Hace relativamente poco os hablaba en diferentes secciones de dos films como ‘Tener y no tener’ (‘To Have and Have Not’, Howard Hawks, 1944) y su segundo remake, ‘The Gun Runners’ (id, Don Siegel, 1958), ambas basadas en la obra de Ernest Hemingway, que el propio autor consideraba una de sus peores obras. Hoy nos toca ‘Punto de ruptura’ (‘The Breaking Point’, Michael Curtiz, 1950), primer remake del film de Hawks, o segunda adaptación para los que gustan de eufemismos, de la obra del escritor de Illinois.
Resulta curioso que sea Curtiz el director de este film, puesto que la versión de Hawks guarda no pocos elementos en común, debido a que compartían al mismo productor, con ‘Casablanca’ (id, Michael Curtiz, 1942). Así pues, es como si Curtiz devolviese la pelota a una película que tuvo no pocas influencias de su mítico film. Al igual que hizo Siegel en el film posterior, el director húngaro centra la historia en su lado Film Noir, cambiando para ello muchos de los elementos del film previo.
Personajes cercanos
El guión, obra de Ranald MacDougall —firmante de los libretos de películas como ‘Objetivo: Birmania’ (‘Objective: Burma!’, Raoul Walsh, 1945), o colaborador no acreditado en films como ‘Pánico en la escena’ (‘Stage Fright, Alfred Hitchcock, 1950)— se sitúa evidentemente más tarde en el tiempo que la primera versión. Tras la Segunda Guerra Mundial, Harry Morgan —John Garfield recogiendo el testigo de Bogart— debe aceptar negocios ilegales con su embarcación para poder sostener a su mujer y dos hijas.
Una situación de crisis que convierte un film de mal llamado cine clásico a la orden del día, logrando que se empatice con el personaje central hasta extremos impensables. Además, John Garfield ofrece una interpretación no mejor que la de Bogart, eso es ridículo, sino más cercana, o dicho de otra forma, convierte el personaje en alguien normal y corriente que está metido en apuros. Atención a sus expresiones cuando confiesa haber matado a una persona, o la desesperación por no tener dinero. Ni George Bailey, vamos.
Curtiz da cierto peso al mar, también clave en varias obras del autor literario, aquí como alegoría a los sueños de libertad del personaje central, perfectamente entendibles. Una libertad que simplemente le aleje de las malas influencias, como todo lo concerniente al personaje que le mete en líos, un médico en horas bajas que organiza negocios de dudosa legalidad y que mantiene una extraña relación de admiración/desprecio hacia Morgan. Dicho personaje recae en un magnífico Wallace Ford.
Acción, drama y tristeza
Otra de las variaciones del film original es el personaje que acompaña a Morgan. Walter Brennan cede su personaje a Juano Hernádez, actor negro que da otra dimensión al rol. Para empezar no es un borrachín, sino alguien como Morgan a quien admira bastante y le ayuda en todo lo posible, apareciendo muchas veces como un mero partenaire, y sin embargo dicho personaje da lugar a un final absolutamente demoledor y triste, con su hijo pequeño solo en medio del puerto esperando un regreso que nunca sucederá. Al igual que el film de Siegel, ‘Punto de ruptura’ deja un sabor amargo totalmente inesperado, por dicho final.
En el reparto femenino tenemos a la peculiar Patricia Neal en un rol muy diferente al de Bacall, aunque con la etiqueta de femme fatale detrás de ella. Un personaje que juega a varias bandas mientras acepta su derrota amorosa ante un Morgan dudoso, un amor inolvidable y por ello inalcanzable, de esos que dejan huella. Llama la atención la guerra oral entre la mujer de Morgan y ella mientras aquél, borracho, no se entera de nada. Un secuencia que pone de relieve los universos femeninos y masculino cuando se trata de amor.
Si acaso el film posee cambios de ritmo bruscos, sobre todo cuando se acerca a su tramo final, lleno de acción y situaciones inesperadas, impecablemente filmadas por Curtiz, valiéndose de la muy acertada fotografía de Ted McCord, especializado en atmósferas opresivas y decadentes, llenas de lugares sombríos muy marcados, en este caso acorde con el calvario personal de Harry. Enérgica en sus mejores momentos, también ataca sin piedad el sueño americano, falacia donde las haya, y lo cubre todo de un sutil pesimismo.