'Grabbers', la copa rota

Un pequeño pueblo irlandés se ve amenazado por una inesperada e insólita horda de monstruos de tentáculos. Inesperadamente, la única esperanza termina siendo el alcohol, que, al parecer, repele o asusta a las criaturas y las convierte en amenazadoras. Una policía recién llegada, Lisa (Ruth Bradley) se aliará con otro agente que trata de abandonar la bebida, O'Shea (Richard Coyle).

Esta película es la segunda que ha dirigido Jon Wright, un cineasta inglés que parece cultivar con tino el género del horror y la comedia como mezcla ideal. La, aquí no estrenada, cinta se llamaba 'Tormented' (id, 2009) y contenía a un joven Alex Pettyfer como principal reclamo. Dado que Wright trabaja con guiones ajenos, el de esta película lo filma otro debutante, Kevin Lehane.

Hay en las nuevas generaciones del cine inglés una encrucijada importante. Por una parte, el relevo generacional viene cargado de ideas y potenciado por, quizás, ese fenómeno temprano y precoz que es Edgar Wright y su estela de culto y relativo éxito que ha venido dejando un terreno abonado a producciones similares de ese estilo.

Pero, por otra parte, se pueden dar casos de películas que, siendo estimables, como esta, carezcan del arrojo y la aventura de los productos a los que pretenden mirar con mucha generosidad y pleitesía pero escasa imaginación. 'Grabbers' (id, 2012) es un homenaje al cine de terror y fantástico de los años ochenta, con un ojo obvio y evidente puesto en los 'Gremlins' (id, 1984) de Joe Dante.

El problema principal de la película es que poco puede hacer con la política y la transgresión con la que Dante ha bañado cada uno de sus productos. Así que los mayores aciertos de la película provienen de los actores, ambos convincentes en su papel de borrachuzos juerguistas que se ven enfrentados a una amenaza peligrosa con el mismo clima treintañero de fiestón y resaca y madurez aplazable, y por el guionista, que procura dejar al lado las convenciones genéricas durante un buen rato.

Sin embargo, la escasa entidad de las criaturas, hábilmente descritas con un ingenio que hace que la película sea más elegante y más visualmente compensada que muchas producciones con un presupuesto obviamente mayor, y la falta absoluta de un gran clímax final, hacen que la mezcla entre humor y horror se quede a media fiesta.

Allí donde toda película de monstruos exige una amenaza icónica e inolvidable, esta se conforma con dar rienda suelta a un tipo de bicho fácilmente olvidable y escasamente amenazador. Y allí donde algunas producciones decidieron usar el monstruo, y potenciarlo, con fines paródicas, como en las que se pretende mirar esta película, en esta solamente son los personajes, al margen de cuanto sucede en la pantalla, los que proporcionan la comedia pero no tanto la parte más genérica del film, escasa en suspense o en verdadera tensión creciente.

No deben ser tomados estos reproches como severos, porque esta película rara vez puede brillar ante tan elevados referentes. Pero es agradable y contiene un guionista que, suficientemente encauzado, puede proporcionar sorpresas en el futuro, siquiera porque compensa la falta de un final verdaderamente relevante con una elipsis lo suficiente humorística e inteligente como para no parecer traída por los pelos.

Y es que, a veces, la perspectiva de un apocalipsis tiene una similitud más bien sospechosa y evidente con una mañana de resaca tremenda. Lo sabían los protagonistas de 'Zombies Party' (Shaun of the Dead, 2004) y bien está en que aquí se recuerde.

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