Inaugurado el Festival de Cannes 2011 con la presentación fuera de concurso de ‘Midnight in Paris’, llegó el turno de las aspirantes a la Palma de Oro. Curiosamente, las dos primeras películas de la sección oficial que hemos podido ver han sido dirigidas por mujeres, y ambas se centran en mujeres, protagonistas de historias crudas, difíciles de consumir; ‘Sleeping Beauty’ es la ópera prima de la novelista australiana Julia Leigh, y ‘We Need to Talk About Kevin’ es el tercer largometraje de la escocesa Lynne Ramsay, que hasta el momento ha proyectado aquí todos sus trabajos (desde que su primer corto ganara el premio del jurado en 1996). Ninguno de los dos títulos logró fuertes aplausos, más bien reacciones tibias y algún abucheo, pero no habría que descartar que les caiga algún galardón. Al fin y al cabo el que decide es el jurado, no la prensa.
‘Sleeping Beauty’, frialdad y sumisión
“Mi vagina no es un templo”. Lucy (Emily Browning)
La protagonista de ‘Sleeping Beauty’ (‘Bella durmiente’) es Lucy, una joven universitaria que realiza todo tipo de trabajos rutinarios para poder pagar el alquiler y los estudios; por las noches acude a sitios distinguidos para ofrecer su cuerpo a desconocidos, de manera casual, y sin recibir nada a cambio. Lucy parece poseída por una constante sensación de tedio hacia todo lo que le rodea, probándose, castigándose y entregándose a todo lo que surge, con una pasividad y una tolerancia extraordinaria. Salvo por los encuentros esporádicos, impersonales, la chica parece estar sola en el mundo, con la excepción de un amigo, marginado y autodestructivo, al que visita de vez; ambos disfrutan de la mera compañía, sin sexo. Este personaje se llama Birdmann (“bird” es pájaro y “man” hombre en inglés) y quizá lo que Lucy hace es cuidar de él como si fuera un delicado animal herido, expuesto a la muerte, resultándole su ayuda una tarea reconfortante, a diferencia de lo que hace en otras partes. Y con otros hombres, es interesante cómo propone matrimonio a dos amigos, como un juego; Birdmann accede al instante, considerando la oferta un honor, mientras el otro la rechaza, irritado por la forma de plantearlo. No creo que sea casualidad que este personaje casi se justifique diciendo que ahora tiene pareja y que ya es tarde para un compromiso entre ellos, justo antes de pedir a Lucy un poco de cortesía. La escena siguiente revela a la chica desnuda en una cama, a punto de ser manoseada (por lo menos) por un hombre que podría ser su abuelo.
Y es que un día la joven encuentra un misterioso anuncio en el periódico, solicitando estudiantes, y decide saciar su curiosidad. Tras una breve entrevista (con una incómoda inspección de su cuerpo, como si fuera un objeto), Lucy acepta participar en una peculiar experiencia para viejos adinerados; permanecerá completamente dormida, sumisa, en una habitación cerrada con un cliente, que podrá hacer con ella lo que desee, excepto penetrarla. Viene a representar algo así como una virgen a la que poder robar algo de vitalidad. Con el tiempo, la chica deseará saber qué ocurre cuando está drogada… Elegante, sugerente, hipnótica, desagradable, y también gélida, repetitiva, lenta, difícil. Es improbable que el debut de Leigh le deje a uno indiferente, tan frío como la protagonista, Lucy, encarnada con valentía y dedicación por Emily Browning (la protagonista de ‘Sucker Punch’), sin duda uno de los rostros del presente y el futuro.
Browning se deja la piel en la película (nunca mejor dicho, aparece en ropa interior y totalmente desnuda en varias ocasiones) con un papel complicado, aparentemente agotador tanto física como psicológicamente, teniendo que lidiar con algunas escenas realmente perturbadoras; hay imágenes potentes en este trabajo y a veces cuesta quedarse mirando (la primera escena es aparentemente inofensiva, pero tan violenta y sexual como las que suceden en la cama). Pero conforme avanza la película, se va perdiendo el poder de seducción, el impacto, por pura saturación, por mostrar demasiado y antes de tiempo; una vez que se ha visto lo que ocurre en la habitación de la bella durmiente, en concreto durante la visita del segundo hombre, lo demás resulta inofensivo, aburrido. Cabe destacar la sencilla puesta en escena de Leigh, que mueve la cámara con lentitud, como si se tratase de un testigo de los acontecimientos, que observa e intenta entender, contribuyendo a crear una peculiar atmósfera, inquietante, sin apenas música. Posiblemente acabe desesperando a todo el que busque una explicación concreta al inusual comportamiento de Lucy, y entusiasmará a los que busquen un plato diferente, despiadado en su ataque a los apetitos y las necesidades de muchos hombres.
'Tenemos que hablar de Kevin', la madre del monstruo
Tras dedicar cinco años de su vida a la adaptación de ‘The Lovely Bones’ (antes de acabar en manos de Peter Jackson), Lynne Ramsay comenzó a trabajar en llevar al cine otro libro, también muy vendido, 'Tenemos que hablar de Kevin' ('We Need to Talk About Kevin'), de Lionel Shriver. Al parecer, la producción tardó unos cuatro años en arrancar, tras muchos problemas para conseguir financiación (no es un tema muy comercial), pero la cineasta tuvo la fortuna de contar con el firme compromiso de Tilda Swinton, que se mostró decidida a interpretar a la protagonista, estando a disposición de Ramsay el tiempo que fuese necesario, hasta que arrancara el rodaje. Después de ver la película, me parece impensable imaginar a otra actriz en el papel principal, la sensibilidad, la pasión, la desorientación y la autenticidad que caracterizan la interpretación de Swinton llena la pantalla. A su marido lo encarna John C. Reilly, y aunque es un actor sensacional, su papel no tiene toda la entidad que sería deseable, quedando su trabajo totalmente eclipsado por el de su compañera de reparto.
Coescrita por Ramsay junto a su marido, el hasta ahora actor Rory Kinnear (es su primer guion), ‘We Need to Talk About Kevin’ (‘Necesitamos hablar sobre Kevin’) gira en torno a Eva Khatchadourian, una mujer solitaria marcada por la vergüenza. Después de soñar con una intensa batalla de tomates (rodada en el municipio valenciano de Buñol, donde realmente tiene lugar tan particular celebración, la “Tomatina”), Eva descubre que alguien ha lanzado pintura roja a su casa y su coche mientras ella dormía. Pronto descubrimos que tiene un hijo en la cárcel, el Kevin del título, así que solo hay que sumar dos y dos. Aunque no es necesario tal esfuerzo de imaginación, pues nos dan constantes pistas e incluso veremos parte del suceso. La historia se divide en dos líneas temporales que a veces se entrecruzan, representando el mundo de pesadilla en el que se ha sumergido Eva; por un lado asistimos a su presente, limpiando las manchas de la casa, trabajando en el único lugar donde la aceptan (al menos la jefa) y visitando la cárcel; asimismo, se reconstruye el nacimiento y la juventud del enigmático Kevin, desde el punto de vista de Eva, como si fuesen recuerdos que vuelve a analizar, en busca de la solución que le ayude a entender a ese psicópata, su hijo.
Pese a que superficialmente ‘We Need to Talk About Kevin’ parece girar en torno a las consecuencias de una tragedia, y cómo Eva se culpa de ello, intentando sobrellevar la carga, en el fondo lo que importa es la relación entre ella y su hijo. Es muy interesante cómo nunca queda clara la responsabilidad que tiene la familia en el desarrollo de Kevin, y más concretamente su madre, incapaz de comunicarse con él y entenderlo. La relación con su padre es totalmente diferente, aparentemente se llevan de maravilla. Pero desde que nació parece que Kevin odia a Eva y solo desea volverla loca. Lo cierto es que ella no quiso ser madre, y quizá ahí esté el origen de toda la dramática cadena de acontecimientos. Quizá, pues no se dan respuestas, al menos no unas concretas. ‘We Need to Talk About Kevin’ es una película arriesgada (el tramo final es tremendo), intensa, imaginativa, con una formidable Swinton y el hallazgo de Ezra Miller, muy convincente como encantador y aterrador adolescente. De nuevo, da la impresión de que dan demasiadas vueltas sobre lo mismo, innecesariamente, consumiendo un tiempo precioso, pero me temo que la concisión en el cine es cosa del pasado.
Juan Luis Caviaro desde Cannes, 12 de mayo de 2011.
PD: He estado sentado a un palmo de Adrien Brody en el pase de ‘Restless’, lo nuevo de Gus van Sant. Y a la salida me he cruzado con Emir Kusturica, Bryce Dallas Howard, Rodrigo Santoro y Michael Sheen, al que no he podido evitar pedir un autógrafo en plan “soy super-fan tuyo”.
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