Podrían haber optado por una gira a propósito del décimo aniversario de la irrepetible serie con la que nos hicieron la vida más fácil durante un par de años, pero no. Jemaine Clement y Bret McKenzie han vuelto a unir fuerzas y acordes para ofrecer el espectáculo en directo más divertido que se pueda ver en un escenario desde que los Monty Python pasaron por Hollywood. Son los Flight of the Conchords en directo desde Londres.
Puede que no llegaras tiempo. A lo mejor te enteraste demasiado tarde, o puede que tuvieras la mala suerte de conocerlos a través de la no muy afortunada emisión en castellano y en ese momento creyeras que no merecía la pena seguir las andanzas de dos colgados de Nueva Zelanda intentando ganarse la vida en la gran manzana a través de su folk.
Esas serían las únicas razones que se me ocurren por las que, a lo mejor, no tienes el placer de estar situado del lado de los fans de Los Conchords. Doblar una serie como 'Flight of the Conchords' conlleva unos riesgos importantes, y uno de ellos es provocar la estampida de los más puristas amantes de un tipo de comedia que, entre muchas otras cosas, juega con unos acentos que mantienen a sus protagonistas en un ostracismo aún más evidente que el meramente geográfico.
Afortunadamente su flamante especial para HBO, grabado en Londres durante dos noches de verano que reventaron el Hammersmith Apolo, está diseñado para ser disfrutado en versión original y desde este fin de semana ya es el contenido original más preciado de la plataforma de streaming de la casa de 'Juego de Tronos'. Al contrario que muchas reuniones del mismo estilo, el número de fans de la banda podría crecer. Así de buenos son.
Un, deux, trois, quatre
Sin rodeos. La pareja (porque esto es mucho más que un dúo) sube a un escenario vacío lleno de instrumentos. Todos para ellos. En un principio parece demasiado grande para únicamente dos personas, pero ojo, que aquí estamos hablando de una de las mayores bandas de Nueva Zelanda. Al menos en cuanto a número de miembros. Bret y Jemaine arrancan el show con una composición completamente nueva titulada Father and Son. Y ya nada volverá a ser lo mismo.
Durante los últimos diez años, estos dos viejos amigos y compañeros de apartamento y estudios desde los años 90, apenas han coincidido más allá del universo Muppet, aunque cada uno por su lado. Clement lo haría como actor en la segunda entrega ‘El tour de los Muppets’, y McKenzie llevándose nada menos que un Oscar por la inolvidable canción Man or Muppet de la primera parte, ‘Los Muppets’. Ambas películas, por cierto, dirigidas por James Bobin, director de la mitad de los episodios de la serie que protagonizaron estos dos locos maravillosos entre 2007 y 2009.
Volviendo a 2018, al inicio del espectáculo, queda claro que la química de estos dos tipos increíbles es para siempre. Esa primera canción, casi una ópera, una tragedia sobre las complicadas relaciones entre padres e hijos, puede colocar el listón demasiado arriba, pero la realidad es que no hay cima que estos dos neozelandeses no puedan coronar.
Lo que empieza como una hermosa conversación entre padre e hijo termina sacando lo peor de cada uno, y sirve de excelente pistoletazo de salida y advertencia: justo cuando crees que han rematado la broma, cuando bajas la guardia, llega el gran cierre. Y no se me ocurre nadie mejor ahora mismo haciendo algo parecido. Muy fácil no debe ser si hemos tenido que esperar una década por una hora de material nuevo.
HBO Storytellers
Buena parte del espectáculo consiste en las divagaciones y conversaciones absurdas que mantienen los Conchords. Ya sea recordando anécdotas o explicando el rock de su país, Bret y Jemaine son narradores. Son excelentes narradores. Y unos músicos alucinantes. Si a esas virtudes añades que no conoceremos a nadie más divertido en la vida, puedes hacerte a la idea de lo complicado que resulta definir lo que hacen. Y sea lo que sea, son los mejores.
Antes de lanzarse a por el primer greatest hit, aún hay tiempo para recordar que vamos a morir todos y para contarnos otra historia nueva, en este caso un encuentro sexual en el lugar de trabajo entre Deana and Ian, otra nueva composición que recupera el viejo sonido conchord de guitarra acústica y bajo. Y nada más. Bueno, sí: un solo de guitarra completamente inesperado. Y no será el solo más inesperado del recital.
Inner City Pressure es el primer tema de los clásicos en sonar, y añade otro punto a favor de la pareja: no necesitan apoyarse en la imagen, no necesitan el videoclip. Habría sido muy fácil proyectar sus viejos videoclips episódicos para potenciar la narración, pero son tan buenos en lo que hacen que nadie miraría. Porque no hay nada mejor que ver cómo despliegan todo su talento bajo los focos.
1353 (Woo a Lady), es otra demostración de poderío cómico y narrativo a través de las palabras y la música. Un desternillante cortejo medieval con, ahora sí, el desenlace más inesperado y físico de la velada. Bueno, tal vez no. Durante la interpretación del tema, McKenzie muestra sus dotes vocales y los anacronismos idiosincrásicos de los protagonistas de la historia hacen todo lo demás. Una historia insuperable de no ser porque justo después nos contarán la siguiente. The Ballad of Stana, nueve minutos de epopeya vaquera que ríete tú de Bohemian Rhapsody.
Los Conchords, la banda más hermosa (de la habitación)
No hay un segundo de respiro durante su espectáculo, y la edición, aún dejando fuera del montaje final algunos temas que esperemos podamos recuperar en formato doméstico físico en algún momento, se encarga de subrayarlo. Back on the road se convierte por derecho propio en uno de los momentos de la noche.
Si lo habitual en su estilo es que una canción vaya de menos a más, tanto en el sentido musical como en el estrictamente cómico, la canción que cierra el espectáculo (antes del obligatorio bis), es justo lo contrario.
En otra vuelta de tuerca magistral, utilizan ese temazo a modo de resumen de lo que han sido estos últimos diez años… y esos últimos diez días. Y lo hacen, los muy jopu#as, utilizando el recurso opuesto. Demostrando que pueden crear una joya folk sentida por la que Llewyn Davis habría matado a cualquiera de los amigos que le prestaron una cama en los malos momentos y ensuciarla al final, no vaya a pensar la gente que en realidad son músicos serios.
No lo son. O sí. Quizá lo sean demasiado. Si alguien tiene que recordarnos nuestra propia mortalidad no se me ocurren mejores mensajeros. Lo que sí es seguro es que Mel estaría orgullosa del recital. Buen trabajo, Murray. Menuda gira has conseguido.
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