‘Truman’ (Cesc Gay, 2015) es una de las principales favoritas, al lado de esa cosa llamada ‘La novia’ (Paula Ortiz, 2015), para alzarse con el máximo número de premios en la próxima edición de los Goya. Creo que tiene uno garantizado, el de mejor actor principal, un Ricardo Darín que se pierde en las estrellas con un personaje tópico. Premiar la labor de Gay no estaría nada mal. Es la tercera vez que le nomina nuestra Academia; dicen que a la tercera va la vencida. Si es así, sería por la que creo es su mejor película.
Reconozco no ser un fan del director catalán, siempre con película interesantes pero creo se pierden en un exceso de verborrea, con tendencia al bostezo. Actores, por lo general extraordinarios, que hablan y hablan, hablan y hablan hasta la eternidad. Por eso mi acercamiento a ‘Truman’ estaba bañado por la desconfianza, hasta que transcurridos unos minutos me encuentro atrapado en el film más refinado de la filmografía de su director, dando tanta importancia a los diálogos como a ciertos silencios.
Manejando el tópico
La película podría enmarcarse en esa serie de films cuyos protagonistas centrales están enfermos de un cáncer terminal y se enfrentan a los últimos días de su vida. Un tema drástico que por norma general, el cine yanqui suele tratar con condescendencia, tirando por la lágrima fácil, y el maniqueo emocional. Gay lo trata todo con una naturalidad que asusta, y aunque su película pueda caer en cierta repetición de esquema, es de las que demuestran que lo sublime debe ser sencillo, sin artificios ni efectismos escudados en una buena obra de base.
En ‘Truman' se habla bastante. Se habla sobre los viejos tiempos, sobre la importancia de decirse las cosas —la secuencia en el restaurante con la pareja que finge no ver a Julián (Darín) es un buen ejemplo—, porque como decía Maribel Verdú en ‘La buena estrella’ (Ricardo Franco, 1997) “las cosas que no se dicen son como si no fueran”, y Gay, acostumbrado a decirlo prácticamente todo, nos regala un film en el que al lado de la importancia de esas palabras, está la importancia de los silencios.
Silencios que gritan su significado en una mirada de reojo, en los intervalos de ciertos discursos, o en un simple abrazo. Gay muestra tanto como sugiere, y lo hace con la delicadeza necesaria, sin cargar las tintas, sin tirar por el camino fácil de dejar que lo terrible de una enfermedad ponga en contexto al espectador. Para ello cuenta con un elenco de actores que rayan la genialidad, sobre todo los dos centrales, Ricardo Darín y Javier Cámara, éste en el papel de un viejo amigo al que hace tiempo que el primero no ve.
Un perro muy especial
Juntos pasan cuatro días importantes, en los que prácticamente harán todo lo que el corazón les pida. Gay utiliza a un perro —Truman, el muy significativo título del film— como McGuffin —mucho mejor de lo realizado por Lawrence Kasdan en su peor trabajo—, representando no sólo la amistad entre Julián y Tomás (Cámara), sino lo mejor del primero, para quien el perro es mucho más importante que mucha de la gente que le rodea, tal y como dice él en cierto momento, uno de sus dos hijos. Y al igual que el tema de la enfermedad, Gay elude toda ñoñería, todo artificio innecesario de cara a realizar una concesión.
Habrá quien piense que el buen rollo que desprende por momentos la cinta de Gay es trivializar sobre algo tan serio como el cáncer o un enfermo terminal, pero dado que Ricardo Darín es un auténtico experto en dar vida a personajes de lo más coherente —en ‘Una pistola en cada mano’ (Cesg Gay, 2012) asustaba precisamente por esa característica en su rol—, el enfrentarse con valentía y determinación a los últimos meses de su vida, es precisamente lo que enriquece la película.
Lo único que importa en la vida son las relaciones, asegura en cierto momento Julián. Puede que lo hayamos oído demasiadas veces a lo largo y ancho de la historia del cine —y en otros muchos campos—, pero debemos creerlo de una vez. ‘Truman’ no solo lo pone de manifiesto con el más crudo de los destinos, sino que invita a una sonrisa, necesaria, más que nunca, porque en esas relaciones lo mejor es el ánimo, el humor, la tan prostituida amistad. Porque al final, todos acompañaremos a Julián.
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