La carrera del madrileño Roberto Santiago es de lo más curiosa. El primer corto que dirigió fue presentado en Cannes, dentro del cine inició una relación de lo más fructífera con Fernando Tejero —a quien dirigió en ‘El penalti más largo del mundo’, ‘Al final del camino’ y ‘El club de los suicidas’, adaptación de la historia homónima de R.L. Stevenson—, y no tardó en compaginar la redacción de guiones con la publicación de un abultado número de novelas juveniles.
De forma más curiosa aún, teniendo en cuenta lo mucho que siempre le ha interesado la visualización en pantalla del deporte rey, apenas ha hecho otra cosa en ‘Los futbolísimos’ que ceder los derechos de adaptación, permitiendo que dirija Miguel Ángel Lamata. Este último, responsable de películas como la secuela de ‘Isi & Disi’ o ‘Tensión sexual no resuelta’, nada menos.
‘Los futbolísimos’ da título a un exitoso conjunto de libros que sigue un argumento tan sorprendente y heterogéneo como el grupo de personas que finalmente lo ha trasladado al cine. Centrada en las desventuras del equipo de fútbol infantil de Soto Alto, la obra de Santiago propone una original combinación entre las novelas detectivescas infantiles —como ‘Los Cinco’ de Enid Blyton, ‘El equipo Tigre’ de Thomas Brezina o, claro, el ‘Harry Potter’ de J.K. Rowling— y las gestas deportivas propias de ‘Oliver & Benji’, con un resultado bastante más equilibrado de lo que podría suponer a primera vista… o al menos, equilibrado durante sus primeras entregas.
Dicha colección, aunque empezó a publicarse a principios de esta década, ya va por los trece volúmenes, y así se ha acabado pasando de títulos tan deliciosos como ‘El misterio de los siete goles en propia puerta’, ‘El misterio del penalti invisible’ o ‘El misterio del portero fantasma’ a otros de carácter mucho menos mundano como ‘El misterio del obelisco mágico’ o, ejem, ‘El misterio de la lluvia de meteoritos’.
La película ‘Los futbolísimos’, acaso con la intención de iniciar una saga cinematográfica, adapta el primero de todos, ‘El misterio de los árbitros dormidos’. Y sí, con un material de partida tan ocurrente debería ser fácil que te saliera una película, cuanto menos, encantadora.
En ‘Los Futbolísimos’, tan bienintencionada como inevitablemente sosa a la hora de idear las andanzas del equipo de fútbol de Soto Alto, Roberto Santiago se basó en los recuerdos más dulces de su niñez, que es muy probable que sean similares a los de gran parte de la audiencia que acuda a ver la película de Lamata.
La escena inicial, en la que Pakete —el debutante Julio Bohigas Couto— se prepara para lanzar un penalti sabiendo que de él depende la victoria de su equipo, recordando que ya ha fallado muchísimos antes, y dudando de saber corresponder a esa responsabilidad, es de lo más ilustrativa en ese sentido. ‘Los futbolísimos’ se nutre así de un imaginario infantil colectivo donde el fútbol sólo es la forma más sencilla de ilustrar los primeros y atolondrados compases de la adolescencia.
Por supuesto, eso no significa que el film se dirija a los adultos, aunque depare algunos atractivos para ellos. ‘Los futbolísimos’ es militantemente infantil, y también consciente de los tiempos en los que vive, incluyendo con sabiduría hasta tres niñas en el equipo y asomándose al argumento temáticas como el divorcio o la forma tan tóxica con la que ciertos padres afrontan la relación de sus hijos con el deporte.
Hay una secuencia entera dedicada al enfrentamiento de los protagonistas con un equipo al que su familia jalea de forma abusiva y violenta, y por muy caricaturesca que ésta pueda llegar a ser, se nota que tanto Santiago como Lamata saben bien que, muchas veces, lo peor del fútbol infantil son los padres.
Al margen de estos jugosos detalles, ‘Los futbolísimos’ no deja de ser una película muy convencional donde la mezcla de géneros ya descrita no basta para alejarla de los lugares comunes. Hay padres asistiendo por sorpresa al partido de su hijo, victorias sucedidas en el último minuto, primeros besos, discursos catárticos y niños repelentes construyendo drones, pero la película de Miguel Ángel Lamata se abalanza sobre estos tópicos con una falta de complejos, y una certeza absoluta de que lo más importante son los valores transmitidos a los chavales, que se antoja bastante difícil que llegue a molestar a nadie.
Sobre todo, cuando se cuenta con actores adultos tan entregados a la causa como Joaquín Reyes y Carmen Ruiz —mesurado y entrañable el primero, gloriosamente desatada como madre hooligan la segunda—, y el reparto infantil aborda cada escena como si fuera la última, defendiendo con entusiasmo la única característica que suele definir a su personaje —el miedoso, el chulito, la empollona, el graciosillo—, mientras el argumento transita dócilmente por donde tiene que transitar, ni más ni menos.
No hay, por tanto, ninguna desviación o guiño cómplice para la audiencia adulta más allá del potencial nostálgico o el cariño depositado en el personaje de Reyes, susceptible de provocar multitud de sonrisas en el padre que acompañe a su hijo al cine.
Pese a sus llamativos currículums, los responsables de ‘Los futbolísimos’ no tienen intención de tejer dobles sentidos o bañar la propuesta en un mínimo halo de autoconsciencia, aunque la visión costumbrista y la épica del fracaso que el autor de las novelas ya ensayase en la olvidada ‘El penalti más largo del mundo’ aquí encuentre unos ecos insospechados —no parece casualidad que ‘Los futbolísimos’ empiece exactamente igual que la película protagonizada por Fernando Tejero— que por momentos pueden llegar a darle un interés extra a la propuesta.
Son éstos, sin embargo, ínfimos y muy desperdigados, asomados con timidez en medio de una película previsible de arriba a abajo cuyo visionado sólo acierta a sobresaltarnos gracias a la brusquedad de ciertos pasajes —el montaje es tan espídico que a veces los chistes no pueden ni respirar— o lo desconcertante de otros, como supone todo lo referente al jardinero rumano, que está interpretado por un actor español, habla de una forma de lo más ofensiva, y se basta él solo —junto a algo llamado “la llave rumana”— para desmantelar la bonhomía política de Los futbolísimos.
Dicho conjunto de escenas pugna por alejar a la película de la asfixiante corrección que persigue para precipitarla a una cutrez que casi podría calificarse de casposa, pero nada juega más en contra del film de Lamata que su desorbitada duración, una que posterga de una forma innecesaria la resolución del conflicto y puede llegar a conseguir que los espectadores más jóvenes pierdan el interés. El de los más mayores, ni os cuento.
Defectos bastante llamativos, pero insuficientes en cualquier caso para menospreciar la condición decididamente familiar de ‘Los futbolísimos’, que no debería encontrar ningún problema a la hora de conectar con el público mayoritario y alumbrar nuevas secuelas en el futuro. Sólo queda cruzar los dedos entonces para que muy pronto veamos ‘Los futbolísimos y el misterio de la lluvia de meteoritos’. Eso sí que va a ser la fiesta.
Por | Alberto Corona Gómez
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