Curtida en el mundo del cortometraje, el documental, el guion y la producción, Arantxa Echevarría se introdujo hábilmente en el panorama de la industria mainstream con el melodrama romántico 'Carmen y Lola' (2018), obteniendo el Goya a la mejor dirección novel y el de mejor actriz de reparto para Carolina Yuste.
La película, sobrevalorada y cinematográficamente justita, tenía al menos la capacidad de descolocar al espectador progresista ilustrando la historia de amor de dos adolescentes gitanas con una voluntad afín al LGTBQ+ al mismo tiempo que denunciaba, de forma un tanto enfática, sesgada y simplista, el conservadurismo de su comunidad. Tres años más tarde, la directora ha decidido cambiar de género y de enfoque, creo que para bien.
Lo ha hecho a partir de un guion original de Olatz Arroyo, que ya colaboró en los libretos de la estupenda 'El mejor verano de mi vida' y de la divertida 'Hasta que la boda nos separe', ambas remakes, al margen de un amplio trabajo en televisión, con series como 'Supernormal', 'Los quién', 'Gran Hotel' o 'Allí abajo'. Lo mejor que puede decirse del resultado es que Echeberría se toma el género en serio... a veces, incluso, demasiado en serio.
El amor por encima de las etiquetas sociales
Sobre el papel, 'La familia perfecta' presenta un tradicional conflicto de clases con una influencia claramente francesa. Es decir, un cine burgués, acomodado, inane, good feeling, que sacrifica la acidez de su planteamiento por el respeto a sus personajes, que jamás son juzgados con severidad.
Basta fisgar en las comedias de Francis Veber, Michéle Laroque, Philippe de Chauveron, Daniel Cohen o Gilles Lellouche para que el lector pueda hacerse una idea somera de a qué me refiero. Todo eso con una pizca de la comedia clásica, sofisticada y femenina, de maestros como George Cukor o Garson Kanin.
El ochenta por ciento de las virtudes de la película residen en la interpretación de Belén Rueda, que vuelve a la comedia desde 'Perfectos desconocidos' y la simpática 'La noche que mi madre mató a mi padre'. Su personaje, estirado y lleno de complejos de clase, recuerda a su vez a la elegancia de las grandes damas de la comedia francesa de los últimos años: Juliette Binoche, Isabelle Huppert, Catherine Deneuve, Emmanuele Béart, Julie Delpy o Fanny Ardant. La actriz triunfa combinando la elegancia, el dolor, la dignidad con un registro más payaso, con la misma personalidad con lo que resolverían la papeleta estas actrices extraordinarias.
La trama es simple y está ejecutada de forma funcional: el hijo del matrimonio formado por Rueda y Gonzalo de Castro se enamora de una monitoria de gimnasio, que procede de una familia de clase humilde. Tanto el guion como la dirección coinciden en no acentuar las diferencias para no cargar la parte grotesca, como sí hacía, y muy bien, la reciente 'Sevillanas de Brooklyn'.
'La familia perfecta' busca la sonrisa y no la carcajada, evita el perfil caricaturesco de los personajes, pero se asienta también en una contradicción: es tan contenida y parece tan diseñada para no molestar que a veces da la impresión de encontrarse tan encorsetada como su protagonista y, en sus peores momentos, no resulta lo suficientemente verosímil.
A Arantxa Echevarría le interesa más narrar la llegada del amor en la madurez y centrarse en las contradicciones de su protagonista que recrearse en los gags que hubieran podido derivar de ese enfrentamiento de clases. Esto habría llevado a la historia a un terreno más italiano que francés.
Hay en su dirección momentos resueltos con notable elegancia, como la escena introductoria, la pelea de la pareja del aparcamiento o el momento en el que Belén Rueda intenta escribir una carta pidiendo perdón. Pero son escenas aisladas más propias del melodrama; da la impresión que la directora tiene cierto recato por lanzarse al terreno de la comedia pura y dura.
'La familia perfecta' tiene un reparto tan atractivo como desaprovechado
En este sentido, José Coronado y Pepa Aniorte resultan demasiado normales en unos personajes que se pintan como estrafalarios y pedían a gritos desmelene, incluso sobreactuación. Probablemente por las introducciones que han recibido por parte de la directora, que huye a toda costa del perfil grueso.
Carolina Yuste, en cambio, vuelve a bordar a esa chica de barrio deslenguada y natural, con esa mezcla de autenticidad y distinción que la caracteriza como actriz, dotando a su Sara de una vida arrasadora y palpitante, aunque su química con Pepe Ocio sea inexistente. Lalo Tenorio podría haber funcionado como secundario gracioso, pero sus líneas apenas tienen punch. Jesús Vidal interpreta a un párroco devorador de gambas, pero está igualmente desaprovechado. Aunque en un papel demasiado breve, la presencia de la ubicua María Hervás siempre es un aliciente.
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