Lo decía el pasado viernes, cuando me tocó repasar los estrenos de la semana. ‘Good’ se presenta como una de las propuestas más atractivas de la cartelera, aunque sólo sea por contar con Viggo Mortensen, como protagonista de una historia ambientada en Alemania durante el ascenso del partido nazi. Sin embargo, el tráiler hacía desconfiar, y la verdad es que eso está bien hasta cierto punto (que no te quite las ganas de verla), porque si vas con las expectativas muy altas te espera un chasco de la misma entidad. Pero matizo. Sin ser una gran película, cuenta algo muy inquietante y los actores, especialmente los dos que nombra el cartel, realizan un estupendo trabajo.
Os dejo una imagen muy representativa. Ha terminado la película y comienzan a pasar los créditos, la poca gente que hay ya está marchándose, pero yo estoy inmóvil, y cuando “mon amour” me mira y me pregunta si nos levantamos, lo primero que sale de mi boca es “tenemos que discutir el final”. Os aclaro que no es un desenlace de esos que llamaríamos “rompedores”, que retuercen la trama hasta la última gota para sorprender con algo inesperado. Es otra cosa, y por supuesto no voy a contaros nada, salvo que, al igual que toda la película, da que pensar. Y oye, eso es algo muy de agradecer.
‘Good’ gira en torno a John Halder (Viggo Mortensen), un profesor de literatura en la Alemania de los años 30, que publica una novela de ficción en la que un hombre asesina a su esposa enferma, porque, según Halder, la ama. Aunque está casado, en realidad quien está enferma es su madre, a quien debe cuidar, además de ocuparse de los niños y trabajar en la universidad, pues su esposa atraviesa una crisis y no le ayuda en nada. Su situación le agobia y busca respiro en una joven y atractiva estudiante que se enamora de él. Es el inicio de un cambio en su vida, ya que el destino tiene preparada una curiosa jugada para Halder.
Cuando un buen día es convocado a las oficinas del departamento de propaganda y censura, el profesor se imagina lo peor, pero descubre que su obra, modesta y personal, ha gustado y mucho a los miembros más destacados del partido. Todo se vuelve aún más extraño cuando le comentan (Mark Strong interviene en la película sólo para esto, lo cual es bastante decepcionante, porque es un fantástico actor) que el mismísimo Adolf Hitler ha leído la novela y dice haberle encantado. Tanto es así que quiere que Halder escriba un ensayo sobre el tema central de su obra, pues casa perfectamente con la idea que tienen en el partido sobre la muerte de personas enfermas. Le revelan que muchos familiares escriben cartas al Führer para poder acabar con la vida de sus parientes, cuando éstos ya no viven realmente.
El partido parece necesitar apoyo intelectual para legalizar la eutanasia y Halder (que no se imagina, o se quiere imaginar la verdad) ve una gran oportunidad para progresar, así que acepta el encargo. Sin embargo, antes de eso debe ingresar en el partido, algo a lo que se había negado hasta ahora, por estar en contra de sus decisiones más polémicas (quema de libros de autores franceses, por ejemplo). De esta forma, el profesor deja la enseñanza y se dedica a trabajar para el gobierno de Hitler, algo impensable poco antes. Pero es uno de los grandes aciertos de la película, que Halder se muestra coherente en todo momento, es un personaje que toma decisiones verosímiles, que entendemos perfectamente y nunca pensamos que son arbitrarias, trucos del guionista para complicar las cosas y hacer que la narración sea más imprevisible.
En realidad, no hace falta, porque lo que se cuenta en ‘Good’ es tan fuerte, tan terrible, que el simple transcurso de unos acontecimientos corrientes dentro de la vida de los protagonistas es suficiente para dejarnos clavados en la butaca, encogidos por una doble sensación de repugnancia y fascinación. Repugnancia por la increíble capacidad del ser humano para justificar los actos más grotescos y seguir viviendo como si nada hubiera pasado; fascinación por la forma en que la película muestra el comportamiento y el razonamiento de un hombre al que no dejan de calificar de “bueno”, pero cuyas decisiones van transformando su vida de forma drástica, poco a poco, hasta que se mira al espejo y ya no se reconoce.
Lo mejor de ‘Good’, y no me cabe la menor duda de que ahí está la razón de que la obra de C.P. Taylor se haya llevado al cine, es que, lejos de quedarse en lo concreto de la Alemania nazi, extiende su reflexión al ser humano, a todos nosotros, a lo que decidimos cada día pensando que es lo correcto. Muestra la frágil línea que separa lo bueno de lo malo, lo relativo que puede ser todo, y lo fácil que es verse atrapado por una serie de acontecimientos de consecuencias dramáticas e irrevocables, así como de hasta dónde podemos engañarnos para creer que hacemos lo correcto. El Halder de Mortensen es un hombre que no se plantea estar equivocado, pero no deja de seguir la (terrible) corriente, beneficiándose de los acontecimientos, y desprendiéndose de sus creencias y su integridad iniciales, por mantener esa apariencia de bondad. Él presencia lo que ocurre pero está ciego, no entiende la verdad y no siente remordimientos por nada. Hasta que ya es demasiado tarde.
Sin duda, la película se beneficia del gran hacer de dos actores muy inspirados. Mortensen nos obsequia una interpretación impecable, tal como nos tiene (mal)acostumbrados en los últimos años, siendo éste uno de sus últimos trabajos antes de tomarse un descanso del cine. No menos estupendo es el trabajo de Jason Isaacs, también productor de la película, que se pone en la piel de Maurice, el amigo judío del protagonista, al que deja de lado y abandona cuando más le necesitaba, en medio de las infames locuras del partido nazi. Por el contrario, Jodie Whitaker, la actriz que interpreta a la estudiante primero y esposa después de Halder, no resulta tan convincente y estropea un poco sus escenas con Mortensen; personalmente, me parece un error de casting considerable porque su papel es relevante.
Es uno de los elementos que no acaban de encajar en el conjunto, en este segundo trabajo del realizador Vicente Amorim, un brasileño nacido en Austria. Suya es la culpa de no haber sabido trasladar más adecuadamente la obra de teatro al lenguaje del cine, filmando todo de una forma tan rutinaria, aburrida, como si fuera convencional televisión, que casi consigue reducir la contundencia de la historia que está contando. Por eso choca tanto que Amorim se suelte el pelo (metafóricamente) y se marque una secuencia tan fresca y contundente como la que acontece en el campo de concentración; parece sacada de otra película. Lástima que no hubiera rodado todo con la misma energía e imaginación, su ‘Good’ estaría entre lo mejor del año. Aun así, muy recomendable.