El final de 'Élite' es muy bueno, pero hay poco más que celebrar en la temporada 8. La serie de Netflix se despide para siempre llevando al límite sus excesos

El todo vale por un buen salseo ha ido destruyendo a la serie poco a poco

Cuando Netflix estrenó 'Élite' tampoco fue una serie que se vendiese como una revolución para la plataforma. Eso tardó muy poco en cambiar ante el enorme éxito de esta ficción adolescente creada por Darío Madrona y Carlos Montero. En su momento incluso llegó a ser mi serie española favorita de Netflix, pero su decadencia ha sido tan brutal que llegó un punto en el que no la abandoné para siempre por anunciar que su temporada 8 iba a ser la última.

Sea por el motivo que sea, es evidente que el interés del público hacia ella también ha ido erosionándose a lo largo de los años, por lo que la decisión de ponerle punto y final era también lógica desde el punto de vista empresarial. Quizá por ello,  'Élite' ponga ya toda la carne en el asador en esta temporada final, pero el problema es que lo único que realmente funciona es su última escena. El resto roza el despropósito hasta límites inimaginables, incluso teniendo en cuenta la serie de la que se trata.

Debió acabarse hace mucho

No soy tan incrédulo como para pensar que en algún momento existió una vocación realista en la serie, pero durante los años de Madrona en la serie, 'Élite' era un cóctel siempre al borde del ridículo que lograba salir adelante triunfante e incluso mantener cierta fuerza emocional. Sin embargo, llegó un punto en el que los salseos primaron por encima de todo lo demás y fueron descomponiendo un universo que también sufrió de forma innegable con la marcha de sus protagonistas originales.

Precisamente una de las grandes bazas de la temporada 8 era el regreso de Mina El Hammani como Nadia, pero eso ha acabado siendo una de las mayores decepciones. Además de tener una presencia bastante reducida, queda la sensación de que vuelve únicamente para que afecte a las motivaciones de Omar, teniendo así una actitud de lo más pasiva cuando eso no caracterizaba para nada a Nadie hasta ahora. Para esto mejor que no hubiese vuelto.

No obstante, la gran adición de la temporada 8 son dos hermanos interpretados por Ane Rot y Nuno Gallego que lideran la asociación de antiguos alumnos. Incluso si dejamos totalmente a un lado que la serie haya ignorado bastante la existencia de esa asociación durante siete entregas, lo que prima es la idea de un pegote para añadir más salseo, provocar cambios de personalidad difíciles de entender -lo que hacen con un personaje, que ya de por sí me daba bastante igual, es especialmente lamentable- en uno de sus protagonistas e introducir en la serie algunos temas, como las sociedades secretas, que eran de lo poco que les faltaba por abordar.

Al igual que en sus inicios, el resultado es un cóctel extraño, pero el problema es que le falta cualquier tipo de equilibrio no ya que uno pueda tomárselo en serio, sino para que simplemente observe lo que sucede en pantalla como algo más que un accidente a punto de suceder del que resulta imposible apartar la mirada. Eso le asegura mantener algunos espectadores, pero aquellos que se fueron por el camino y vuelven por la curiosidad de la temporada final me da que no van a quedar demasiado contentos.

Eso lleva a que 'Élite' fuerce situaciones hasta el límite de forma continuada. Tampoco es algo que nos sorprenda tanto, pero solamente puedes estirar el chicle hasta cierto punto sin que afecte a la inmersión del espectador a la historia. Aquí no hay nada de eso, por lo que lo más celebrable seguramente sea que hay un episodio en el que el personaje de Omar Ayuso se pone gallito con el de Nuno Gallego, dando lugar pie a alguna que otra situación bastante cómica. Eso sí, no deja de ser un recurso sacado de la manga para volver a complicarlo todo minutos después de forma un tanto perezosa. Y es que si juegas esa carta, que sea para llevarla hasta el final.

Por lo demás, hay sexo, traiciones, giros rebuscados, personajes que de repente actúan de una forma y luego de otra, asesinatos y cualquier recurso que sirva para elevar a la enésima potencia lo que uno espera de 'Élite' a estas alturas. El gran problema es que todo acaba reducido a un batiburrillo que parece moverse más por necesidades de ese episodio en concreto que de lo que realmente le vendría bien a la temporada como un todo.

Todo eso lleva a una resolución un tanto apresurada que al final apunta en la dirección correcta. Tanto es así que la última secuencia de la temporada 8 es lo mejor de la misma con diferencia, tanto por lo bien que encaja con respecto al inicio de la serie -hasta el punto de que no me sorprendería para nada si Madrona y Montero ya hubiesen decidido en su momento que el final tenía que ser así- como por olvidarse de los excesos más desgastados de 'Élite' y, a su manera, ser una vuelta a los orígenes.

Eso sí, lo que queda al final es la sensación de alivio por haber cerrado de una vez una serie que nunca debería haber llegado hasta las ocho temporadas. De esa forma los recuerdos buenos han quedado ensombrecidos por esa sensación de deriva que ha acabado haciendo mucho daño al que en su momento fue uno de los mayores fenómenos de Netflix.

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