Seguro que muchos os acordaréis del instante en el que Rick Deckard en ‘Blade Runner’ (id, Ridley Scott, 1982) es llamado por su antiguo jefe para dar caza a los replicantes. La comisaría es en realidad la Union Station de Los Ángeles, uno de los lugares de la ciudad más utilizados en los rodajes de películas. Otros ejemplos serían ‘El buscavidas’ (‘The Hustler’, Robert Rossen, 1961), ‘Driver’ (‘The Driver’, Walter Hill, 1978) o ‘El caballero oscuro: La leyenda renace’ (‘The Dark Knight Rises’, Christopher Nolan, 2012), pero una de las primeras películas que utilizó esa estación de tren, tal vez la que más, fue ‘Union Station’ (id, Rudolph Maté, 1950), cuya trama se desarrolla la mayor parte en dicho lugar.
Maté fue en principio director de fotografía, y no uno cualquiera sino uno de los más grandes. De sus ojos salieron las luces y sombras de películas como ‘Vampyr’ (id, Carl Theodor Dreyer, 1931), ‘Ser o no ser’ (‘To Be or Not to Be’, Ernst Lubitsch, 1942) o ‘La dama de Shangai’ (‘The Lady From Shagai’, Orson Welles, 1947), su último trabajo como director de fotografía antes de sentarse en la silla de director, en la que, siempre moviéndose dentro de la serie B, realizó bastantes películas a tener en cuenta. Sin duda la más conocida es ‘Con las horas contadas’ (‘D.O.A.’, 1950), y ese mismo año con el incansable en aquellos años William Holden, rueda un film en mi opinión superior. Una joya de la tensión que no da respiro al espectador en ningún momento, y que continúa la moda de realizar thrillers en escenarios naturales.
Realismo y violencia
Dicha moda, de la que hablamos un poco al recordar ‘Un hombre acusa’ (‘The Turning Point’, William Dieterle, 1952) comenzó con Henry Hathaway y sobre todo con Jules Dassin y su famosa ‘La ciudad desnuda’ (‘The Naked City’, 1948). La influencia del neorrealismo italiano fue muy evidente en los títulos de cine negro en aquellos años, llevando las historias criminales fuera del estudio y dotar al género de cierto carácter de documental —el docu noir se le llamaría—. ‘Union Station’ tiene ambas cosas, y la presencia de la estación es absolutamente esencial. La historia de secuestro de una mujer ciega se convierte en un thriller antológico con varias secuencias en la estación a cada cual más tensa y violenta.
William Holden y Nancy Olson, justo después de verse las caras en ‘El crepúsculo de los dioses’ (‘Sounset Boulevrad’, Billy Wilder, 1950) dan vida al policía de la estación y a una mujer que ha visto algo sospechoso entre dos individuos que tomaron un tren. La duda se convierte en certeza cuando descubren el secuestro de la hija ciega de un importante hombre de negocios por parte de un criminal sin escrúpulos cegado con la ley —estuvo preso cinco años por robar 83 dólares— y que no se detendrá ante nada ni nadie para cobrar el rescate, incluso matar al rehén o asesinar a sus propios hombres si es necesario. Lyle Bettger da vida al villano, uno de esos que harían las delicias de Hitchcock por su fuerte personalidad y maldad. En una película de gestos físicos como ésta, Bettger ofrece algunos de los mejores instantes al respecto. Su sola presencia provoca temor.
Grises y puntos de vista
En una época en la que en los Estados Unidos había un muy extendido temor a tener al enemigo en casa, el mensaje del film sobre la eficiencia de los medios policiales está más que claro. No obstante, no todo es blanco o negro, sino que como todo buen film noir, la atmósfera y la psique de los personajes está llena de maravillosas tonalidades de grises, y en un film tan frenético como ‘Union Station’ se tiene tiempo para ofrecer ciertos instantes de duda moral, como el de seis policías haciendo hablar a un delincuente amenazándole de muerte con tirarlo delante de un tren que se aproxima. Detalles tan escabrosos como ése, o el hecho de dejar a la chica ciega a su suerte en medio de cables eléctricos sueltos, más alguna que otra muerte impactante, llenan de violencia una película apasionante que durante 85 minutos sólo da lugar al descanso en una ocasión inteligentemente insertada.
Tras casi 40 minutos, poco menos de la mitad del film, Maté narra desde el punto de vista de la policía el caso de secuestro, el espectador está clavado a la butaca presenciando cómo el caso se va liando, y sólo somos capaces de respirar cuando el punto de vista cambia y se muestra al villano y su amante. Detalle sumamente inteligente que revela a Maté como un narrador perfecto que sabía lo que hacía. Sobresalen dos de las persecuciones —aquella que saca a la cámara de la estación hasta las vías y varios policías siguen a un sospechoso cambiando continuamente de vagón, y la final, prodigio de luces y sombras en unos túneles con claras reminiscencias de cierto mítico título de Carol Reed— y el sadismo comentado. Un film muy serio en el que Barry Fitzgerald, con su espectacular cara de cachondeo, podría suponer el único elemento cómico, muy leve, del film, dando vida al jefe de policía.
Gracias a Miriam Figueras
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