Explorando a fondo 'Star Wars: Los últimos Jedi': luces y sombras del Episodio VIII de Rian Johnson

Explorando a fondo 'Star Wars: Los últimos Jedi': luces y sombras del Episodio VIII de Rian Johnson

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Explorando a fondo 'Star Wars: Los últimos Jedi': luces y sombras del Episodio VIII de Rian Johnson

El impacto anual del nuevo plan de Disney por explorar la franquicia comprada en su plan de expansión monopolista es cada vez menos efectivo. En tan solo dos años hemos visto tres películas de 'Star Wars'.

Tres batallas espaciales con escudos protectores, maquetas y mate painting digital, láser, cgi y tíos en naves con cascos diciéndose cosas mientras la cámara los recoge en su cabina, desde el mismo ángulo y distancia en el que lo hacía la primera película, allá por el 77. Es natural asumir que las nuevas entregas ya no van a tener la misma carga de sentimiento especial por pura repetición.

Incluso la vilipendiada trilogía de precuelas de George Lucas aún albergaba un carácter de evento que las nuevas tratan de imitar, sin conseguir vencer la corriente de evidencia que nos indica que son, al fin al cabo, operaciones gigantes de marketing que pueden jugar a ser cualquier género para copar el mercado cada navidad. Esto es, que una película convencional como ‘Rogue One’ se puede convertir en un blockbuster por el que esperar durante todo un año con la campaña de redes adecuada.

¡OJO! Texto llenísimo de SPOILERS...

La senda de Abrams

Sin entrar en detalles de por qué ‘Star Wars: El despertar de la fuerza’ era mejor película que aquella, se entiende la ventaja a priori de una nueva trilogía que cierra los arcos de los personajes originales y los convierte en piezas del tablero de algo distinto. Y en eso, la película de J.J. Abrams lograba un éxito tremendo, porque, sea o no sea un remake del Episodio IV, lograba conectar al público con nuevos personajes mientras la presencia de Han Solo tenía un sentido como comparsa de la trama principal. Y ‘Los últimos Jedi’ logra, de nuevo, hacer esto.

Hace unas semanas, exponía en un pequeño estudio las dinámicas narrativas que hacían del Episodio VII una pieza relevante dentro de la tradición, puesto que su simbolismo, sencillez y funcionalidad narrativa exigía una capacidad de síntesis que parece que se pasa por alto a la hora de analizar el cine comercial de esta categoría. Lo cierto es que su continuación, en la mayoría de aspectos, está a la altura de lo que prometía aquella, e incluso supera expectativas, pero se queda a las puertas de alcanzar un equilibro entre el papel del autor detrás del resultado y su etiqueta galáctica.

Para bien o para mal, ‘El despertar de la fuerza’ era una película de ‘Star Wars’ de forma casi pura, pero sucedía que también pertenecía a su autor en un 100%. Planteaba estupendamente un montón de preguntas y en sus dos horas y pico contaba la primera fase del camino del héroe de Rey, la chica a la que seguiremos en las tres películas. El Episodio VIII contesta a muchas de esas preguntas y deja otras en el aire, adrede, pero se alza como una extraordinaria entrega que se muestra valiente en desafiar las ideas preconcebidas de la saga.

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La excelencia visual

Muchos comentarios aplauden y ponen de manifiesto esa voluntad renovadora, progresista dentro de una ficción que habla de religiones y dogmas. Ese descaro es valorable, pero ¿es por ello necesariamente mejor? O mejor formulada la pregunta, ¿justifica eso sus dos horas y media de duración? Y claro, la pregunta estrella, ¿Es mejor que ‘El despertar de la fuerza’?

Las respuestas no están claras, pero lo cierto es que no es un episodio menos disfrutable e interesante que el anterior. Pero tiene un puñado de problemas bastante cristalinos cuyo peso sobre el resultado final depende de la disposición a hacer la vista gorda de cada uno.

Uno de sus puntos fuertes es la sólida dirección de Rian Jonston. La puesta en escena pulcra y cinemática de Abrams parece casi ingenua, comparada con la proyección visual más barroca y sofisticada del director de ‘Looper’ (2012). Parte de la sangre nueva de su estilo es la concepción de escenas mucho más contenidas en sí mismas, algo no tan habitual en el universo ‘Star Wars’, en el que casi todo se siente conectado. Como ejemplo, el momento en el que una rebelde debe lanzar unas bombas y hace lo que puede para hacer caer el controlador de estas.

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Johnson acumula intensidad dramática de vida o muerte a una escena que podría servir para un clímax. Es tremendamente tensa y efectiva, pero en el transcurso de la película repetirá muchas veces el truco, con lo que se genera una textura de tira y afloja en la que parece que cada nueva situación debe ser importante en todo momento durante 152 minutos, dando énfasis a momentos en los que no acaba de pasar nada TAN relevante, como veremos a continuación.

Pros y contras de empezar en lo más alto

La primera escena de lucha naval es de lo más impresionante visto en la space opera, pero crea un pico de grandiosidad tan elevado, que no le es fácil retomar el vuelo durante el resto de la película. Claro que esto también es achacable al riesgo que supone elegir contarnos la caída de los rebeldes. Es la primera vez en estas películas en la que hay una sensación de derrota constante, de que ninguno de los planes sale bien.

El clímax es la aparición de Luke Skywalker y su enfrentamiento con Kylo Ren, colocado como apuesta final en el cierre de la película, pero no hay una batalla como tal, sino una huida. El desarrollo también sigue la transformación de los dos personajes clave, Kylo Ren y Rey.

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El primero tiene un cambio de rol final satisfactorio e importante, sin embargo, el tratamiento de Rey es menos completo. Ahora todas sus intenciones son cambiar a Ren, olvidándose de su formación, y centrándose en tratar de encontrar su papel. Pasa la mayoría de la película hecha un lío con lo que su peso en el entramado se desplaza por la presencia de Luke, y además se nos presenta como una potencial víctima del lado oscuro, al que logra vencer, sí, pero que surge un poco de la nada, como excusa errónea para darle un arco en un personaje que irradia bondad.

Los dilemas del héroe en el nudo deberían cambiarle, dejarla en otro punto, dejar una gran revelación en el aire, confrontarnos y confrontarle… pero al final no hay un vuelco que convierta su periplo en algo extraordinario, salvo haber confirmado los poderes que vimos en el anterior capítulo. Un camino que, quizá, no está a la altura de las expectativas que creaba la anterior película, pero en compensación, hay una resolución muy hermosa de los problemas que han llevado a Luke a esa posición de aislamiento.

El no-retorno del Jedi

De nuevo, es valiente al plantear a un héroe viejo, cansado, que no llega a forjar una relación maestro-alumno verdadera con Rey. No como Obi-Wan con él. No como Yoda. El momento más intenso y enternecedor de toda la película, por cierto, es la aparición del maestro verde para darle una última lección a Luke, es a través de los ojos de maestro en el momento en el que vemos al mismo joven con dudas, destrozado y encontrado de nuevo.

Un regalo para el personaje que se cierra con una aparición final grandiosa, un momento crucial para la resistencia, pero no tanto para Luke, que se ha recuperado de lo suyo solo a medias. Su carga, la culpa, es otro elemento para reafirmar las teorías renovadoras de Johnson. No existe el blanco y negro, o el bien y el mal establecido en el nuevo lore de este universo. Se atreve a pintar de gris el currículum del Jedi con un acto contado en tres versiones diferentes, para acabar dibujando un fugaz intento de asesinato, aunque de intenciones nobles, del cual se arrepiente nada más pensarlo.

Nos cuesta imaginarlo en el hombre noble que hemos conocido, pero es uno con la idea de la película, aunque tenga que aparecer Rey, con un discurso típico de sitcom de los 90, para subrayar que no pasa nada, que lo importante es que no llegó a hacerlo.

Todo ello nos lleva al emotivo final, con Luke desapareciendo como Obi-Wan, disolviéndose en la fuerza tras haber encendido “la mecha de la rebelión”. Un instante duro, pero bellísimo, que deja otro plano exquisito para un sacrificio comprensible en lo literal, tan abstracto como la salvación de la humanidad gracias a la muerte de Jesucristo. Un toque mesiánico para Skywalker que no sorprende en una película con varias referencias bíblicas.

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Algunas oportunidades perdidas

Podría ser de esperar que el Jedi se le aparezca a Rey en la siguiente entrega, al menos para darle esa tercera lección que queda en el aire, ¿Tendría sentido? ¿Han llegado a ese punto de interacción de padawan y maestro? Si llegara el momento es probable que quede extraño, pero si no aparece ¿Eso ha sido todo? ¿Eso es todo lo que teníamos que ver de Luke Skywaker? Sí, la nueva trilogía quiere romper con el pasado, pero también podría haber sido una buena oportunidad para saber algunos porqués, y qué ha estado haciendo en estos años.

Desde luego, dan ganas de aplaudir con las orejas en su último truco de picaresca Jedi, pero no deja de ser un final conflictivo para el personaje. La muerte de Han Solo tiene relevancia posterior para el villano de la trilogía, debemos de esperar al último capítulo para comprobar el legado de esta desaparición. El papel de Leia, por otra parte, se ve reducido por un golpe que la deja fuera de combate la mayoría de la película, pero resulta bastante insatisfactorio que no llegue a tener un cara a cara con su hijo en ningún momento.

Cuando su hermano le dice que no hay opciones de salvar a Ben y que lo va a combatir a muerte, o en el momento que nota su presencia cuando el muchacho está a punto de disparar a su nave, Leia es una madre preocupada, se aflige como si su niño no hubiese aprobado en el programa ‘Hermano mayor’, pero lo cierto es que si ella también tiene la fuerza, ¿Por qué ni un intento de conectar con su hijo? O al menos alguna nota familiar previa que nos ayude a entender cuando el chaval descarrió. Hay mucho más que aportar en ese personaje que un vuelo a loGravity’ (2013).

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La amenaza fantasma del blockbuster digital

Desde luego, ninguno de esos son problemas importantes a nivel de ritmo o estructura. Por lo general, se mantiene más o menos fiel a su espíritu transgresor, y logra muchos momentos de altura , pero, mientras ‘El despertar de la fuerza’ tenía un desarrollo trepidante y ascendente, en ‘Los últimos Jedi’ hay un bloque por el que es difícil cruzar sin levantar los pies enfangados. Y el gran escollo de este segundo acto no es difícil de detectar: el plan. El plan de Finn y Rose es totalmente peregrino.

No es fácil del todo entender que medio de una situación desesperada, se les encargue ir a buscar a un MacGyver de ida y vuelta para poder desactivar el típico cacharro de la nave de los malos, es que parece que, en esa miniaventura dentro de la principal, se ha acercado el Lucas más borracho de CGI a echar una mano con la segunda unidad. Un planeta-casino, una estampida de llamas con orejones y un uso de BB-8 totalmente improbable, deshaciéndose de todos los enemigos lanzando monedas que le han metido confundiéndole con una máquina, ¿En serio?

Probablemente, esos momentos estén cerca de los más bajos de una saga que, se supone, nos estaba queriendo hacer olvidar que R2-D2 volaba. La cosa no mejora cuando el robot-pelota se pone a manejar un AT-ST. No acompaña tampoco lo lejos de lo espectacular del tratamiento de un puñado de nuevos personajes, que no hacían ninguna falta, como Rose y el ladronzuelo de Benicio del Toro. Su quítame allá esas pajas por un medalloncito de un metal extraordinario no importa. Al menos, el interpretado por una siempre brillante Laura Dern tiene un peso mayor y su final le da más sentido a su aparición.

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En busca del chiste prohibido

Pero con un puñado de personajes de trilogías anteriores, más los incorporados en ‘El despertar de la fuerza’, dudosamente hacían falta más piezas en el tablero. Esto solo consigue embarullar más esa segunda fase, en la que nos hartamos de ver el escudo de protección de la nave rebelde recibiendo disparos láser. Y cuando parece que todo empieza a moverse, tenemos una huida de pequeñas naves rebeldes volviendo a recibir tiros durante otro buen rato. Una situación un tanto repetitiva que suena a excusa deliberada de guionista para ganar tiempo mientras se colocan las cosas en orden para el tercer acto.

Mientras ‘El despertar de la fuerza’ era fiel al corsé de no utilizar chistes que impuso George Lucas, sí utilizaba el humor como tejido conectivo de su tono jovial, aventurero y dicharrachero. No pretendía lograr la carcajada sino hacer que sus personajes ganaran carisma o la mantuvieran, como en el caso de Han Solo, un ejemplo perfecto de que el humor de la saga siempre ha sido muy tontorrón. Un humor de mímica, heredero del cine mudo, con más que ver con la cinemática y la ocurrencia. El humor de Johnson, sin embargo es más premeditado. Para bien o para mal, introduce el chiste prohibido.

Hay una mayor sensación de autoconsciencia, frente a la ingenuidad encantadora del ‘Episodio VII’. En ocasiones parece que quiere entrar directamente en la comedia pura, paródica. Como bien dice mi compañero John Tones, recuerda a un humor más propio de ‘La loca historia de las galaxias’ (Spaceballs, 1987), con algunos gags desmitificadores, muchos cargados de brillante ironía, que rompen la solemnidad de momentos tan intensos como el final de la anterior, irremediablemente condenado a perder su mística al retomarla, tras ver la reacción de Luke en este otro. Son golpes, la mayoría de veces afortunados, pero que en ocasiones pueden empachar.

Manitas

Ben Solo y Rey, con derecho a roce (psíquico)

El humor, fuera de las frases ingeniosas, tiene algunos de los gags en el límite del desconcierto. El tono crea un caldo de cultivo para que momentos que no parecen diseñados para crear ese efecto, resulten en cierta manera perversa, bastante divertidos, como ese momento en el que Luke descubre a Rey y Kylo haciendo “manitas” psíquicas y entra como si fuera un monitor que ha pillado a dos adolescentes del campamento cohabitando en una tienda de campaña.

Lo que nos lleva a otro tema que estaba implícito y aquí se consolida. La relación de Rey y Kylo que se establecía con montajes paralelos e intercambios de miradas en la anterior, es implícitamente sexual. A través de símbolos como la mano mojada de Solo, su aparición a torso descubierto, o la lágrima de Rey al tocar el dedo de Ren, puede palparse la atracción de esos dos polos opuestos en cada una de sus apariciones juntos.

Rey parece determinada a repudiar a Ren, pero acaba acercándose a él, y luchando codo con codo en un giro sorprendente y valiente. Cuando se retoma el conflicto, una explosión resuelve el momento a las bravas, pero por el camino deja un planteamiendo de héroe y villano complejo, y tremendamente interesante.

¿Ruptura con la nostalgia?

Yoda Singing Mmmbop

Algo que ha creado incomodidad entre el fandom son las distintas afrentas hacia el legado de Lucas. Aunque pueden tomarse como un corte de mangas de autor, en realidad tienen algo de movimiento industrial, un ardid de Disney para ir preparando al mundo a un nuevo universo de ‘Star Wars’ en el que no va a haber contactos con la historia que ya conocíamos. En realidad, en ‘El despertar de la fuerza’ ya se hacía esto de forma simbólica con la muerte de Solo y un clímax en el que se apostaba exclusivamente por los nuevos personajes en una pelea a tres. Sin embargo, aquí se trata de verbalizar. Se repite en boca de los personajes, a los que solo les falta romper la cuarta pared para azuzarnos contra la nostalgia.

Si en la de Abrams el elemento de nostalgia se materializaba, sobre todo, en un sable láser y el Halcón Milenario, ‘Los últimos Jedi’ va más a la encía con los dados de la suerte de Han Solo o el holograma vintage de la princesa Leia saliendo de R2-D2, (sí, el de ‘ayúdame Obi-Wan’). Además, tenemos aparición del Yoda marioneta, el de toda la vida, de nuevo para reivindicar lo antiguo frente al de las precuelas y en el momento climático, cuando Luke se difumina, ocurre en un atardecer de dos soles como los de Tatooine.

En su voluntad de cortar con los clichés, la afición por sacar estrellas de la muerte tan caricaturesca parece haber acabado. Pero, sin embargo, no han podido resistirse en hacer una mención bastante gratuita, cuando un ariete láser aparece en los momentos finales, y Finn, que conoce de primera mano el arsenal del imperio, se refiere a él como una “mini-estrella de la muerte”. A la fuerza rogando y con el mazo dando. Y eso que no hemos entrado en el factor ‘reboot’.

El ataque de los clones (I)

Luke Rey Vanity Fair

Se ha comentado en muchas ocasiones que ‘El despertar de la fuerza’ tiene muchas similitudes con el ‘Episodio IV’ de la saga, y es sencillo comprobar ciertos aspectos de la trama que discurren de forma similar. Pero, aunque la plantilla de trabajo fuera la misma, había un énfasis diferente en cada uno de los elementos que conformaban el tablero, de modo que ninguno de ellos tenía el mismo peso en ambas películas, el foco apuntaba a lugares diferentes, por mucho que uno se empeñe en encontrar similitudes. En ‘Los últimos Jedi’ la trama que narra cómo los rebeldes son casi aplastados parece nueva.

Como hemos comentado, hay un espíritu renovador consciente, muy machacado en el guion. Pero, de nuevo, lo está escrito en el texto no siempre se prodiga en la práctica. Se puede interpretar de muchas maneras su intención, sí, pero lo cierto es que la película de Johnson no es menos “remake” que la de Abrams, aunque lo esconde de forma más o menos audaz. Al igual que el ‘Episodio VII’, no por ello deja de ser una obra casi sobresaliente, pero el ejercicio de reciclado de ‘El imperio contraataca’ y ‘El retorno del Jedi’ es bastante evidente.

El elemento más claro, obviamente, es el entrenamiento Jedi en la isla del origen de la orden, que hace las veces de Dagobah. El ritual sigue un camino similar al que vimos en ‘El imperio contraataca’. La resistencia inicial del maestro al entrenamiento, su carácter cascarrabias, e incluso el propio emplazamiento, con pequeños homenajes más o menos conscientes, como ese Ala-X de Luke bajo el agua, que aquí indicaría la decisión del piloto de quedar aislado para siempre del resto del mundo. Ahora él es el Yoda y Rey es él.

Pero en dónde hay una repetición ineludible es con el descenso de Rey al pozo en el que se albergan sus dudas y su vulnerabilidad con el lado oscuro. Pese a que el momento conecte con el lado más 'Harry Potter' de la heroína, no deja de ser una puesta al día de la escena de la cueva de EIC, esta vez representada como una especie de sala de espejos con Rey repetida hacia el infinito en lo que parece un homenaje directo a la película ‘Zardoz’ (1974):

Zardoz

En el resultado de la visión, también Rey ve un par de sombras, que en vez de ser un Darth Vader amenazante parecen dos personas del lado oscuro, supuestamente sus padres, que se funden en una figura que, al desaparecer el vaho del espejo, resulta ser ella misma. Una revelación críptica, cuyo significado no tiene respuestas claras en la película, salvo darle autonomía al personaje encontrado a sí mismo, y que, además, tiene un paralelismo con la cabeza de Vader que también resulta ser Luke, en el pasaje de Dagobah:

Luke Head

El ataque de los clones (II)

Johnson parece no pretender evitar que la situación siga al modelo. Rey decide interrumpir la formación para tratar de recuperar a Kylo Ren, convencida de que aún hay bien en él. Sí, exactamente lo mismo que Luke hizo por su padre en ‘El retorno del Jedi’. Aunque en ‘El imperio contraataca’ primero se iba para ayudar a sus amigos, aquí se toma el atajo hasta el ‘Episodio VI’ y tenemos una rendición total de Rey a Ren. En tierra se queda Luke, charlando con el fantasma de Yoda sobre el destino del pupilo, tal y como hacía Yoda con el fantasma de Obi-Wan, discutiendo detalles sobre si es el último Jedi o no.

Todo esto lleva a una representación, en clave de arte moderno, de la escena en la que se desarrollaba el intenso triángulo de Luke, Darth Vader y el emperador Palpatine. Un momento que transcurre de forma más o menos similar pero ahora con Rey, Kilo Ren y Snoke: unos rayos azules de castigo, un tormento del padawan con imágenes de los rebeldes sufriendo incontables bajas en el espacio, y la rebelión del discípulo del lado oscuro a su maestro, solo que esta vez, después de liberar al héroe, el villano no se redime sino que se queda con el puesto de emperador. Pero ah, no sin antes extender la mano a Rey y proponerle gobernar la galaxia como padre e hi... digamos como ¿amantes?

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A estos calcos hay que sumarle pequeños momentos de resampleo menos evidente, como el esa deserción de Finn, similar al de Han Solo en la primera película. Hacerse pasar por soldados del imperio para desactivar un rayo tractor, igual que en el ‘Episodio IV’, y si ya nos vamos más cerca, de la propia ‘Rogue One’. El truco sigue funcionando, pero, oigan, igual en dos películas, dos años seguidos, ya canta. Por si acaso también está la traición del personaje de Benicio del Toro en el momento culminante, lo que explicaría que no aparezca Lando Calrisian por ninguna parte.

Y, a falta de Han Solo, bueno es tener una nueva aparición en último momento del Halcón milenario para lanzar unos cuantos tiros a los malos con un ¡yuhu! ¿Qué malos? Unos cuantos AT-AT acercándose a una base rebelde, similar a la del planeta Hoth, que en vez de nieve tiene sal. Uno de esos momentos en los que alguien en la sala de guionistas propone “El principio de ‘El imperio contraataca’ se coloca al final, y así nadie se dará cuenta”. Una secuencia, por otra parte, increíblemente preciosa a nivel visual, con su suelo cada vez más rojo, de la misma manera que la mansión de ‘La cumbre escarlata' (Crimsom Peak, 2015) del otro del Toro.

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Construir para volver a derribar

Como fuerza creativa, Johnson se postula como el renovador de la saga, pero aunque hayamos visto que no es tan rompedora con lo antiguo, sí que parece querer mostrarse bastante opuesta a la apertura de Abrams. Puesto que mucho de lo que construía aquella, aquí parece ser derribado para volver a empezar de nuevo. Si Rey encontraba el sable de Luke, aquí acaba destrozado en dos. La religión Jedi acaba en llamas. No hay mucha reverencia al acabar con iconos antiguos como el Admirante Ackbar.

C3-PO y R2-D2 son poco más que cameos, incluso Chewbacca es uno alargado, solo se hace un pequeño guiño a su tristeza porla muerte de su compañero de aventuras durante años. Sin embargo, es más amable con apariciones como Maz Kanata vía holograma, para proveer de una información que, por otra parte, podría haber dado Poe Dameron él mismo. Un personaje, por cierto, al que se le da cierto arco como aspirante a líder enfrentado a Holdo, comenzando un motín interno que, una vez se despierta Leia, se demuestra inútil.

Holdo

Huir de las antiguas ideas, como intención, se enfrenta al hecho de que hacen falta nuevos aportes lo suficientemente potentes para sustituirlas. Hay muchas de las cosas que hacía bien el anterior episodio que no han tenido continuidad. Por ejemplo, los intereses amorosos, que estaban llevados al mínimo, se trasforman en un romance descuidado, de última hora, como si a los ejecutivos del estudio se les hubiera ocurrido meter el detalle a presión, quedando doblemente extraño con un beso un poco fuera de lugar.

Algunos desequilibrios en la fuerza

Uno de los momentos más dudosos y forzados es el enfrentamiento de Finn contra Phasma, una némesis que nunca acaba de desarrollarse desde el ligero apunte de ‘El despertar de la fuerza’ pero que aparece aquí como un momento cumbre. En ausencia de un sable laser, Finn toma un arma con resplandor azul para luchar con su “maestra”, cuyo final es un poco tópico, caída cual coyote de Tex Avery, en medio de una orgía de fuego que se percibe como concesión al blockbuster rutinario.

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Hay otros detalles un poco parodiables. Como ese estilismo de Snoke, que quizá intenta compensar su fealdad con un batín de Hugh Hefner y, sobre todo, ese comentado vuelo del espacio de Leia a lo Mary Poppins. Seguro que está lleno de buena intención, y no es malo recordar que, al fin y al cabo, suponemos que Organa/Skywalker es una Jedi, o debería serlo tras las promesas de la trilogía original, pero la ejecución del momento está lejos de convertirse en un testamento estelar para la desaparecida Carrie Fisher.

Subtextos, discursos escondidos y explícitos

Toda la universalidad de conceptos que tenía el anterior ciclo, como el héroe homérico, el descubrimiento artúrico, son completadas por referencias religiosas más expresas, obvias en su segunda lectura. Tenemos el sacrificio de Abraham por aquí y algunas cruces puestas intencionadamente por allá, pero en su desmitificación a dos bandas pierde algo del poder de comunicación atemporal que hace que ‘Star Wars’ llegue a distintas generaciones.

Los últimos Jedi’ patina es en sus, por suerte no abundantes, intentos de ser relevante e incluir un discurso que hable sobre la actualidad. Si lo mejor de la trilogía de precuelas era el arriesgado, (y nada habitual en el cine fantástico), movimiento de Lucas por exponer que los caudillos aparecen siempre detrás de sonrisas durante un paciente desarrollo de tres películas, aquí Johnson prefiere, de nuevo, colocar el mensaje en boca de los protagonistas.

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La charla sobre la resistencia de la vicealmirante Holdo tiene ciertas implicaciones subersivas con el terrorismo, pero el pueril y trasnochado alegato animalista —es la mejor película de la saga contra las carreras de caballos— está metido con destornillador. La pormenorizada explicación sobre los especuladores de la guerra, traficantes de armas y corporaciones explotadoras no tiene más relevancia en la trama que tratar de actualizar el rostro del mal, apuntando al neoliberalismo global. Lo cual, todo sea dicho, no deja de tener su gracia que venga desde el estudio Disney, que espera recaudar dos mil millones de dólares con la película para sumar a los tres mil de las dos anteriores.

Su discurso rupturista es refrescante, pero se echa en falta alguna idea sobre las razones del ascenso de Snoke y la primera orden, algo ausente en ‘El despertar de la fuerza’ que es de nuevo ignorado, sin dar apuntes que expliquen cómo el Imperio, aparentemente derrotado por la muerte del Emperador Palpatine y la destrucción de la Estrella de la Muerte logró reformarse hasta este punto, aunque lo importante es que nos deja la puerta abierta a otra clase distinta de imperio y también de alianza rebelde.

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Lo cierto es que, gracias a la rotunda dirección, su extasiante belleza plástica, y su capacidad de crear momentos de intensidad épica, 'Los últimos Jedi' se sobrepone a los baches y se alza como una enorme aportación al legado de la saga. Quizá no es el capítulo que esperábamos, con un guion con tendencia al trazo grueso y poco elegante al transmitir su tema, pero está totalmente a la altura de las circunstancias, y aunque se haga el duro, aún cree y nos hace creer en la magia.

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