Hace poco en este mismo ciclo dedicado al cine negro, o Film Noir que dirían los franceses, os hablaba de ‘Un hombre acusa’ (‘The Turning Point’, William Dieterle, 1952) como una de esas perlas desconocidas del género. Lo cierto es que dentro de la serie B hay films ejemplares que en su momento fueron prácticamente olvidados —mucho más que el film de Dieterle— y que, tras la consabida revisión por parte de la crítica europea sobre todo han sido rescatadas y puestas en su justo lugar. El ejemplo más claro al respecto quizá sea ‘Detour’ (id, Edgar G. Ulmer, 1945), la reina de la serie B por excelencia, un film ignorado a lo largo de los años, hasta que casi medio siglo después su gran calidad se descubrió como de repente.
Sin llegar a las excelencias del film citado, entre otras cosas porque Ulmer era mucho mejor director que Max Nosseck, de quien su película más conocida tal vez sea ‘Dillinger, el enemigo público número 1’ (‘Dillinger’, 1945), ‘The Hoodlum’ es una película a tener en cuenta dentro del género en la cinematografía estadounidense de los años 50. Con sus defectos, evidentemente, pero todo un logro si consideramos que la misma tiene una duración de sesenta minutos. Un milagro con respecto al ritmo y capacidad de síntesis para narrar una historia en la que no falta nada, y sobre todo un film visceral.
(Frome here to the end, Spoilers) ‘The Hoodlum’ da inicio con la revisión de la libertad condicional de un delincuente común, Vincent Lubeck —Lawrence Tierney, tan hierático como siempre, un característicos de aquellos años que nunca dejó de trabajar y a quien Tarantino rescata en su ejemplar ‘Reservoir Dogs’ (id, 1991)—, que ha estado cometiendo delitos menores desde que era un menor. Ahora y tras pasar cinco años en la cárcel por robo con violencia dependerá del ruego de su madre para que pueda volver a ser libre. Y así es, Vincent se irá a vivir con su madre y trabajará en la gasolinera de su hermano Johnny —Edward Tierney, su hermano en la vida real, siendo éste su primer papel importante en el cine—, hasta que la llamada del crimen le haga volver a lo que parece sólo sabe hacer.
La película de Nosseck evidentemente es de bajo presupuesto, y se nota, sobre todo en los escenarios —atención a esa calle donde confluyen una funeraria, un banco y la gasolinera donde trabaja Vincent—, pero el director se las ingenia para sacar provecho de todo ello, sobre todo con decisiones de puesta en escena que demuestran inteligencia. Sirvan como ejemplo dos momentos alejados en el conciso metraje. Por un lado, antes de la salida de la cárcel de Vincent, éste es llevado por el único hombre que se negaba darle la condicional a que compruebe lo que le espera si traspasa una determinada puerta, que no representa otra cosa que la línea que se cruza al matar a alguien: la silla eléctrica, mostrada sin cortar el plano tras seguir al protagonista. El otro corresponde al primer encuentro sexual de Vincent con Rosa (Allene Roberts), la novia de su hermano, al alejarse la cámara los dos personajes se acercan hacia algo que no traerá más que fatalidad a sus vidas.
En un film tan corto en duración como ‘The Hoodlum’ las elipsis son importantes, y es de mención la labor del narrador a la hora de condensar todo lo que cuenta —a los no acostumbrados a las formas de narración de aquellos tiempos incluso les parecerá que es un film atropellado—, a ello contribuye la labor en el montaje de Jack Killifer, montador de muchos clásicos del género en aquellos años. Pero ante todo hay alguna que otra poderosa elipsis, como por ejemplo con Rosa en el instante de la azotea en la que toma una drástica decisión; una conversación sobre la imposibilidad de su historia de amor, Vincent se aleja, Rosa se gira hacia una escalera, fundido en negro y punto de inflexión que, como en toda buena cinta negra, desencadenará una serie de acontecimientos a cada cual más terrible. Economía de medios y máximos resultados.
Con todo, la película no alcanza en mi opinión la maestría de otros títulos. El problema reside en el personaje del hermano, que además de revelar a un actor bastante mediocre como Edward Tierney, es sobre el que recaen las situaciones más forzadas, incluso decisiones tomadas por un rol bastante molesto, por inane. Sus reacciones ante el alejamiento de Rose resultan poco creíbles, y ya no digamos su capacidad para fijarse en el hecho de que quieran atracar un furgón blindado, estando “de luto” por la muerte de Rosa. Por el contrario Vincent es el alma de la película.
Vincent, en la mejor tradición del film noir y su universo de malos protagonistas, obsesionado con tener el control de todo y hacerse rico a lo grande. La intensidad de la interpretación de Tierney le queda muy bien a un film como hemos dicho muy visceral, con los sentimientos a flor de piel y una violencia a punto de estallar en cualquier momento. El destino, que suele jugar cartas importantes en este tipo de historias, se revelará cruel en la emotiva escena de Vincent con su madre —espléndida Lisa Golm—, un último acto de redención en forma de lágrimas antes del inevitable desenlace.
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