Uno de los fenómenos cinematográficos de los últimos años es que estamos viendo a una buena cantidad de cineastas reconocidos recordando su niñez o juventud a través de ensoñaciones semiautobiográficas. Dentro de esa corriente no ha querido faltar uno de los grandes clásicos en vida, Steven Spielberg, quien con ‘Los Fabelman’ no solo ha querido explorar las circunstancias de su niñez, sino el significado de la urgencia creativa.
Hemos visto obras paternalistas como la de Alfonso Cuarón y su ‘Roma’, exploraciones de conflictos más grandes, con la fabulosa ‘Belfast’ de Kenneth Branagh, la sensación anecdótica de lo perdido de ‘Licorize Pizza’ de Paul Thomas Anderson, la memoria de un hecho histórico de ‘Apolo 10½: Una infancia espacial’ de Richard Linklater o la torpe exploración de las semillas del racismo estadounidense en ‘Armageddon Time’ de James Gray, por nombrar solo algunos. Pero pocos han dibujado un autorretrato tan desnudo como Steven Spielberg.
Un biopic que se va autoconstruyendo a sí mismo
Aunque el joven protagonista de ‘Los Fabelman’ de llame Sammy, las semejanzas físicas entre Spielberg y Gabriel LaBelle dejan muy claras las intenciones. Si ya el actor de ‘Ready Player One’ era bastante parecido al director, su avatar cinematográfico ahora no esconde al hombre que cambió el cine para siempre al dirigir ‘Tiburón’ a los 28 años. Puede parecer un acto de autocondescendiente, o simplemente una forma de terapia de 40 millones de dólares, como le ha gustado definir su proyecto a él mismo, pero nadie puede decir que no se lo haya ganado.
Independientemente de la afinidad con su cine o no, ‘Los Fabelman’ es, ante todo, una serie de claves para entenderlo, pero más allá de ello, para entender por qué existe la necesidad de hacer cine. Aquí, Spielberg y Janusz Kaminski se consagran como creadores de algo que solo puede ser definido como ultracine, tras perfeccionar lo presentado en ‘West Side Story’. Con una dirección de precisión y fotografía que alimenta los ojos, logran que cada fotograma parezca casi pintura en movimiento.
Y este embellecimiento de las texturas y la luz hace que sea importante tanto lo que se cuenta como la forma de hacerlo, porque esto no es la niñez de Spielberg, sino un diario de recuerdos interactivo de alguien pintando su memoria con las herramientas que va adquiriendo en su vida a lo largo de las escenas. Es decir, ‘Los Fabelman’ es una película que se retroalimenta de sí misma, es un examen de las distintas fuerzas que han dado forma a su cine, desde el drama familiar hasta cómo su sensibilidad se forja a través de su entorno.
El sentido de la creación artística
Spielberg dice que discutió con su madre la idea de lo que se convirtió en el montaje final antes de que falleciera en 2017, y ella le dijo que él siempre había estado recreando su historia en forma de metáfora. Ahora adopta la forma de un cine de rito de paso arquetípico, que ya había tocado de formas muy diferentes en ‘El imperio del Sol’ o ‘Inteligencia Artificial’ y lo planta de una forma realista, a medio camino entre la melancolía de ‘Gente corriente’ y algo de la chispa nostálgica de ‘American Graffiti’. Un melodrama clásico, casi anacrónico.
Sin embargo, el autor no está contando su trauma con su padre o la tristeza de su madre, sino tocando todas las teclas que han ido dejado aristas en su desarrollo creativo, revelándonos que es tan necesario el talento como un engranaje emocional interno que dé sentido al simple hecho de expresar algo. Para ello ha ido plasmando pistas y detalles de su obra que se captan de forma más o menos intuitiva, con asociaciones más directas o tan solo insinuadas.
Además de todos los elementos de su infancia que le moldearon, desde su primera visita al cine y el impacto que este supuso, Spielberg invita al espectador a reconocer momentos que pudieron definir sus trabajos más icónicos, a modo de easter eggs inversos, ya que estos son los momentos que supuestamente definirían su trabajo por venir. Hay varios hilos que unen los 33 largometrajes de su filmografía y, sencillamente, algunos están atados de forma más cercana a sus seres queridos que otros.
Una piedra Rosetta del imaginario Spielberg
Podemos reconocer sus marcas personales más pequeñas, como sus personajes mirando algo en primer plano, como cuando Mitzi baila durante un viaje de campamento, y otras más grandes, como el padre Spielbergiano arquetípico, incluso la inversión de roles que puede reconocerse en Roy Neary y su obsesión, un idealista imprudente buscando lo ilógico, una personalidad que representa mejor a su madre, aunque cuando llora en el baño en ‘Encuentros en la tercera fase’ y su hijo le confronta esa actitud hay un reflejo idéntico en la película.
La idea del divorcio, que lleva al protagonista de ‘Atrápame si puedes’ a su propio mundo de fantasía, arroja aquí algo de luz sobre la atracción de Spielberg hacia la historia de Abagnale, sin embargo en ‘Los Fabelman’ no se convierte en el impulso de su fascinación por el cine, sino el catalizador para convertirlo en una forma de supervivencia o autoafirmación. Mientras tanto, podemos ir percibiendo referencias cruzadas como las luces rojas y azules bajo una puerta cuando Sammy mira compulsivamente una película, que recuerda también a algunos momentos de sus epopeyas extraterrestres.
Es imposible no relacionar el rodaje de su película de terror con sus hermanas pequeñas con las peripecias de ‘Super 8’ (2011), que produjo para J.J. Abrams, pero es que en aquella ya se atisbaba la fascinación por la calamidad que le inculcó una escena idéntica a la del tren en ‘El mayor espectáculo del mundo’ (1952), que tendrá consecución en ‘El diablo sobre ruedas’, ‘1941’ o ‘La Guerra de los mundos’. Podemos también atisbar el comienzo de ‘Indiana Jones y la Última Cruzada’ (1989) en la excursión de un Sammy adolescente al desierto de Arizona, como el viaje de boy scout de Henry Jones Jr.
La tensión entre realidad y arte
No es la única referencia a la tetralogía, aunque la más inesperada es cuando su madre compró impulsivamente un mono como mascota, que inspiraría al capuchino nazi de ‘En busca del arca perdida’. Ver a Sammy y sus amigos en bicicleta nos lleva a ‘E.T.‘ o cuando su madre trata de conducir hacia un tornado para verlo de cerca con todos los niños dentro es al mismo tiempo la protagonista de ‘Encuentros en la tercera fase’ como el Tom Cruise de ‘La guerra de los mundos’, pese a que allí lleva la dirección contraria.
Sammy también hace su película de la Segunda Guerra Mundial que parece un ensayo de ‘Salvar al soldado Ryan’, con el peso del sacrificio de un protagonista como el que llevará Matt Damon en su primer plano final, aunque también se dejan ver allí sensaciones de ‘Caballo de batalla’ y un momento paralelo de ‘Lincoln’ y la batalla de Petersburg, donde Daniel Day Lewis le contaba a Jared Harris los horrores de la guerra en la que han estado luchando. Spielberg trata la búsqueda del fotograma del viaje con sus padres como cuando Cruise busca la solución en ‘Minority Report’ con música clásica y la cámara rodeando al protagonista mientras hace un descubrimiento sorprendente.
En esa lluvia de recuerdos se va haciendo nítida la tensión entre el poder de la familia y el arte, una justificación de su inclinación creadora digna de Damien Chazelle que aquí ejemplifica en los caracteres incompatibles de sus padres, el trabajo industrial y la seguridad terrenal de su padre frente a la aventura, la imaginación y la irresponsabilidad de su madre, que además sufre una depresión, probablemente por haber castrado su necesidad de expresión por convertirse en ama de casa. Lejos de culparla por llevar a la fractura de su familia, trata de entenderla.
La mitología de la imagen y la línea del horizonte
Por ello, la posición de defensa de Sammy es una forma de penitencia de Spielberg, porque en realidad si él no toma ese camino podrá llevar el más amargo de su madre, quizá él es el padre ausente en su propio cine a consecuencia de haber tomado ese camino, de haber decidido retomar su arte. Hay quien dice que la vida del director no es suficientemente interesante como para ser contenida en una película, y esto es algo que él mismo remarca en su discurso, porque lo que nos cuenta tiene más que ver con el gran significado de las cosas pequeñas.
De la influencia de un pequeño hecho en el transcurso de la vida de muchos. El tren que descarrila, cómo un pequeño momento se convierte en una obsesión, y cómo el intentar recrear algo concreto que modifica su realidad se convierte en una profesión que cambia la realidad a muchos otros. ‘Los Fabelman’ convierte en algo mitológico un hecho tan cotidiano como la desestructuración familiar, al igual que su película de la playa —que también ensaya las escenas de ‘Tiburón’— abruma al bully de su clase al comprobar cómo una película podría rehacer su identidad, con lo que Sammy/Spielberg demuestra que el cine transforma lo cotidiano, tiene el poder de elevar cualquier cosa sobre su propia verdad.
La escena final, un encuentro casual con el legendario director de Hollywood John Ford, interpretado por David Lynch resignifica la lección que el director le dio a Spielberg sobre dónde debe estar la cámara frente al horizonte, y en ese momento en el que le pasa su sabiduría, nos enseña cómo el cine del joven judío acabará dando la vuelta al clasicismo del veterano, que consistía en mantener los planos interesantes. Spielberg reinterpreta el horizonte de una forma mucho más subjetiva, nunca poniendo en el centro la esencia objetiva de su películas, ni tan siquiera en ‘Los Fabelman’.
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