Hace poco hablábamos de una de esas películas poco conocidas de la década de los años treinta dentro de la cinematografía estadounidense, ‘Gateway’ (Alfred L. Werker, 1938), en la que aprovechábamos para citar la película más conocida de su director, ‘Orden: Caza sin cuartel’ (‘He Walked By Night’, 1948), y que en realidad fue co-dirigida. Resulta irónico que su film más redondo sea realmente mérito de un director mucho más famoso como Anthony Mann, quien antes de sus míticos westerns filmó alguna que otra joya de Film Noir en una época no demasiado analizada en su filmografía.
Se desconocen por completo las razones por las que Mann no está acreditado, habiendo sustituido a Werker a mitad de rodaje, siendo autor de más de la mitad de metraje y sobre todo de las secuencias más recordadas, en las que efectivamente se nota su mano. En cualquier caso estamos ante una de esas joyas a las que el paso del tiempo, y también al crítico/cinéfilo estudioso y buscador, ha puesto en su debido lugar, descubriéndose hoy día como el más claro precedente de ‘El tercer hombre’ (‘The Third Man’, Carol Reed, 1949), la cual parece inspirarse, quizá demasiado, en su tramo final.
‘Orden: Caza sin cuartel’ pertenece a esa moda de thirller documental, o Docu Noir, que comenzó a instaurarse con películas como ‘La casa de la calle 92’ (‘The House on 92nd Street’, Henry Hathaway, 1946), y sobre todo ‘La ciudad desnuda’ (‘The Naked City’, Jules Dassin, 1948), que se caracterizaban por filmar parte de la película en localizaciones reales, añadiendo así cierto tono documental al film. En el trabajo de Werker y Mann ese realismo se ve en ciertas secuencias y sobre todo en la parte que muestra la labor diaria del departamento de policía, en busca de pistas que le lleven a un asesino. Un claro precedente, en ese aspecto, de la también poco conocida ‘La calle del misterio’ (‘Mystery Street’, John Sturges, 1950).
La película versa sobre la caza y captura de un peligroso criminal —uno de los primeros casos de psicópata asesino en cine por traumas de la guerra— que roba equipo científico para luego venderlo, habiendo asesinado además a un policía en el cumplimiento de su deber, secuencia con la que da comienzo la película. En tan sólo 79 minutos de duración, algo impensable hoy día para un thriller de acción y suspense, el film nos muestra todo el operativo policial montado para dar caza a un asesino que parece escabullirse delante de sus narices.
Realismo minucioso y aterrador
No queda muy claro qué parte del film dirigió Werker antes de ser sustituido por Anthony Mann, pero comparando ambas filmografías y estilos, rutinario el primero, el segundo un experto en aunar personaje y escenarios en uno a través de una portentosa planificación en muchas de sus obras, no es necesario ser un lince para caer en la cuenta de que Mann filma, con su habitual mano visceral, todas las secuencias nocturnas y las de acción, que ocupan gran parte del metraje, dividido claramente en dos partes: investigación la primera, cerco al asesino la segunda, en un muy conseguido crescendo dramático, imagino que obra de Mann a la hora de controlar el montaje.
‘Orden: Caza sin cuartel’ está basada en hechos reales, algo que aumenta su “realismo”, uno de los casos más difíciles a los que tuvo que enfrentarse el Departamento de Policía de Los Ángeles en aquella década. Una persecución sin piedad que tiene su clímax en una impresionante y larga secuencia en las alcantarillas de la ciudad, que era la primera vez que se utilizaban en el rodaje de una película. Secuencias de una claustrofobia sin parangón, gracias sobre todo a la labor fotográfica de John Alton, operador que consiguió una fotografía única, de fuertes contrastes claro/oscuros en los que poco a poco va ganando la batalla el negro, la oscuridad de esos instantes finales en los que el mal es devuelto a su negro mundo.
Richard Basehart da vida con absoluta convicción al asesino, prácticamente el protagonista del film y cuyas motivaciones para el crimen están sugeridas con inteligencia en una conversación en apariencia secundaria en la que se cita su pasado en la guerra y su posterior trauma que le llevó a ser un antisocial. El actor controla a la perfección un personaje que se le podría haber escapado de las manos en cuanto a lo dramático. Cabe destacar en el plantel de secundarios a Jack Webb, como uno de los analistas del laboratorio policial, claro precedente del CSI televisivo, al igual que el citado film de John Sturges.
Bajo presupuesto compensado por una capacidad de síntesis brutal, en la que además se pueden entrever detalles de guión simple y llanamente inesperados para la época. No deja de llamar la atención esa búsqueda por los bajos fondos de la ciudad y en los que nadie conoce al fugitivo. Secuencias que parecen de relleno, y en las que destaca una con la cámara filmando desde un plano inferior a un policía que mientras escucha a una mujer, busca fuego, y ésta le ofrece su pitillo encendido. Toda una vuelta de papeles en lo que el clásico Film Noir acostumbraba a mostrar.
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