'Plan 75', la representante de Japón en los Óscar, es una distopía capitalista que reflexiona sobre el mayor miedo de nuestra sociedad | Festival de Sevilla 2022

Hace ya un tiempo que el cine de género nos lleva alertando sobre el mayor miedo de nuestra sociedad: hacernos mayores. Películas como 'La abuela', 'Tiempo', 'Relic', 'X' o la más que subrayada 'Viejos' demuestran que la tercera edad se ha convertido en un caldo de cultivo perfecto para aterrorizar a los más jóvenes.

'Plan 75' es un nuevo giro sobre este miedo sistémico que reflexiona sobre la eutanasia voluntaria en un sistema en el que hemos dejado de sentirnos útiles: si tenemos miedo a envejecer en un mundo individualista en el que solo vales lo que produces, ¿por qué no cortar de raíz?

Quitarse de en medio con estilo

En 'Plan 75', ante el envejecimiento de la población, Japón aprueba que los mayores de 75 años, aunque no tengan ningún tipo de enfermedad, puedan aplicar a un programa para morir y así dejar un mundo con menos cargas, más dinero y juventud. A cambio, recibirán mil dólares para gastar antes del momento en sí. Puede que la trama nos suene distópica, pero está lo suficientemente explicada y razonada como para que no lo veamos una solución futura: donde podríamos tener un episodio de 'Black mirror' más, la película da un paso más allá.

Lo más interesante de 'Plan 75' es lo que se cuenta solo de pasada: cómo, ante el decreto que insta a los mayores a suicidarse, las empresas capitalistas empiezan a buscar maneras de ganar dinero con la muerte, ya sea con resorts de lujo donde pasar las últimas horas (y que incluyen servicios como una "foto de despedida") o con nuevas y creativas ideas de reciclar las cenizas mortuorias. Es un golpe de realidad tan efectivo como doloroso que nos recuerda que en un mundo de billetes y ejecutivos, hasta tu muerte puede ser capitalizada.

Tristemente, no toda la película es igual de sutil y acertada, y se pierde contando diferentes historias más o menos interconectadas. Al pretender tocar todas las aristas de este mundo, desenfoca su mirada y pierde fuerza. Por supuesto que en el mundo que se plantea, cuanta más información tengamos, mejor podremos entender las decisiones de quien decide usar el servicio, pero la cinta se empeña en hacer una historia de vidas cruzadas que no es necesaria: la trama principal debería ser la de quien toma la decisión de morir, y el resto simplemente accesorias. Ponerlas al mismo nivel y dedicarles el mismo tiempo de pantalla es una insensatez.

Morir (o no)

La interpretación sutil, tierna y desgarradora de Chieko Baisho es uno de los puntos clave de 'Plan 75'. Su personaje, que trata de aferrarse a la vida como puede en un mundo que desprecia a los ancianos y la releva a un rincón sin interés, acaba por lanzarse al programa del gobierno no por pura convicción, sino por simple descarte. Y cuando ya está metida de pleno en el mismo, su seguridad se hace añicos en uno de los papeles mejor actuados del año.

'Plan 75' se equivoca, eso sí, al no mostrar más sobre la reacción social al programa. Se nos dice que internacionalmente los países posan los ojos sobre Japón, pero no se muestra una manifestación de rechazo o apoyo entre el pueblo más allá de las dudas morales e internas de los protagonistas: la película hubiera ganado mucho interés si, más allá de las decisiones de este grupo de personajes, supiéramos cuál es el sentimiento generalizado de una sociedad asiática que tradicionalmente ha adorado a sus mayores.

La película de Chie Hakayama pretende ser una advertencia moral de los lugares oscuros a donde nos puede llevar una sociedad basada en el desprecio a los más débiles y que banaliza el envejecimiento y la muerte, pero no consigue apretar las teclas correctas siempre: 'Plan 75' tiene hallazgos (esa última conversación telefónica), pero no es la gran película que podría ser.

Rumbo a los Óscar

Japón ha elegido 'Plan 75' como la película que les represente en los Óscar de este año, con todos los ojos puestos en ella después del éxito de 'Drive my car' en 2021. No es que el país nipón tenga una gran historia de amor con los premios de la Academia (solo ha ganado dos, la del año pasado y 'Despedidas' en 2008), y, sinceramente, no tiene pinta de que con esta película la tendencia vaya a cambiar. Le falta ternura, sutileza, crítica y mordacidad.

Y sin embargo, cuando acierta, lo hace por todo lo alto. El momento en el que se nos muestra el recinto donde los mayores van a morir, en una larga hilera separada solo por cortinas, es tan escalofriante como, en un contexto postpandémico, muy real. 'Plan 75' no existiría, o al menos no de esta forma, sin el Covid, que debería haber reorganizado nuestra forma de ver la vida pero, en su lugar, nos ha vuelto más ajenos al dolor, menos sensibles, menos personas. La cinta abraza los pocos momentos en los que el ambiente gris gubernamental deja paso a los sentimientos, pero aún así, es mucho más fría (y quizá menos paródica) de lo que debería.

Hay momentos en los que podemos vislumbrar todo en lo que 'Plan 75' se podría haber convertido. El señor, haciendo el papeleo para su eutanasia, apagando la televisión donde se emiten sin parar anuncios a favor del plan; la telefonista recordando que pueden echarse atrás cuando quieran; el descubrimiento de que las empresas están haciendo caja con la mortandad... Pero, pese a sus buenas ideas y su mensaje necesario, la película no termina nunca de dar el puñetazo definitivo encima de la mesa y se queda en una masa algo insípida hecha con los mejores ingredientes posibles. Una oportunidad perdida.

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