voluntad de la Iglesia de tapar el caso, y es entonces cuando 'Gracias a Dios' se convierte en un retrato coral de unos pocos supervivientes decididos a que su historia salga a la luz. La justicia laica, periodistas comprometidos y la asociación que forman para recoger desgarradores testimonios online ('La palabra liberada') forman una cuña en contra del poder eclesiástico. Y pese al subtexto trágico y terrible que hay tras los comportamientos de los protagonistas, que delatan un trauma que nunca se borrará del todo, en ningún momento Ozon abandona su solemne puesta en escena.
'Gracias a Dios': trío de impactos
Para reflejar esas tres historias, Ozon no acude a la más recurrente estructura de diversas tramas que se entrecruzan entre sí y que alcanzan diversos clímax cuando confluyen hacia puntos comunes. El director plasma el argumento de forma lineal, y narra las tres historias de forma sucesiva, lo que permite al espectador compararlas, ya que no se contaminan entre sí. Son las vivencias del católico responsable que desea en su fuero interno que la Iglesia tome cartas en el asunto; el ateo que quiere que la institución pague por lo que le hizo sufrir; y el superdotado machacado por la experiencia que encuentra un objetivo nuevo en la vida al afrontar su trauma en compañía de otros.
No es el único experimento sutil con el formato que ensaya Ozon. Por ejemplo, hace avanzar la historia, muy a menudo, con voces en off que leen cartas, emails y mensajes que los distintos personajes se van dejando entre sí, especialmente en lo que respecta a la muy desigual comunicación entre los abusados y los estamentos eclesiásticos. Puede parecer una decisión narrativa que denota cierta torpeza, pero le da un aire periodístico y fidedigno muy singular (como si esos documentos leídos respiraran "verdad"), además de permitir que la acción avance y conozcamos a fondo los sentimientos de los personajes: aunque son cartas y mensajes leídos, muy a menudo reflejan bien el fuero interno de los protagonistas, como si fueran monólogos pensados.
El resultado se ha comparado con la ganadora del Oscar 'Spotlight', y no solo por el tema de los abusos en el seno de la Iglesia, sino por la rotundidad de sus formas, que no permite que el más mínimo resquicio de ironía o duda se cuele en su discurso. Es normal que la Iglesia haya intentado impedir el estreno de 'Gracias a Dios' en Francia: su demoledora e implacable firmeza es perfecta para enmarcar la tragedia que retrata desde la serenidad -siempre más efectiva a largo plazo que la crónica histérica-, casi obviando el derecho a réplica a bordo de una apisonadora de racionalidad pura.
Ozon siempre ha usado el humor para relativizar los retratos humanos en su cine (paradójicamente, a menudo centrados en las relaciones íntimas), y aquí la única nota en ese sentido es un amargo apunte irónico, de ecos doblemente trágicos porque sucedió de verdad. Es el origen del título de la película, que viene del lapsus de Barbarin cuando, en una rueda de presa, dice que "gracias a Dios", muchos de los crímenes de Preynat han prescrito. Ozon no necesita subrayados innecesarios en las ironías del caso, como no los necesita, para crear situaciones de desbordante humanidad, en la descripción de los caracteres de los personajes (de una curiosa credibilidad debido a sus disparidades). Una película directa y precisa gracias a la sabia decisión de limpiar todo lo sobrante y apartar fuera de cuadro el inabarcable dolor de los afectados.
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