Anthony Mann es conocido sobre todo por sus westerns con James Stewart, excepcionales muestras del género en las que es bien visible el talento del director para convertir el paisaje en un personaje más. Pero antes de especializarse en dicho género, Mann filmó varias cintas de cine negro, siendo 'Side Street' (1950) la última de ellas, y sorprendentemente la menos conocida de todas. Con ella dejaba una época y empezaba otra; en ese mismo año filmó cuatro films que se encuentran entre lo mejor de sus filmografía: el que nos ocupa, con el que Mann se despediría del cine negro, más 'Winchester 73', 'Las furias' ('The Furies') y 'La puerta del diablo' ('Devil´s Doorway'), y que son un muestrario perfecto del estilo de Mann.
Esta película supuso una nueva reunión entre Farley Granger y Cathy O´Donnell, que habían protagonizado dos años antes la mítica 'Los amantes de la noche' ('They Live by Night', 1948), la ópera prima de Nicholas Ray, otro clásico del cine negro y que posee mucha más fama que el film de Mann, que ha sido relegado injustamente al olvido. Granger fue en aquellos años un actor al que Alfred Hitchcock echó mano para dos de sus films, y en el presente compone uno de esos personajes difíciles de interpretar, un hombre normal y corriente —cuanto más normal y corriente más difícil de interpretar— que se ve envuelto en una situación que le superará completamente. Como en el mejor cine de su autor, un personaje abocado al sufrimiento.
(From here to the end, Spoilers) 'Side Street' da comienzo con una panorámica de la ciudad de New York mientras una voz en off nos informa sobre las miles y miles de historias anónimas que pueblan la gran urbe hasta centrarse en la que protagoniza Joe Norson (Granger), un hombre que se gana la vida como cartero mientras sufre ciertos problemas económicos y espera un hijo con su mujer Ellen (Cathy O´Donell). Cierto tono documentalista baña el film, siendo comparado con 'La ciudad desnuda' ('The Naked City', Jules Dassin, 1948), que presume de ser el primer film que se rodó en escenarios naturales —también New York— y con la que el film de Mann guarda ciertos paralelismos. Ambas tratan de recoger la cotidianidad de una gran ciudad a través de la historia de unos pocos de su habitantes, cual reflejo de toda la sociedad.
El conflicto argumental se presenta cuando Joe, en una de sus entregas en el despacho de un abogado observa sin querer como en un archivador se guardan 200 dólares en metálico. Debido a sus problemas económicos y con el deseo de que su mujer dé a luz en una habitación de hospital, tendrá la tentación de robar dicho dinero. Excelente es la secuencia en la que cede ante la tentación, y forzando el cajón del archivador se lleva la cartera donde está el dinero. La sorpresa vendrá cuando al abrirla descubra que la suma es de 30.000 dólares, un dinero que realmente es un soborno de un delincuente a un abogado corrupto. Norson guardará el dinero, pero al poco los remordimientos de conciencia le harán devolver el dinero. Curiosamente dicho acto desencadenará una pesadilla en la que su vida correrá un gran peligro.
En ese escenario muy bien filmado por Mann se establece un relato de puro cine negro, con prácticamente todo sus elementos, y haciendo variaciones en algunos. Por ejemplo, la figura típica de detective privado, que normalmente se hacía cargo de un caso en apariencia sencillo, torna aquí hacia la figura policiaca, más contundente. Toda la sucesión de hechos atroces en los que el protagonista se ve inmerso escapan totralmente a su control, a pesar de haber sido el desencadenante, y Mann marca muy bien el sufrimiento de su personaje, que poco a poco parece ser absorvido por el escenario, de tintes fantasmagóricos, esa ciudad que engulle a todos sus habitantes y no hace diferencias entre ellos. Primeros planos de Granger, muy entregado en su papel —más que otras veces, todo hay que decirlo—, y esa sensación de opresión que aquel siente, marcada por el entorno, supone la base sobre la que se sustenta todo el film.
En 'Side Street' tiene una vital importancia la fotografía de Joseph Ruttenberg, excelente operador ganador de cuatro Oscars, y que dota de una intensa luminosidad a la historia. Un blanco y negro contrastado que subraya el estado de ánimo de varios de los personajes, y que alcanza cotas de altura en la set piece final de la película, una magnífica y trepidante persecución de coches policía al taxi en el que viaja Joe, obligado por el asesino a conducir, por las calles de la ciudad, y en la que la puesta en escena de Mann es la verdadera protagonista. Con numeros planos en los que la Gram Manzana parece crecer por encima de los coches, señalando lo pequeño e insignificante que puede ser el hombre, Mann nos regala un instante para el recuerdo, mientras el fino toque moral —el pobre hombre corriente enfrentado y supeditado a aquellos que poseen un mayor status social— no enturbia ni de lejos esta tristemente olvidada película.
Ver todos los comentarios en https://www.espinof.com
VER 0 Comentario