“Está vivo. ¡Está vivo!”- Victor Frankenstein
Uno de los directores más inteligentes y más ambiciosos que han surgido en las últimas décadas de las islas británicas, es sin duda el irlandés Kenneth Branagh, que a una fulgurante carrera teatral, supo combinar unos excelentes inicios cinematográficos. Sin embargo, y a pesar de que se trata de un cineasta más que interesante, creo que le han podido sus ínfulas de genio renacentista y su obsesión por William Shakespeare, y no ha sabido asumir bien sus defectos o limitaciones. Cuando en 1993, Francis Ford Coppola finalmente decidió no llevar a cabo el díptico de terror Drácula/Frankenstein, después de filmar la primera, y le cedió la silla de director, reservándose la de productor, a Branagh, contó con una oportunidad irrepetible de plantear un nuevo acercamiento a la legendaria figura literaria creada por Mary Shelley en 1817, oportunidad sólo aprovechada en algunos aspectos, los menos, y desperdiciada en otros, los más. Una verdadera lástima, porque creo que la quinta realización de Branagh podría haber sido algo realmente especial.
Exagerada, reiterativa, histérica, ‘Frankenstein, de Mary Shelley’ (‘Frankenstein’ o ‘Mary Shelley’s Frankenstein’, 1994) es un caro juguete en manos del Branagh menos interesante, que pese a todo se salva de la quema por algunos aspectos notables que ahora comentaremos. En otro doble trabajo de director-actor, Branagh se deja la piel con presencia de ánimo admirable pero mayormente estéril, pues se revela incapaz de comprender el espíritu del original literario (al margen de las sensibles modificaciones respecto de la novela), y mucho más preocupado por demostrar en cada plano, en cada decisión, en cada movimiento de cámara, su enorme e ilimitado talento y su incontestable genio. Pero el talento y el genio de ‘Enrique V’ (‘Henry V’, 1989) quedan aquí reducidos a un mero truquerío, incapaz de emocionar en ningún momento, y mucho menos de provocar miedo o inquietud. Habrá que esperar a una versión que de verdad recoja en toda su pureza la belleza y el horror de la obra poética de Shelley.
Prometo al lector que lo he intentado, y lo he intentado con todas mis fuerzas. Y si hace varios años, cuando la vi por primera vez, me pareció insufrible, ahora que la he vuelto a ver he intentado olvidarme de aquella percepción inicial, y ha sido casi imposible, aunque sí que he encontrado buenas ideas y ciertas virtudes, algo que no sucedió la primera vez. El principal problema de esta película es, precisamente, Branagh, y su mayor virtud Robert De Niro, en uno de esos trabajos sensacionales que todavía le certificaban como el mejor intérprete de su generación, de capacidad de transformación casi ilimitada. Pero Branagh, en otra inaguantable sobreactuación, a punto está de echar por tierra esa gran interpretación, ya que su Victor Frankenstein resulta muy poco creíble, y lo que es peor, está tratado a la manera de un Hamlet atormentado, cuando en verdad Victor es un ser abyecto y perturbado. Branagh, con sus rizos dorados y su exhibicionismo físico, aparenta más un arcángel errado que ha de pagar por su desafío a los dioses, cuando en realidad es el propio Branagh el que ha de pagar un alto precio por su ego: la superficialidad.
Por lo menos, el anhelo demente de Victor está bien planteado, por mucho que Branagh es el peor del reparto. Su sueño de ponerse a la altura de Dios en la creación de un ser vivo, y la oposición de sus pares y allegados, prepara bien el conflicto. Pero todo queda ahogado por una puesta en escena absurdamente hiperbólica, convulsa sin sentido, en la que la cámara no se está quieta un solo momento, en un probable intento de aumentar la inquietud y la tensión del espectador. El problema es que en lugar de describir o apoyar los sentimientos de los personajes, esa puesta en escena va por libre, y los anula, los fagocita y los vuelve falsos. Es lo que ocurre cuando la diferencia entre lo que se cuenta y el modo de contarlo es tan enorme. Eso sí, la influencia del Drácula de Coppola, que comparte con otras películas góticas de 1994 como ‘Entrevista con el vampiro’ (‘Interview with the Vampire’, Neil Jordan) o ‘Lobo’ (‘Wolf’, Mike Nichols), es enorme.
Y esa influencia o alargada sombra del genio, se encuentra bien nítida en el sentido operístico de la película, en su abstracción formal, en su pretendida construcción musical. Hay momentos, como las secuencias en el polo norte, en que realmente se crea el espejismo de que tanta aparatosidad tendrá una solidez estilística y narrativa, pero da la impresión de que ni siquiera Branagh se cree lo que está contando. Es su quinta película, y bien debería haber sabido él que no se puede meter todo lo que uno quiera en una película, porque no cabe, y no llegan las fuerzas. Poner en paralelo la creación de un Golem atormentado con las dudas metafísicas de un Hamlet también atormentado, genera un conjunto anémico, agotador por mal medido. Por lo que parece, a Branagh le importa muy poco el drama del monstruo, y más el de su propio personaje como vehículo de su propio lucimiento. Sin embargo, en un ejercicio de esquizofrenia, el drama del monstruo está mucho mejor desarrollado, y llega a emocionar, y nos hace desear que sólo aparezca él en la pantalla y que se cargue a Hamlet Frankenstein de una vez. ¿Acaso no aparece la creación del monstruo, que en la novela ni siquiera está descrita? En cuanto a la dirección de actores, da la impresión de que Tom Hulce, Aidan Quinn o Helena Bonham Carter, están dirigidos en sus registros más exagerados y menos creíbles.
Otro ejercicio de esquizofrenia se encuentra en el espantoso diseño de producción, que sin embargo da lugar a una creación de vestuario y de maquillaje realmente notables. Probablemente sea la dirección artística más feísta y rebuscada de Tim Harvey, otro de los habituales de Branagh. Incapaz de transmitir absolutamente nada que no sea un oscurantismo epidérmico o una poco inspirada escenografía, Harvey permite que el a veces recalcitrante James Acheson, lleve a cabo un trabajo lleno de fuerza en la creación psicológica del vestuario, así como el extraordinario maquillaje de Daniel Parker, Paul Engelen y Carol Hemming, que crean a dos monstruos realmente antológicos y espeluznantes. Sin embargo, la anticuada fotografía de Roger Pratt, que hizo trabajos mucho mejores que este, le resta impacto visual al conjunto. Pero mucho más no se podía hacer cuando la concepción de Branagh posee tantas arritmias y tantas lagunas formales.
Conclusión
Fallida película, que recibiría muchos varapalos de la crítica, pero que sería inmediatamente anterior a dos de los trabajos más inspirados de Branagh: ‘En lo más crudo del crudo invierno’ (‘In the Bleak Midwinter’, 1995) y sobre todo su más que interesante ‘Hamlet’ (id, 1996). Desde entonces, su prestigio crítico ha declinado mucho, y ya veremos, aunque parece dudoso, que lo remonte con su anunciado ‘Thor’. Su Frankenstein será recordado únicamente por el gran trabajo de un portentoso De Niro, y por el maquillaje sensacional con el que crearon a los dos monstruos. Poco más. Un balance muy pobre para una película tan cara y tan ambiciosa.