Siempre me ha resultado curioso que se hagan tan pocas secuelas en el cine español, una muestra más de la escasa capacidad que hay en este país para crear una industria que conecte con los gustos populares.
Cierto que en otras cinematografías – pienso específicamente en la norteamericana- se ha convertido en una peligrosa plaga, pero en España es casi un acontecimiento que una película cuente con una segunda entrega, y aquí no me valen esas trilogías artísticas o alusiones similares para agrupar largometrajes en la que no hay mayor conexión que el director y algunos temas que se abordan. Por desgracia, la mayoría de títulos que acaban contando con una secuela tienden a degenerar – las últimas entregas de la saga Torrente eran bochornosas- o ya la primera parte estaba marcada por la mediocridad – ‘Tres metros sobre el cielo’ (Fernando González Molina, 2010. El caso que nos ocupa es una mezcla de lo peor de ambos casos.
Hace unos años nadie hubiera pensado que el chico que ejercía la función de pagafantas deluxe en la televisiva ‘Los hombres de Paco’ acabaría convirtiéndose no sólo en el gran sex symbol del cine nacional, sino en el actor que más probable hacía el éxito comercial de las películas en las que apareciera. Mario Casas superó todos los obstáculos y con ‘Fuga de cerebros’ (Fernando González Molina, 2009) su carrera empezó a despegar llevando al extremo esa tipología de personaje. Sin embargo, era un completo sinsentido que apareciera en una secuela, por no decir que su caché ya se había disparado, así que se decidió que el gran nexo de unión entre ambas cintas fuesen los secundarios cómicos que tantos – inmerecidos- elogios habían cosechado en la primera entrega, potenciando su presencia y cargándose de paso todo el sentido romántico de su, por otro lado, prescindible predecesora.
Ya demostró Borja Cobeaga en la simpática ‘Pagafantas’ (2009) que el gran potencial de esa estirpe está en incidir cruelmente en la imposibilidad de conseguir a la chica de sus sueños. Es obvio que todos hemos sufrido por amor en algún momento de nuestras vidas, lo que hace más accesible la empatía entre el espectador y el personaje principal, pero la cosa se viene abajo cuando se recurre a un pagafantas más falso que un billete de 7 euros, sensación que ya desprendía Casas en la primera entrega, pero que aquí llega a resultar indignante en el caso de un poco afortunado Adrián Lastra.
La propia premisa de que el protagonista se vaya hasta Estados Unidos para seguir al lado de la chica de la que está enamoradísimo, la conquiste con cierta facilidad y luego resulte que ella tiene como compañera de habitación al antiguo amor de la infancia de él, coincidiendo esto con que la primera chica no sea tan angelical como parecía, algo que aprovecha él para volver a perder el sentido por la segunda es una excusa argumental sin pies ni cabeza. Este doble pagafantismo se viene abajo cuando la película quiere forzar la implicación personal del espectador con alguien que recurre a las más sucias tácticas para romper su compromiso con el fin de irse con otra. Esto anula la nobleza característica de estos seres, pero aquí se sigue queriendo jugar esa carta con trágicos resultados, algo que al menos sí se respetaba en ‘Fuga de cerebros’. Una traición total a su propia naturaleza, importando más el físico de las dos protagonistas que cualquier otro punto – el brutal cambio de mentalidad de una de ellas cuando ya es pareja del protagonista es tan asombroso como molesto- que el hecho de estar contradiciéndose cada dos por tres.
Es evidente que la gran baza de una cinta como la que nos ocupa es la efectividad de su humor, convirtiendo en algo casi totalmente intrascendente el hecho de que Carlos Therón demuestra algo más de solvencia en la puesta en escena que González Molina, ya que tampoco es suficientemente pronunciada como para compensar el lamentable espectáculo en el que acaba convirtiéndose. Una vez sabemos que la trama principal no se sostiene y resulta contradictoria, nos queda el refugio de encontrar algún gag memorable que haga más tolerable el tiempo invertido en su visionado. Cierto que estos ya brillaban por su ausencia en la primera entrega, donde había alguna gracieta meramente simpática desperdigada entre un maremágnum de chistes de la más baja categoría. Aquí se opta por llevar al extremo esto último, no teniendo problemas en echar mano de monos o un cameo de David Hasseehoff para intentar conseguir que funcione a través de la simple acumulación. Poco importa la creación de tramas absurdas – la suplantación de identidades, su éxito inesperado cuando se muestran tal cual son y demás lindezas- .
‘Fuga de cerebros 2’ es una comedia catastrófica que no funciona en nada de lo que se propone, oscilando entre la vergüenza ajena y la mediocridad absoluta en su intento de aprovechar las escasas virtudes de su predecesora. No se me ocurre ni una sola cosa que merezca salvar de la quema, así que vosotros veréis si os compensa incurrir en el mismo error que yo cometí al dedicar un rato de mi tiempo a este completo despropósito.
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