‘Martha Marcy May Marlene’, horror cotidiano
Continúo con el repaso a las películas que pude ver en el festival de Cannes 2011; éste es ya el penúltimo artículo. No competía en la sección oficial, pero la estadounidense ‘Martha Marcy May Marlene’ era para mí una de las imprescindibles del certamen. Me cautivó el tráiler, la historia parecía tener mucho potencial, el debutante Sean Durkin había ganado el premio a la mejor dirección en Sundance, donde se destacó la gran interpretación de la también primeriza Elizabeth Olsen, y uno de los protagonistas es John Hawkes, recientemente nominado al Oscar por la película independiente mejor valorada de 2010, ‘Winter´s Bone’. Y me llevé un chasco. No obstante, entiendo perfectamente qué le vieron en Sundance, como también que se convierta en uno de los títulos más defendidos del año, y posible candidata a varios Oscars; Durkin se defiende muy bien con el reparto, que está estupendo, y el guion (también suyo) está construido con cierta habilidad, desvelando poco a poco las pistas justas que permiten resolver el enigma con el que arranca la película, personificado en la chica del título.
Cuenta Sean Durkin en las notas de producción que recibimos diariamente todos los acreditados en Cannes (y que algunos nos empeñamos en conservar, no sé bien por qué, hasta acumular kilos de papel), que cuando buscaba material para su primer largometraje encontró un relato verdadero que le inspiró para empezar a escribir. Leyó que una chica había escapado de una secta para volver con su familia, saliendo el líder del grupo a buscarla; cuando la encontró, lejos de amenazarla u obligarla a volver, le devolvió todo su dinero y le deseó suerte. Este curioso acontecimiento interesó al cineasta porque ofrecía una visión diferente de la que la mayoría tenemos de las sectas, a causa de exagerados retratos cinematográficos basados en arquetipos, pero también le hizo preguntarse cómo sería el regreso para aquella muchacha, tras haber estado viviendo de una manera totalmente diferente a la que consideramos normal. A partir de ahí nació ‘Martha Marcy May Marlene’, un drama con tintes de thriller sobre una joven que intenta recomponer la relación con su hermana mayor, que la acoge en su casa después de perder el contacto durante años; a través de flashbacks que logran transmitir la confusa barrera entre pasado y presente, descubrimos de dónde viene la protagonista y por qué actúa de manera tan extraña, aterrada ante la posibilidad de que alguien la haya seguido.
El mayor problema de la película es que hay muy poca cosa que ocultar, de ahí que Durkin necesite construir un puzle, en lugar de mantener una progresión lineal que dejaría en evidencia el sencillo entramado narrativo que ha creado. Algo que queda en evidencia cuando empiezan a pasar los minutos y apenas ha sido modificada la situación inicial; Martha (Elizabeth Olsen) no puede evitar repasar los intensos momentos que ha vivido en una extraña comunidad machista liderada por un carismático “pater familias” (John Hawkes), mientras Lucy (Sarah Paulson) intenta comprender a su hermana, para desesperación de su marido (Hugh Dancy), que se harta pronto de las excentricidades de la joven. Una vez que se muestran los dos o tres hechos más relevantes, y que tardan en aparecer porque sencillamente no hay nada más, excepto constantes subrayados y alargadas escenas cotidianas, ya tienes todo lo necesario para resolver el supuesto gran misterio que esconde ‘Martha Marcy May Marlene’, descifrable desde mucho antes de lo que deseaba su director. Aun así, se queda uno con la conseguida atmósfera inquietante de las escenas en el granero y con unos actores muy convincentes, sobresaliendo la labor de Olsen y Hawkes.
‘Hanezu’, poesía de baratillo
Ayer destacaba la francesa ‘Hors Satan’ como una de las peores películas que vi en Cannes, un relato hueco lleno de caminatas y silencios, animado solamente por unos golpes de fantasía. El nuevo trabajo de la japonesa Naomi Kawase (que puede presumir de ser la más joven en ganar la Cámara D´Or, premio al mejor debut en Cannes, en 1997 por ‘Moe no suzaku’) encajaría en una definición similar pero me gustó aún menos. Incluida en la sección oficial (había dos títulos japoneses en competición, éste y ‘Hara-Kiri: Death of a Samurai’, decepcionantes ambos), llegué a temer que ‘Hanezu’ pudiera seguir los pasos de ‘Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas’ (‘Loong Boonmee raleuk chat’, 2010) y fuera galardonada con la preciada Palma de Oro, pero por fortuna el jurado de esta 64ª edición no se dejó engañar por las imágenes supuestamente poéticas y profundas filmadas por Kawase, de esos autores que, quizá por haber sido premiados prematuramente, parecen empeñados en hacer películas con ideas vagas, rellenando metraje con situaciones cotidianas y anodinas, dando forma a productos “artísticos” que deben resultar difíciles, pesados, indescriptibles, para todo aquel que intente buscarles la lógica. Dicho de una manera mucho más simple, ellos pueden presentar un garabato en un museo, que habrá entendidos que lo llamen arte, porque han visto a Dios en ese trozo de papel.
Mientras en el cine norteamericano organizan pases con público antes del estreno para comprobar que se entiende la película (aunque haya diversidad de opiniones sobre su calidad), uno tiene la sensación que cineastas como la japonesa los realizan para justo lo contrario, para asegurarse que la mayoría se ha aburrido y no sabe exactamente qué ha visto. En realidad todo es mucho más simple de lo que parece, cuando uno se olvida de entender todo lo que ocurre de una manera concreta, de acuerdo a las convenciones narrativas, pues Naomi Kawase, como otros muchos artistas, no desean desarrollar una trama o comunicar nada concreto, sino ideas, sensaciones, fantasías, sueños, temores… Basada en la novela de Masako Bando, ‘Hanezu’ habla de influencias ancestrales que se resisten a desaparecer, conviviendo con el presente. La acción tiene lugar en la región japonesa de Asuka, la cuna de la cultura japonesa, donde se están desenterrando las ruinas de una vieja ciudad; mientras las rocas del pasado salen a la superficie, una voz en off nos lee un poema sobre tres montes que antiguamente se pensaba que estaban habitados por dioses, dos de ellos enfrentados por el amor de la tercera.
La amargura y la melancolía de esos deseos afectan eternamente a los habitantes del lugar, y en concreto a una mujer (Hako Oshima) casada que se enamora de otro hombre. El marido (Tetsuya Akikawa) vive de acuerdo con los veloces tiempos actuales, tiene un empleo que le obliga a viajar mucho, compra comida envasada y tiene un pajarillo enjaulado; el amante (Tohta Komizu) mantiene una estrecha relación con la naturaleza, construye cosas con sus manos, cocina su propia comida y deja entrar a los pájaros del exterior, que anidan en el techo de su casa. A lo largo de unos 90 minutos que se hacen eternos, Kawase no hace otra cosa que reincidir en el tema principal, mostrando repetidamente lo que he contado antes, además de incluir numerosas escenas silenciosas centradas en los rostros de los actores, quizá para intentar meternos en sus cabezas; pero lo peor no es que no ocurra nada relevante, o que la directora subraye cansinamente la teoría del poema, sino que se hace incómodo seguir la película por una puesta en escena torpe e irritante, abusando de la cámara en mano y los planos cerrados, pegados a la cara de los intérpretes (el protagonista preparando una ensalada y la cámara fija en la mitad de su cara, una genialidad) o a detalles de los escenarios. No veo mérito en hacer una película como ésta, lo mismo que tampoco se lo veo al cine de Michael Bay.
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