Aunque aún no he dejado aquí mis impresiones sobre las otras cuatro, ya he podido ver las cinco nominadas al Oscar como mejor película. ‘Frost/Nixon’, o como se ha titulado en España, ‘El desafío: Frost contra Nixon’, ha sido la última. Y lo ha sido por dos razones principales; el argumento y el director. No me parece que Ron Howard sea ese director tan mediocre que se está diciendo ahora, con muy poco cuidado, pero desde luego está muy lejos de ser un cineasta brillante. Por otro lado, la recreación de una entrevista realizada en 1977 al ex-presidente Richard Nixon por parte de Richard Frost, me parecía algo de escaso interés.
Pero es lo que tienen los Oscars. Se eligen cinco títulos de entre todos los posibles, con menos acierto que otra cosa, y automáticamente son citas imprescindibles para el aficionado al cine. Aunque no tenga absolutamente nada que ver. Digo los premios. En cualquier caso, me estoy desviando de la cuestión y ya habrá tiempo para seguir con el tema, el tema de este mes. He dicho que no tenía especial interés en ‘El desafío: Frost contra Nixon’. Tras verla, debo reconocer que no me queda esa sensación de vacío que esperaba, sino una profunda admiración por el trabajo de un actor: Frank Langella.
Como es bien sabido, Frank Langella interpreta a Richard Nixon. Lo había encarnado ya, con éxito (tiene un Tony por este trabajo), en la obra de teatro de Peter Morgan que dio origen a esta película, y aunque el actor reconoce que pensó que Howard llamaría a otro, tuvo la ocasión de repetir su visión del personaje en ‘Frost contra Nixon’. Un papel por el que ha sido nominado al Oscar. Y a falta de ver el trabajo de Richard Jenkins en ‘The Visitor’, pienso que Langella se merece ganar la estatuilla.
Langella está realmente inmenso en esta película. Desde la primera hasta la última escena, el actor consigue que nos creamos que estamos viendo a otra persona, a ese Nixon suyo que se resiste a la jubilación y que se juega su última carta contra David Frost, en un duelo tan agotador y destructivo como si se estuviese llevando a cabo en un cuadrilátero. Creo que sólo por la composición del actor merece la pena, y mucho, acercarse a ver (siempre que pueda ser en versión original, si no, no estamos hablando de nada). Ya doy por hecho que el Oscar se lo llevará Rourke o Penn, y que Pitt está detrás, al acecho, con su legión de fans, y sinceramente me da igual, pero sería una pequeña sorpresa, muy positiva, ver a Langella sonriendo con la estatuilla en sus brazos.
Lo más sorprendente de la película, para mí, es que uno llega a sentir verdadera empatía hacia Nixon. No hacia Kennedy o Lincoln o Washington. Hacia Richard Nixon, posiblemente el presidente más odiado de los Estados Unidos, junto a George W. Bush (del que, casualmente, también pudimos ver una película no hace mucho, donde, en mi opinión, tampoco se ofrecía una versión tan crítica como cabía esperar). Decía Frank Langella que si Nixon siguiese vivo, le gustaría darle un abrazo y decirle que comprendía por todo lo que había pasado.
Algo así siente uno al ver la película, que este hombre estaba recibiendo un castigo demasiado severo, que creyó que hizo lo correcto, pero que, sobre todo, no comprendía la situación en la que estaba inmerso; el momento en que se confiesa ante la cámara, dándose cuenta de sus propias palabras, es de una fuerza impresionante. Por no hablar de la escena, tan simple y a priori tan intrascendente, pero tan significativa, en la que acaricia un perro ante la mirada de Frost. Y es que las cosas nunca son tan fáciles, una vez se comienza a retirar capas superficiales. Pero gusta tanto lo fácil, acusar a uno y que todo quede resuelto.
La otra cara del desafío es David Frost, interpretado con solvencia por un Michael Sheen que también se encuentra en su salsa (también era Frost en la obra de Morgan). Frost aparece muy bien reflejado en la película, como una persona opuesta a Nixon, alegre, espontáneo, aficionado a las fiestas y estar sonriendo todo el tiempo. En este sentido, queda plasmado con acierto el choque de personalidades, en busca de ese tanto que deje a uno con un palmo de narices y al otro con el agradable sabor de la victoria. Sin embargo, el personaje de Frost carece del interés que posee Nixon (supongo que la interpretación de uno y otro actor también influye) y a menudo llega a resultar cuanto menos intrascendente lo que le ocurre, aun cuando del éxito del evento dependía algo más que su carrera.
Por otro lado, a pesar del extenso y atractivo plantel de secundarios, ninguno de ellos ofrece algo realmente valioso, de sustancia. Destacar, por ejemplo, la escasa relevancia de los personajes de Rebecca Hall, que se limita a ser la novia del protagonista, o de Toby Jones, que apenas interviene para que veamos que sabe un par de trucos sobre negociación. Por su parte, Sam Rockwell, Oliver Platt y Kevin Bacon se quedan también en un plano muy secundario, casi de adorno, en la batalla de ingenios que supone la entrevista.
Una entrevista cuya preparación carece del interés, en mi opinión, como para aguantar el peso de casi toda la primera parte de la película. Y es que al final, todo depende de que Frost consiga hacer una pregunta y que Nixon la responda. Dos horas para eso, por muy bien recreado que esté todo, es demasiado tiempo. Sinceramente, no entiendo como una película como ‘El desafío: Frost contra Nixon’ está nominada a mejor película. Lo único que merece la pena, de verdad, es la interpretación de Frank Langella. El resto, muy correctito, e incluso puede aburrirte si no estás preparado.
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