'El Havre', un pequeño milagro
A día de hoy, cuando apenas quedan cuatro días para que culmine el festival de Cannes 2011, las carcajadas más escandalosas y los aplausos más rotundos oídos en el Gran Teatro Lumière han sido provocados por 'El Havre' ('Le Havre'), el nuevo trabajo de Aki Kaurismäki. Se ha empezado a decir que es una seria candidata a la Palma de Oro, pero me sorprendería mucho que dieran el premio gordo a un film tan cómico y ligero, en lugar de a uno de los títulos más dramáticos y complejos. Saldremos de dudas el próximo día 22, cuando el jurado presidido por Robert de Niro haga público su veredicto. En cualquier caso coincido con la opinión general en que ‘Le Havre’ es una de las películas más inspiradas de la sección oficial, muy ingeniosa y divertida, un soplo de optimismo, solidaridad y alegría que se recibe con placer.
La historia gira en torno a Marcel (André Wilms), un antiguo escritor bohemio que se ha exiliado en la ciudad que da título a la película, en cuyas calles trabaja como limpiabotas. Un empleo en extinción que no le proporciona muchas alegrías, teniendo que pedir prestado o acumular deudas allá por donde pasa; por suerte cada noche le espera su comprensiva y generosa esposa, Arletty (Kati Outinen), que le prepara la cena mientras él toma un par de copas en su bar favorito. La tranquila existencia de Marcel se verá sacudida por completo cuando Arletty caiga gravemente enferma, debiendo permanecer en el hospital. A esto se suma el descubrimiento de un chico africano que ha llegado de manera ilegal a Le Havre, solo, abandonado, hambriento, y perseguido por las fuerzas policiales. Marcel se apiada del niño y lo acoge en su casa, encontrando a un eficaz “amo de casa” provisional. Mientras un sagaz detective (Jean-Pierre Darroussin) le pisa los talones, Marcel prepara la salida del muchacho, que debe viajar a Londres para reencontrarse con su familia, y espera la mejoría de su esposa, confiado con los (¿sinceros?) pronósticos de los médicos.
En ‘Le Havre’, Kaurismäki vuelve a hacer gala de una imaginativa puesta en escena, una cuidada atmósfera y un peculiar sentido del humor, destacando el absurdo de las situaciones que afectan a unos personajes pintorescos y llenos de vida (aunque a menudo reaccionen como estatuas de piedra). La trama permite al cineasta criticar las frías y contundentes políticas de inmigración actuales y posicionarse a favor de una actitud más bondadosa y piadosa hacia los pobres incautos que llegan en condiciones inhumanas, con la esperanza de ganarse la vida, para acabar en la más absoluta miseria, como basura. Pero el cineasta no pretende darnos la brasa (en la rueda de prensa dijo que era un tema demasiado complicado como para tratarlo con justicia en esta película), y pese a las muchas dificultades a las que se enfrentan los protagonistas, esos encantadores perdedores, marginados o excéntricos, siempre les permite encontrar una salida, un motivo para sonreír, creerse su propia visión de las cosas y seguir adelante con la frente bien alta. Del afortunado elenco quiero destacar el trabajo de Darroussin como el detective de policía, realmente memorable (la escena de la piña es desternillante). ‘Le Havre’ son apenas 90 minutos que se pasan volando, quedándose uno con el rostro sonriente durante largo rato.
‘Michael’, la intimidad del monstruo
“Esto es mi polla y esto un cuchillo. ¿Cuál prefieres que te clave primero?”
Por el contrario, la ópera prima del austriaco Markus Schleinzer es uno de los relatos más crudos y perturbadores de la 64ª edición de Cannes. Incluida en la sección oficial, ‘Michael’ nos ha recordado a muchos el aclamado cine del también austriaco Michael Haneke, para quien Schleinzer trabajó como director de casting. La película parece empezar tarde y acabar antes de tiempo, carece de música extradiegética (o sea, la que hay suena en el mundo del personaje), no hay subrayados, no se emiten juicios, la acción es mínima y es captada por la cámara de la manera más sencilla y aséptica posible. Trata comportamientos violentos y no busca satisfacer al espectador, solamente ofrecerle una ventana a una historia que bien podría estar ocurriendo actualmente, en cualquier localidad superficialmente civilizada. Y que cada uno saque las conclusiones que desee, si es capaz de aguantar la experiencia, en parte escalofriante, en parte tediosa.
‘Michael’ arranca con una lánguida secuencia en la que vemos a un hombre llegar a casa del trabajo. Como otro día cualquiera, Michael (Michael Fuith), de 35 años, prepara la mesa para una cena de dos personas; pronto descubrimos que retiene a alguien en la planta baja de su vivienda. Se trata de Wolfang (David Rauchenberg), un niño de 10 años. Cenan juntos y el chico pregunta si puede ver la televisión, a lo que Michael responde positivamente, hasta una hora razonable. ¿Es su hijo? No, es su presa. Cuando le apetece, el hombre abusa sexualmente del pequeño. Por fortuna esto no es ‘A Serbian Film’, es la película de alguien inteligente y elegante que no busca una simple y vulgar polémica, sino inquietar y provocar al espectador, hacerle reflexionar sobre unos hechos plasmados con total naturalidad, de manera seca y realista (y es por desgracia esta historia, que recuerda inevitablemente al caso de Natascha Kampusch, no es ninguna fantasía); Schleinzer no desea ni necesita mostrar ninguna escena desagradable con el pervertido, solo sugerirla, logrando un efecto mucho más contundente.
Al centrarse en el esfuerzo del pedófilo por intentar llevar una vida convencional, relacionándose cordialmente con su familia y sus compañeros de trabajo, saliendo con sus amigos o incluso manteniendo esporádicas relaciones heterosexuales, ‘Michael’ está repleta de situaciones anodinas (el protagonista abrochándose una camisa con lentitud) o de las que se podría haber prescindido para lograr una narración más compacta. A todo lo dicho quiero añadir que en esta película hay una escena centrada en un coche que es una auténtica delicia, de lo mejor que he visto en mi vida. Por lo delicado del tema que trata, por cómo se hace, y por las soberbias interpretaciones (resulta raro ver a los actores que dan vida al depredador y la víctima paseando alegremente por el certamen), ‘Michael’ tiene opciones de llevarse premios importantes, pese a que he podido comprobar que hay división de opiniones entre los profesionales acreditados. Lo curioso es que muchos se duermen o abandonan la sala a la mitad de la proyección, pero todos dan su opinión con aire solemne. Al fin y al cabo los que estamos aquí somos unos privilegiados y hay que actuar en consecuencia. En especial los que llevan relojes de lujo o diamantes en los zapatos.
Juan Luis Caviaro desde Cannes, 18 de mayo de 2011.
PD: El protagonista de anoche fue el francés Jean Paul Belmondo, a quien se le entregó una Palma de Oro honorífica. Aquí lo tenéis la mar de contento:
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