Como indicaba ayer en la crítica sobre ella, ‘Sígueme el rollo’ se inspira en ‘Flor de cactus’ (‘Cactus Flower’, 1969), una comedia romántica de Gene Saks, escrita por I.A.L. Diamond, colaborador habitual de Billy Wilder, con quien trabajó los guiones de ‘Con faldas y a lo loco’, ‘El apartamento’ o ‘Primera plana‘… por citar solo las más notorias. Diamond se basaba en la obra de teatro homónima de Abe Burrows, quien a su vez había trasladado el texto teatral francés de Pierre Barillet y Jean-Pierre Grédy ‘Fleur de cactus’.
El cactus del título es una metáfora de una mujer arisca y entrada en años que esconde sus encantos, pero muy de vez en cuando florece. El personaje en la versión fílmica lo interpreta Ingrid Bergman a los 54, como la enfermera del doctor Winston, un vividor encarnado por Walter Matthau cuando tenía 49. El dentista tiene un affaire con una jovencita, Goldie Hawn en uno de sus primeros papeles, a la que le ha contado que está casado y que tiene tres hijos para que ella no aspire a que le pida la mano. Cuando la joven demuestra que se suicidaría por amor, el doctor decide que es hora de proponerle matrimonio y se inventa que su mujer le ha pedido el divorcio. Sin embargo, ella no quiere aceptar hasta estar segura de que la esposa está de acuerdo, por lo que se empeña en conocerla. El dentista le pedirá a su enfermera que se haga pasar por su mujer lo que, en lugar de resolver su problema, le acarreará más complicaciones.
Como el moderno, el film se basa en las artimañas y en el enredo. La diferencia es que estos malentendidos se llevan a cabo de una manera más inteligente e intrincada, manteniendo la capacidad de sorprender cuando unas mentiras traban a otras y todo se le escapa de las manos al gran farsante. La adaptación no se despoja del aire teatral, ya que reparte en extensas escenas, muy dialogadas y con poca acción. La labor de realización de Saks da un resultado plano y que no pasa de lo solvente. A cambio, contiene diálogos astutos con suculentas réplicas y golpes cargados de ingenio. El subtexto está presente en multitud de ocasiones, lo que en la actualidad es cada vez más difícil de encontrar, pues debe de ser que no se confía en que el público lea entre líneas ni una indirecta. El humor visual o básico no está entre las intenciones, ya que el tono, aunque sea cómico, no es estridente.
Decía que el humor visual no está entre las intenciones porque la estética, vista cuarenta y tres años después, puede resultarnos muy simpática. Así que encontramos un aliciente en ‘Flor de cactus’ añadido por el paso del tiempo, que es ese retrato de los años sesenta, en el que hipsters, vestidos casi como los de ahora, solicitan la versión mono de los discos en la tienda de música. Los modelos de colores que luce Hawn, los temas orquestales como el ‘I’m a believer’ de los Monkees, la forma de bailar y moverse de los asistentes a la discoteca y el atuendo de todos ellos no se habrían podido imitar en una emulación actual. El año en el que se rueda, además, hace que sea muy moderna en el sentido moral, pues parece que las mentes estaban más abiertas entonces que ahora.
Ni que decir tiene que la mayor disimilitud entre las dos visiones estriba en el reparto. Matthau era un monstruo de la interpretación, capaz de dotar a sus personajes, nunca positivos ni edificantes, de un magnetismo innegable. Aquí encontramos buenas dosis de sus demostraciones de irritación o sus gestos maquiavélicos, que conseguía gracias a una expresividad que no se convirtió nunca en sobreactuación. Bergman despliega todas sus facetas según su personaje evoluciona y conserva su atractivo, al que le añade una capacidad para el sarcasmo que no le conocíamos. Hawn, que obtuvo el Oscar a la mejor actriz de reparto y otros galardones por su papel, derrocha encanto y candidez sin por ello parecer tontita o irritante, hazaña nada desdeñable. Rick Lenz, como Igor, y Vito Scotti, como el señor Sánchez, añaden buenos toques, el primero como cuarto vértice del triángulo y el segundo como alivio cómico.
Por mucho que el final pueda preverse tanto como en la versión actual, no lo estamos presenciando mentalmente desde el arranque, ya que el personaje de Bergman se disfraza con suficientes espinas como para que, en el inicio, entendamos que no despierta ninguna atracción. Así, a lo largo del desarrollo (posible spoiler) veremos una transformación en la que los pétalos van naciendo. La resolución, lejos de ser una componenda moralista que distribuye a las personas según sus edades, es una reivindicación de las opciones de las mujeres que ya han dejado atrás la juventud y una equiparación de sus expectativas a las de los hombres –que nunca ha estado mal visto que salgan con personas de menor edad–, a la vez que una forma de valorar las virtudes interiores por encima de las físicas.
En definitiva, recomendaría ‘Flor de cactus’ porque no presenta ni por asomo el primer inconveniente que cualquiera sospecharía: estar antigua, ni mucho menos desprende la caspa que yo le había presupuesto. La encuentro una película más colorista, vistosa y moderna que muchas de las actuales, no solo en cuanto al vestuario y la peluquería, sino en cuanto a los valores morales y sociales. El ingenio de los diálogos y la interpretación de tres enormes actores hacen que valga la pena desempolvar este título que tan injustamente permanece casi ignorado.