"Parece una película."
Dicha frase es uno de los diálogos que suelta en determinado momento el personaje de Santiago Segura, y alrededor del cual creo que navega gran parte de ‘Mi gran noche’ (Álex de la Iglesia, 2015). La película tiene, incomprensiblemente, cuatro nominaciones técnicas en la próxima ceremonia de los Goya, y digo incompresiblemente porque tratándose del cineasta bilbaíno, uno de los de mayor repercusión social, resulta extraño, por no decir sospechoso, que el film no haya tenido nominaciones en apartados más celebrados. No, supongo que denigrar a Federico García Lorca es preferible a recibir la bofetada que de la Iglesia nos estampa a todos.
Hace relativamente poco escuché a de la Iglesia decir, o tal vez lo escribió en su cuenta de Twitter, que la comedia era el bálsamo perfecto para soportar algunas de las crueldades de la vida —no exactamente con esas palabras—, y sabe perfectamente lo que dice. Cinéfilo como pocos directores españoles lo son, su amor por el género que ha hecho grandes los nombres de Billy Wilder, Ernst Lubitsch, Preston Sturges, Luis Gracía Berlanga, Pietro Germi o Ettore Scola, entre otros muchos, ha quedado bien patente desde su ópera prima, ‘Acción mutante’ (1993), a la que servidor le tiene un cariño especial por ser una de las películas que proyecté cuando trabajaba en la cabina de un gran cine ya desaparecido.
El argumento de ‘Mi gran noche’ se extiende a lo largo de una noche en la que se está grabando el programa especial de fin de año. Dos artistas de renombre, Alphonso (Raphael) y Adanne (Mario Casas) son las primeras estrellas a participar tras las famosas campanadas. Celos, envidias, la diferencia generacional de ambos son algunos de los temas que el director trata en este explosivo coctel en el que ha estilizado su estilo, logrando un control que no poseían sus últimas obras. Servidor no disfrutaba tanto con una de sus películas desde ‘Crimen ferpecto’ (2004). Incluso hay un sentido homenaje a una de las cumbres de la comedia, ‘El guateque’ (‘The Party’, Blake Edwards, 1968).
El mundo del espectáculo, algo que el director debe conocer muy bien —al menos el espectáculo del cine— es saboteado casi sin piedad, abofeteado en toda su cara, en su imagen pública, para zarandearlo y sacar a relucir algunas de sus miserias. La artificiosidad que se encuentra en la grabación de un programa, por ejemplo, y en el cual, Álex de la Iglesia se corona con portentosos travellings sobre el escenario, marcando precisamente ese carácter de espectáculo, esa gran y maravillosa mentira que supone este arte. Mientras detrás de bambalinas está el plano secuencia, con personajes que se entrecruzan, de aquí para allá, no perdiendo detalle de sus deseos, de sus filias y fobias, de sus bondades, también de sus maldades.
Realidad ficticia
Un montón de personajes diferentes conviven durante esa larga noche en el estudio televisivo, unos disfrutando, otros preocupados por problemas personales, y la mayoría intentando sacar provecho de la situación. En ese punto cada uno encontrará más interesantes algunas historias que otras. Personalmente no puedo evitar desternillarme con Enrique Villén vendiendo a escondidas alcohol de verdad —en la fiesta todo es falso, hasta la bebida— convirtiendo en verdad lo que el espectador creerá ver en pantalla, a gente borracha pasándoselo bien. La supuesta ficción convertida en realidad. Porque una imagen puede ser falsa en lo que cuenta, o todo lo contrario, y también una mezcla.
Una imagen en la que se puede hacer pasar jabón por semen; una imagen en la que un parche en el ojo se puede aprovechar para una canción titulada ‘Bombero’ —sorprendente Mario Casas, en una de sus mejores interpretaciones, con una colosal entrada en escena—; una imagen en la que el mismísimo Raphael es el alter ego de Darth Vader —de la Iglesia siempre se ha hecho eco de los grandes hits del momento, por ejemplo en su momento con ‘La comunidad’ (2000) hizo un guiño a ‘Matrix’ (‘The Matrix’, The Wachowski Brothers, 1999) y aquí al episodio VII de la popular saga galáctica—; una imagen en la que un imitador puede hacerse pasar por un verdadero artista, etc.
Y fuera de todo ese circo, lleno de falsedades, de mala suerte, de trepas, y en el que a veces se le va un poco la mano al director, quizá porque son demasiadas subtramas, tiene lugar un enfrentamiento que hemos visto miles de veces, sobre todo en los últimos años debido a la crisis. La policía enfrentada a manifestantes, imagen en la que Álex de la Iglesia opta por una decisión a mi parecer brillante: todos los rostros están oscurecidos, todos son iguales. Igual que la espuma final los pone a todos con el mismo aspecto, en una unión casi utópica, pero loable.
Otras críticas en Blogdecine:
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