Por falta de ambición o quizás porque cree que ese es un camino más legítimo y digno para una ficción, 'Formentera Lady' esquiva cuidadosamente todas las implicaciones oscuras que podrían derivarse de su argumento, se instala en el territorio no especialmente original del "drama con niño", y resume sus principales valores en la interpretación de José Sacristán, poliédrica y llena de matices. Es una pena, porque la generación hippy que iba a cambiar el mundo en los sesenta desde Formentera o Ibiza tiene en su seno historias llenas de auténtica amargura.
Lo explica estupendamente Jordi Costa en su reciente libro 'Cómo acabar con la contracultura', donde se centra sobre todo en la burbujeante escena hippy de Ibiza en los sesenta y la brutal represión que el régimen franquista ejerció contra una juventud que se alejaba de las costumbres de sus mayores. Los insospechados tentáculos que conectan a algunas de las personalidades del hippismo de la época con el régimen central son solo algunos de los claroscuros de un fenómeno que aún está necesitado de una crónica cinematográfica en condiciones.
'Lady Formentera' tenía ahí, al alcance de la mano, la posibilidad de reflexionar sobre el tema, aunque fuera desde una perspectiva ligera y centrada en un solo personaje, pero al debutante Pau Durà le falta algo de nervio. La película se entretiene con bellos planos aéreos de la isla, pero carece de una visión autoral detrás que cargue de significado ese entorno paradisíaco, contemplado con algo de nostalgia decadente.
Habría sido una buena forma de dar nervio a la historia de Samuel (José Sacristán), un hippy instalado en Formentera que vive casi como un anacoreta, en una casa sin electricidad, moviéndose con un coche que está para el desguace y subsistiendo con el poco dinero que le da su trabajo como concertista de banjo. Su vida cambia por completo cuando su hija debe dejarle a su nieto Marc (Sandro Ballesteros), un niño que tendrá que habituarse a la vida bohemia de su abuelo.
'Formentera Lady': la vida tranquila
La modestia y la pequeña escala del drama que se nos cuenta (una simple historia de desencuentro generacional, sin asperezas ni tragedia, sin más comedia que la del día a día) es sin duda lo más positivo de la película, en perfecta consonancia con el escenario tranquilo, caluroso y apacible de Formentera. Ocasionales apuntes sobre un pasado conflictivo de Samuel (problemas con la droga, la inevitable ruptura con su familia, la inmadurez militante que lo ha convertido en un ermitaño) no empañan una visión esencialmente optimista del conflicto.
Por eso 'Formentera Lady' no se entretiene demasiado con el choque de Samuel con las mujeres de la isla con las que ha tenido relaciones, o el inevitable par de giros argumentales del tercio final, que buscan algo de lágrima tan fácil como impostada. Del mismo modo que la vida transcurre lenta y sin sobresaltos en la isla, en 'Formentera Lady' todo se despliega en modo de drama de bajo voltaje. Ese también, por descontado, es su principal inconveniente.
A menudo intrascendente pese a describirnos un choque familiar que debería venir más cargado de rabia, 'Formentera Lady' cree que tiene suficiente con recordarnos de vez en cuando un sueño hippy sin conflictos a través del tema de King Crimson que le da título. Eso y dejar todo el peso dramático en los hombros de José Sacristán, que hace un extraordinario trabajo sin excesivo esfuerzo, componiendo un personaje rico en matices gracias a no caer en la tentación de dar vida a un pillo simpático.
Su Samuel es un viejo egoísta y de pasado turbio, y en su comportamiento y gestos, Sacristán deja que el espectador lo intuya sin necesidad de subrayados en los diálogos. No es la primera película que encuentra en la economía interpretativa y la diversidad de lecturas de su protagonista su auténtico sentido, pero por desgracia, a 'Formentera Lady' se le nota demasiado a menudo que, casi todo el tiempo, su corazón consiste únicamente en el talento de José Sacristán.
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